No fue en vano la bulla musical que propició su padre Escolástico Romero Rivera, al enfrentarse al mundo que encontró en Villanueva en los años treinta del siglo pasado. Era un joven de escasos quince años que traía desde Becerril toda una influencia de música, danza y narrativas, que se entrelazaron por situaciones del destino, con personas de su misma edad y mayores que él, con los que se encontró en ese cruce de caminos, en donde le enseñaron e hizo lo mismo, para construir todo un mundo lleno de sabiduría popular, que dio como resultado la historias musicales que hoy nos sirven para mostrar todo ese mundo cultural que aún se percibe, pese a lo irónico del tiempo que todo lo reduce al olvido.
Por un lado, las enseñanzas de Buenaventura Rodríguez, eje central de las operaciones a corazón abierto, de los instrumentos que entraron por el puerto Guajiro de Riohacha, para musicalizar a toda la provincia, quien sin ver se convirtió en el maestro que enseñó a todos, cómo se podían arreglar esos aparatos del que brota una música que seduce al más incauto de los transeúntes. Por el otro sendero, el nacimiento de un compadrazgo entre Emiliano Antonio Zuleta Baquero y el joven Romero Rivera, quien acaba de llegar y que a la postre, generó dos muestras sustentadas en unas familias musicales, que no tienen nada que pedirse pero que juntas, son unos ramilletes perennes de versos, músicas y melodías que hacen de su pueblo y del barrio donde nacieron, unas muestras que bien vale la pena analizar. En ese mundo quien manda es el acordeón, todo gira en torno a él.
Si hay un disgusto, un bautizo, una parranda, un recién nacido, una serenata por dar, el fallecimiento o el nacimiento de unos amores, esos botones redondos de liras agudas y bajos graves acompañados de un fuelle envejecido, permitió el paso de muchas mentes creativas, cuya voz acordeonera logra amenizar todos esos festejos, en donde el día termina confundido con la noche.
para ver bajar y subir personas, arriando a los animales cargados siempre de pan coger y luego de provisiones, que lo hizo conocer la fuerza campesina que había en su pueblo. El inicial pedido musical “quiero al compás de viejos sones/ mi amarga pena destrozar”. Todo ese planteamiento distinto le creó muchas posibilidades de construir unas narrativas, de ese entorno, de tantos apellidos revueltos por la música, que van y vienen, en donde el Díaz y el Daza se unían al Zuleta, el Romero con los Ospino y estos, con los Campo, viene un poeta, y con él, unos versos cubiertos de música distinta.
Tenía que ser así, para que la diferencia se notara y la estilística anclara sus poderosos tentáculos en esos encuentros de saberes, que está por encima de la regionalización de las músicas locales de cualquier territorio. Rosendo le hace honor a su abuelo, no solo por la música que ambos tienen, sino por esos apellidos que se unieron para fortalecer lo que cada quien tiene por separado. El tiempo demostró, las razones que le asistieron a Ana Ospino Campo y Escolástico Romero Rivera, para llamarlo así. Era una manera de poner el pasado en presente, para no dejarlo ir. Hoy Rosendo Romero Ospino es un referente que bien le hace a nuestra música vallenata, a su familia, la de hoy y la de ayer.
Él, al igual que todos los que hicieron y continúan con la tradición de hacer música, no es original, porque están imbuidos por las veinte o más mezclas que los procesos migratorios y mucho menos un creador tradicional, sino una moderna muestra con posturas posmodernas, que abren el debate que tiene nuestra música, que arranca desde lo primitivo en la jerarquía del músico desconocido, quien entre montañas, valles y sabanas se fajó la idea de construir una música sin nombre, que antes de la llegada del acordeón, ya despertaba a una comunidad mestiza Todo creció, el rol del hombre de a pie, que cantaba algo que no tenía valor, entre carrizos y tambores y los sones de indígenas, apareció el mundo de la colonización en donde la muerte se graduó y los cantos fúnebres se hicieron más evidentes como protesta frente a todo lo que rodeaba de mala manera a la nación indígena, para juntarse con la africanía traída como esclavos para hacerse la configuración de un mestizaje de variados colores, olores y sabores, que nos hace diverso y multicultural. A todo ese encuentro, le faltaba la llegada del acordeón, voz austriaca que aguantó invasiones y se convirtió en “uno de los pocos invasores que no nos ha hecho daño”, quien llegó para quedarse y ser depositario de tanta música libre que transitó sin dueño.
