7 DE AGOSTO, ¿QUÉ CELEBRAMOS?

Doscientos cinco años cumple Colombia después de haber conseguido la victoria definitiva sobre los ejércitos de la corona española en aquella efeméride gloriosa de Boyacá.  Conseguido el primer gran paso del sueño libertador en aquellos campos verdes de las montañas de Boyacá, marchó Bolívar hacia Santafé y cruzó la calle Real para sellar en la Plaza Mayor, con honores y fiestas, el día primero de nuestra Libertad.

Nueve años atrás, en julio de 1810, esta misma plaza fue escenario del estallido del primer grito de Independencia en la garganta de José Acevedo y Gómez, y ahora, la misma concurrencia que probablemente se encontraba reunida en aquel entonces y que se levantó a gritos contra la corina de España, se dio cita para recibir y vitorear al hombre que supo inspirar y conducir un modesto ejército que, en solo nueve meses de campaña, partiendo de la profundidad de las llanuras orientales de Venezuela y la Nueva Granada, por allá por la riberas del Orinoco, el Apure y el Arauca, logró reducir los también modestos regimientos españoles que defendían la autoridad del Virreinato,  para dejar libre el camino de una nueva  Nación Libre y Soberana. Doscientos cinco años hace que el mundo entendió la realidad del proyecto bolivariano de la Gran Colombia, el que se formó al unir los territorios del Virreinato de La Nueva Granada, la Capitanía de Venezuela y la Real Audiencia de Quito, todo al amparo de la voluntad libre de los ciudadanos reunidos en el Congreso de Angostura (15. Feb.1819).

Esto es lo que celebramos: el surgimiento de una Nación Libre y Soberana que hoy le da abrigo a cuatro países hermanos en todos los sentidos posibles, porque compartimos el territorio, compartimos la sangre de nuestros pueblos originarios y la cultura ancestral, compartimos nuestra sangre con tantos otros pueblos migrantes que han sido cobijados aquí, y compartimos la historia de opresión e ignominia que nos agobió por siglos y que implicó torrentes de sangre inocente entre todos nosotros, como si no mereciéramos vivir en nuestra tierra y decidir sobre nuestras vidas y destinos. La conquista oprobiosa, llevada hasta el genocidio y exterminio de nuestros pueblos, no será nunca olvidada, 

Así es que, si hay un día grande para celebrar, ¡ese es el 7 de agosto!, porque ese día marcó el final de tanta infamia, tanta avaricia, tanta locura, tanto horror. Hoy somos cuatro naciones libres y soberanas que por fin un día logramos ver claro el camino de nuestras vidas a medida que cayeron vencidos los regimientos del Rey bajo las armas de nuestros soldados, para convencernos al fin que nuestra libertad era un hecho posible, solo que era necesario “pararnos en nuestro lugar” para reclamarla con valor y decisión. Celebramos entonces que desde aquel no tan lejano 7 de agosto se hubiera hecho posible para nosotros el gozar del sacro privilegio de la Libertad.

Y celebramos, por supuesto, que gracias a ese impulso inmarcesible de la victoria en Boyacá, que debió llenar de coraje y pundonor al sufrido ejército vencedor, viniera a hacerse posible que los demás territorios de la Gran Colombia fueran quedando libres a partir de allí, de tal hito de victoria, no sin que no fuera necesario luchar, no sin que no fuera preciso disponer de ingentes cantidades de sacrificio, de valor y de coraje. El resultado, que apenas unos años después en Carabobo (1821) Bolívar saliera de nuevo vencedor y entrara en Caracas lleno gloria libertadora; otro tanto después, Antonio José de Sucre venció en las faldas del Pichincha (1822) y tomó Quito; y finalmente Sucre, el héroe en las victorias del sur y al mando del Ejército Unificado del Perú, venció en las pampas de Junín y Ayacucho (1824) para entrar con honores en Lima, dando así por concluida la campaña de la Gran Colombia.   

El 7 de agosto es, de lejos, el día más grande de la Nación. Cada colombiano, cada colombiana, sean niños o mayores, ha de saber que antepasados nuestros se pusieron de pie un día para marchar haciendo parte de un ejército de llaneros y campesinos que salió a luchar por un sueño de Libertad, sin saber si podrían regresar, y no regresaron sino hasta cuando estuvieron seguros de haber cumplido con su deber, atesorando en el alma la victoria que significó la Libertad de nuestros pueblos.  Para eso se erigió el 7 de agosto, para recordar con orgullo que somos un pueblo libre, sin ataduras y filiaciones. Es el 7 de agosto el día en el que todos y cada uno de nosotros debemos reflexionar sobre la grandeza de los hombres y mujeres que intervinieron en la descomunal aventura de la lucha por la Libertad, hoy apenas entendida y recordada por las generaciones presentes. Sí, es un día de fiesta en el que todos podemos abrazarnos sin el temor de ser impedidos.  ¡Si hay un día para una verdadera fiesta nacional, llena de alegría y alborozo, ¡ese día es el 7 de agosto!!        

Hemos comenzado por traer a la memoria de nuestros lectores los hechos de 1819, no sólo porque pretendamos resaltar el valor de la fecha que vivimos cada año, sino porque quisiéramos entenderla un poco mejor. 

