Yo no fui el ministro de Hacienda que, en representación del establecimiento empresarial progresista, organizó, promovió y validó la reforma tributaria más agresiva, anticíclica y costosa que llenó los bolsillos de la administración Petro en 2022 y que llevó al país a una recesión en 2023 y que dejó postrada la economía en 2024 y 2025, destruyó la inversión privada productiva, ahuyentó a los inversionistas minero energéticos y ahogó a la clase media profesional y emprendedora del país.
Yo no fui el vice ministro de hacienda que implementó la desastrosa reforma tributaria de Petro, organizó la violación serial de la regla fiscal, promovió la cascada de endeudamiento más feroz e irresponsable de la historia del país y cohonesté la utilización de muchos recursos de crédito para la compra de votos en el congreso a través de la UNGDR.
Yo no fui el expresidente que gozoso celebró el triunfo de Petro y que acucioso recibió amplias y destacadas cuotas ministeriales y diplomáticas en su gobierno con la excusa de que era una gran fortuna haber ayudado a elegir el primer gobierno de izquierda de la historia, con la aspiración de controlarlo para poder mantener mi agenda de impunidad personal en el mayor escándalo de corrupción de América Latina, organizar mi retorno al poder con mis alfiles en 2026 y poder así avanzar en mi agenda progre y continuar mi vendetta histórica contra mis anteriores patrocinadores y los “enemigos” históricos de mi familia.
Yo no fui de los cacaos del país que metí miles de millones de pesos en la campaña de Petro para asegurarme de que no me pateara la lonchera en su gobierno y que lo promoví mediáticamente con la ilusión de que, como en los anteriores gobiernos, algo más se le podría sacar al estado en gabelas y rentas atadas a la vez que paliaba, con la elección de un socialista exguerrillero tenebroso, mi vergüenza ante el jet set mundial de representar el epítome de la desigualdad basada en la herencia del capitalismo de amigos y privilegios.
Yo no fui de las estrellas de la prensa que legitimé el estallido social como una expresión válida y auténtica de inconformidad de los “buenos y sufridos” ciudadanos y desconocí y oculté las evidencias de su inspiración miliciana y política como antesala del triunfo del guerrillero nunca desmovilizado, ni de los que acepté que mi consejo editorial fueran los trinos del presidente y lo utilicé para mejorar mis tráficos digitales mientras matizaba el desastre ético y de gobernanza que se cernía sobre el país.
Yo no fui de los opinadores que durante décadas promoví la agenda progre y validé la violencia guerrillera con el convencimiento de las causas objetivas para promoverla y que participé del circo frenético de la paz de la Habana con fotos, aplausos, descalificaciones y mitologías y que negué su fracaso achacándolo al señor de las trizas y que voté por Petro ilusionado porque se realizaba mi sueño socialista sin necesidad salir del closet.
Yo no fui de los magistrados de la Corte Constitucional que llevé al país por la senda del progresismo radical y populista, que participé de la feria de gabelas garantistas para los delincuentes y guerrilleros que hoy siguen azotando a sus anchas a la población mientras aumentan su riqueza a la sombra de la validación del narco cultivo con la prohibición disfrazada de la erradicación aérea y la consagración de la minería ancestral con “dragones” y retroexcavadoras; que consolidé el abuso y el chantaje de minorías legitimando la afectación de los derechos de las enormes mayorías mediante la distorsión del derecho a la protesta o que con cada nueva revisión de tutelas abrí ventanas de impunidad, negocio y amiguismo.
Yo no fui de los obispos y priores de orden religiosa que crecimos añorando al cura guerrillero y que transformamos a la iglesia católica en legitimadora de violencias y terrorismos y la volvimos vocera de la degradación ética y moral de la sociedad, la destrucción de la familia y la tradición como alternativa desesperada para captar las vocaciones que no nacieron por cuenta de mi acomodo, falta de fervor y desprecio de la espiritualidad.
Yo no fui de los docentes que preferimos la comodidad y mediocridad de la convención colectiva en lugar de cultivar la excelencia, el sacrificio, el amor al conocimiento y la superación de nuestros alumnos y que permitimos el activismo revolucionario, toleramos la demagogia escolar y universitaria y la dictadura de lo políticamente correcto para evitarnos la jartera de pensar, afirmar o argumentar y largarnos temprano a casa a descansar de lo que no hicimos.
Yo no fui de los colombianos que prefirieron el voto útil y de castigo en 2022 a la consideración de mejores alternativas porque para que pensar y ocuparse de la política si es tan mala que me da asco y al final de cuentas con la suma de nuestras indiferencias no la podemos ni queremos cambiar.