Esa música de parranda, luego música provinciana y más tarde, música vallenata, llena de ritmos y danzas antecesores, pulió cuatro ritmos para dejarle al mundo el paseo, el son, el merengue y la puya, como hojas de rutas inamovibles, así muchos quieran desvirtuar, agregar, polemizar y fanatizar sobre algo que no construyeron. En ese mundo ya construido nacieron muchos tan grandes o más que él. Y les tocó a sus nueve hermanos continuar con la música que heredaron por tradición, en donde es el sexto, que de viva voz han musicalizado cada momento, más, al saber que había un nuevo protagonista en esa numerosa familia musical, en donde la comadrona activa frente a su oficio eterno, vio desfilar a cada uno de ellos, para ver en la cama de lienzo al recién nacido, mientras el padre y los compañeros de festín, se dejaban ganar por la celebración. Todo fue fiesta, como suele ocurrir, en los pueblos de la provincia.
Y ese festejo hace parte de la idiosincrasia de un territorio, cuya gente se impone a los momentos más difíciles que la vida plantea, porque “la vida no hay que vivirla como uno quiere, sino como toca”. Mientras el joven Romero Ospino daba sus primeros pasos en el barrio el cafetal, donde nació el 14 de junio de 1953 en Villanueva, La Guajira, las casas distribuidas en calles raras, sin orden, le servían de escudo
Rosendo con el autor del artículo Félix Carrillo Hinojosa contemplar la neblina inmersa en los cerros del marquesote junto al ruido del río, que en forma de serpiente le hacía en silencio el quite al pueblo que crecía, la musa empezó a nacer y se vio reflejada en esos primeros cantos que tienen algo de ese ideario que lo ha acompañado siempre: ‘La caída’, merengue y ‘Corazón de oro’, paseo, en la voz de Kike Ovalle y el acordeón de Chongo Rivera; ‘La custodia del edén’, un paseo, cuya primera obra grabada en la voz de Armando Moscote y el acordeón de Norberto Romero marcaron el inicio de un camino lleno de sabiduría, que se empezó a construir, producto de muchas alegrías revueltas con llantos, cuyos versos han marcado su estilo, del que se desprende un lejos de lo ya planteado por anteriores creadores, casos especiales, Gustavo Gutiérrez Cabello y Fredy Molina Daza, dos referentes determinantes en la nueva mirada poética del vallenato.
En esa búsqueda hay obras que por su construcción rítmica no son tan de él, así las haya creado, por eso algo tiene ‘Separación’ que lo afianza pero que lo hace diferente de ‘Los grillos’, dos paseos de su naciente y en crecimiento pluma, el primero de corte romántico y el segundo alegre, grabados por Gustavo Bula y Norberto Romero, que lo impulsan a crear unos versos llenos de una madurez gratificante, que para los años de 1975 y 1976 se escuchan para bien del vallenato, en la voz privilegiada de Jorge Oñate y el acordeón del insuperable Nicolás Mendoza Daza, ‘Noches sin Luceros’ y ‘Cadenas’ que marcan su ascenso triunfal como creador. Con esas dos obras se graduó Rosendo Romero El primer canto recoge un estado compromisario con la aldea llena de sin sabores, pero también con ganas inmensas de vivir, que lo hace levantarse y cantar a pulmón abierto, en busca de un nuevo amanecer, tanto para él como para esa tierra que lo vio nacer y les ayude a cambiar la visión de lo que están viviendo, “quiero morirme como se muere mi pueblo/serenamente sin quejarme de esta pena”, si no da un paso, cae y se levanta, no puede contar su historia como lo hacen los de verdad.