La experiencia nos muestra que la tradición que se transmite por la fuerza de la voz ayuda a fortalecer los lazos de unión que les dan vida a los pueblos. No hay mensaje más poderoso que el que viene de padres a hijos, de abuelos a nietos, desde los maestros a todos aquellos niños, niñas y adolescentes que tienen la fortuna de ir a la escuela. Así se forman los pueblos. Así se maduran las sociedades. La gravedad de esta afirmación está en que las generaciones nuevas no pueden crecer sin el “mensaje poderoso” de sus mayores, porque quedarían condenadas a la ignorancia con respecto a su historia y sus tradiciones vitales, o por lo menos en total desorientación con respecto a lo que es importante para nutrir la vida política y la conducta social de cada persona.  Conocer la Historia es algo imprescindible para enriquecer la vida de los pueblos, y la Memoria oral es un recurso prodigioso que los jóvenes no pueden encontrar en los libros, y mucho menos en los teléfonos celulares, sólo en el encuentro de tradición oral con sus mayores.  Es necesario hablarles. Es necesario transportarles a los imaginarios del pasado para que puedan sacar de allí conocimientos que necesitan para interpretar mejor los hechos presentes y prepararse para la incertidumbre que entraña la visión de futuro.

Por lo tanto, sería bueno recabar qué hay en la mente e imaginación de nuestros menores y jóvenes ahora que ha pasado un nuevo 7 de agosto. Cuando nuestra hija, nuestro nieto, trata de reconstruir en su mente lo que ha escuchado en la escuela, pero no logra expresar mayor cosa, sabemos que hay un problema de conocimiento que puede resolverse muy bien si nosotros logramos sentarle para que escuche la reconstrucción de los hechos y pueda recuperar lo que tiene en la memoria.  Y tal vez sucederá igual si lo hacemos con nuestros adolescentes, solo que esperaríamos que hubiese algo de debate profundo. Así es que tenemos aquí una manera muy responsable de celebrar la fiesta ayudado a nuestros menores y jóvenes a perfeccionar su conocimiento sobre la vida de nuestros pueblos.  Ellos tienen el derecho de saber su historia, la historia de su familia, la historia de su pueblo, la historia de su país.

En 7 de agosto, desde 1888, los presidentes de Colombia toman posesión de su cargo. El primero que lo hizo, siguiendo el Mandato Constitucional, fue Holguín Mallarino.  Este ya es un hito que debemos resaltar por su valor simbólico, porque significa que es en esa fecha que un líder popular, un político destacado con seguridad, asume la Presidencia de la República en sucesión del primer Presidente que tuvo la Nación: Simón Bolívar, declarado Presidente justamente en mérito de su victoria en Boyacá.  En términos políticos – todavía en el terreno de lo simbólico-  significa que el país elige cada cierto tiempo y por vía Democrática, un líder que asume la Jefatura del Estado, al ejemplo y en emulación de lo que hizo Bolívar en 1819. No es, en consecuencia, un asunto menor, sino que se trata de la dignidad que recibe una persona por la voluntad libre y soberana de su pueblo, expresada ésta a través del voto. Esta persona erigida como Jefe de Estado representa, le guste o no, lo entienda o no, la dignidad que proviene directamente del Héroe Libertador que el propio pueblo vitoreó en aquellos días gloriosos de 1819. 

Este sería otro aspecto para celebrar el 7 de agosto, que es la fecha en la que nos reunimos los ciudadanos libres para saludar a un ciudadano que, en virtud del solemne Acto de Posesión, queda investido de la dignidad de Jefe de Estado para dirigir – como también lo hicieran Bolívar y sus sucesores-  los destinos de la Nación.  ¿Parece éste un motivo suficiente de celebración? Claro que sí, porque se trata de reconocer con orgullo y con honores que el país tiene un nuevo “comandante” escogido por el pueblo para emprender el trabajo de los años siguientes.    

Y así, cada 7 de agosto podría ser la disculpa perfecta para celebrar un nuevo año de gobierno, uno lleno de satisfacciones y aciertos; un año de grandes logros, lleno de resultados favorables; uno que podía engrandecer  la imagen del líder que se encuentra al frente de la Primera Magistratura – o la Jefatura del Estado -; uno que le haría lucir como la persona digna que supo llevar bien, con acierto, con decencia, con dedicación, con pasión por el servicio, los asuntos propios de la tarea de Estado y merece el agradecimiento de todos. Un año así, en el que el hombre que está en el cargo puede bajar las escalas de su palacio a saborear sin vergüenza y con su pueblo el dulce sabor de un aguardiente; un año en el que está siempre presente, atento, puntual; uno en el que se desempeña con absoluta limpieza y honestidad; uno en el que su equipo de trabajo muestra un desempeño excelente y no da motivos para el más mínimo reparo.  

A todos nos encantaría llegar cada 7 de agosto hasta el recinto de gobierno para brindar un saludo y agradecimiento por una tarea bien hecha.  Ya no lo hacemos, desde el momento en que la persona que ocupa el cargo no tiene ni muestra el talante de un digno Jefe de Estado, que brinde para todos motivos permanentes de celebración. Pasa el tiempo y parece no estar interesado en mejorar, así se percate que la popularidad que soñó en su campaña ya la perdió y ya no tiene el favor de su pueblo. Puede más en él la vanidad personal y el insondable deseo de hacer su gusto y su voluntad.

 

Arturo Moncaleano Archila

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