Así ha transcurrido la vida del llamado poeta, que no es solo de Villanueva, sino de la Guajira, de la provincia, del vallenato, de la música bien hecha que nace en Colombia, que nos permite sentirlo como un orgullo y poder contar con su aporte, en el lugar que se pueda hablar de esta música que ya es más citadina que rural. El poeta no se quedó ahí, contando en las esquinas de nuestra nación, a donde ha llegado su música, esas aventuras ganadoras y perdedoras que la vida misma brinda.
No tuvo que hacerlo porque sus versos Cartagena de indias donde el turismo margina a los negros/ y un estudiante en huelga que grita, contra el sistema lucha compañero/ y un preso que allá en la cárcel se olvidó que gira el mundo/ y unas navidades de ingrato aguinaldo/ pa’ un anciano ciego y un gamín desnudo/ madres que van cansadas con las sandalias del nazareno/bajo la luna gira este mundo/ y se muere mi pueblo”. A todas esas verdades sociales logró ponerle música Romero Ospino.
A la problemática que encierra el amor con su desamor a cuesta, el trabajo, las continuas inequidades, el poder económico y político centrado en unas cuantas manos, la mala educación, la no apertura a una verdadera revolución de la tierra, una vivienda y un trabajo digno, al olvido, a la vanidad que ayudan a trastocar los valores. Al irse y no regresar como puerta a la muerte, el desaparecer estando vivos. Todo creador tiene una afinidad, con uno o varios intérpretes.
A él le tocó poner la obra en los lineamientos de unas voces y acordeoneros y en ese proceso tuvo la fortuna de entregar la obra justa para el intérprete inigualable. Sin dudar, soy un convencido de que ‘Mi poema’ ese que cuenta su realidad al decir, “algo en mí se está muriendo sin sentir dolor/van cayendo mis palabras como flor al río/soy serrano en tus montañas/ y al besarte soy/como un pájaro en la mano manso de cariño” y ‘Romanza’ que muestra su imposibilidad de devolver el tiempo, al narrar “que tarde fue conocerte mi amor para mis viejas canciones/te juro que no le hubiera cantado a otra mujer” eran para la voz de Silvio Brito y el acordeonero Orangel “El Pangue” Maestre.
Que solo el cantautor Diomedes Díaz y el acordeón de “Colacho” Mendoza podían darle el estado mágico que traían ‘Fantasía’, donde invita a desenmascarar comportamientos contando que “hay muchos que la adoran/otros que la desprecian/y muchas que la elogian/para verla feliz” y su ‘Son montañero’, que es la refrendación de un alter ego sano, que a muchos se les olvidó cultivar cuando manifiesta que él es capaz de cantar “un seguido de una autorreflexión sana que busca un cambio total para el joven creador, quien se reclama sin auto lacerarse, a través del verso que busca limpiar todo, “siempre egoísta me burle de sus quereres /pero el corazón me puso cadenas”.
Ya con cédula en mano, el muchacho se creyó creador y con esas dos obras rodando en diversos caminos, tenía porque creérselo. Ahí estaba él, con un nuevo estilo, para poder decir muchas de sus verdades y reproducir tantas afectaciones que le llegaban de distintas maneras. Un relatar de versos y melodías, musicalizados lo lograron, sin pedirle permiso a su creador e intérpretes, para caer balbuceado por un transeúnte, que sin saber de dónde viene esa música, la canta a todo pulmón. En esas propuestas musicales que construye Romero Ospino van apareciendo obras que caen en manos de nuevos y reconocidos intérpretes, que le dan el posicionamiento que se necesita, para afianzar lo logrado y abrir nuevos espacios que catapulten al autor/compositor, que, sin proponérselo, es distinto a muchos de su generación.
En esos caminos que va construyendo aparece lo social son montañero voy a hacer/ para demostrar de corazón/ que a mí me suena por dentro/ la música de acordeón/y que en cualquier parte yo puedo/ representar mi región”. O exaltar a la musa como centro de su universo musical, al expresar en las obras ‘Villanuevera’, que exalta el valor que encierra la mujer de la provincia al testimoniarle, “mujer que naciste en mi pueblo, cerquita al río, frente a la sierra/ por ti que el mar se me hizo cielo, sobre tu sombra Villanuevera” y ‘Canción para una amiga’, que refrenda los valores de la amistad y el amor, cuando le dice a alguien en su ausencia, “tuve miedo de decirte/que el amor es amistad”, han de lucir de la mejor manera, si son expresadas por el sentimiento de Rafael Orozco y el acordeón de Israel Romero Ospino. Pero qué decir de ‘Mi primera canción’ que recoge muchas verdades, entre ellas, que “aquel cuaderno donde estaban mis canciones/un día la Nuñe lo quemó con la basura/ pero en mi alma palpitaban acordeones/ descifrando sones, arrancados con ternura”; ‘¿Qué pasará?’, cuya pretensión poética lo lleva a hacerse una pregunta: “¿qué pasará, si yo le quito a los chilenos los poemas de Neruda, imposible dirías tú”, en la voz guajira de Alberto Zabaleta y el acordeón de Alberto Villa. Su más reciente obra grabada es el paseo ‘Me sobran las palabras’, donde reafirma el afecto del amor, una expresión que siempre está presente en su obra “y que hago sin tus lindos ojos/ y que hago yo si no escucho tu voz”, que el Binomio de Oro con la voz de Dubán Bayona hizo éxito en muchos lugares del mundo.
Es una obra con muchas expresiones posmodernas, cuya musa es María Ligia Cuellar, una mujer donde el poeta Romero Ospino ancló su inspiración y está en plena dedicación de versos como cuando inició su sueño de ser lo que por fortuna es: un creador de respeto que puede representar a nuestra música vallenata. Es de los pocos creadores del vallenato, que ha logrado éxitos en otros géneros musicales, del que podemos resaltar, ‘La Zenaida’, grabada por mención de Honor por el gran Armando Hernández, ‘Macumba Yambé’, ‘Cumbia José Barros’ y ‘Entre tambores y flautas’. Su trabajo artístico ha sido exaltado en diversos momentos de su vida. Podemos destacar:
Sayco, Honor al Mérito Folclórico, siendo presidente Jorge Villamil Cordobés – Sayco, Honor al mérito Folclórico, siendo presidente Rafael Escalona Martínez – Prodemus y Codiscos, Reconocimiento a su valiosa contribución al folclor vallenato y al engrandecimiento de la música colombiana – Corporación Festival Bolivarense, Mención de Honor, – Fundación Festival de Acordeones y Compositores El Guamo Bolívar, Mención de Reconocimiento al Aporte Folclórico. – Fundación Festival Nacional de Acordeones de Santa Cruz de Lorica, Mención de Honor. – Fundación Colonia Cesarense capitulo Barranquilla Atlántico, Homenaje y Mención de Honor -JCI Júnior Chamber Internacional Colombia, Homenaje Especial y Mención de Honor – La Corporación Unificada de Educación Superior CUN y el Festival Nacional de la Cumbia Cereté, aporte que le ha brindado a la cultura y el folclor de Córdoba especialmente al festival de la Cumbiamba. – La Alcaldía Municipal de El Carmen de Bolívar, Mención de Honor, por su invaluable aporte a la música colombiana y el fortalecimiento de nuestra grandeza cultural. – Sayco, en el marco del XIV festival del arroz y fiestas patronales de San Antonio de Padua – Badillo, en la noche de compositores otorga un Reconocimiento Especial. Además, se ha ganado varios festivales, entre ellos, San Juan del Cesar, La Guajira, Arjona- Bolívar, San Jacinto- Bolívar, San Juan de Nepomuceno – Bolívar, PatillalCesar y Ayapel-Córdoba.
FERCAHINO – Félix Carrillo Hinojosa