Desde las elecciones de 1991, el congreso pasó del 9% de participación femenina al 23%. Aún no representamos ni cuarta parte del legislativo pese a que el 51,2% de la población colombiana son mujeres. Nuestra visibilidad en la política se ve afectada por los medios y líderes de opinión que distorsionan nuestro papel político; concentrados en sucesos secundarios; limitan nuestro impacto. Creo que todo se relaciona con el género.
Según la Unidad Interparlamentaria Global, Colombia ocupa el puesto 112 de 193 países en participación de la mujer en el congreso. Superamos por unos puntos el mínimo legal de la ley de cuotas de participación femenina en las listas de candidaturas, con solo el 35%. Para el año 2018, hubo 945 candidatas al congreso, mientras hubo 1.751 hombres candidatos. El Centro Democrático ha sido ejemplo de inclusión, teniendo la mayor bancada de senadoras, siete. Le sigue el Conservador con cinco. Sin embargo, el matoneo mediático por la condición de ser mujer es muy visible.
En siete años en el Congreso mi nombre ha sido tendencia en muchas ocasiones por cuestiones de forma, relacionada con el hecho de ser mujer, y no con el fondo del debate. En septiembre del 2014, hice un discurso sobre el partido y el presidente Uribe, pero se volvió viral porque fue efusivo, y eso les extrañaba viniendo de una mujer. En mayo del 2017, un periodista usó el nombre de mi hija para atacarme, en vez de contradecir democráticamente mi propuesta de la reforma a la justicia. En el 2019 me hacían críticas sobre el peinado, pero no hablaban sobre cómo logré doblar el presupuesto ambiental del país. Durante el 2020 hablaban sobre lo que decía mi hija durante las sesiones virtuales, pero no sobre mi proyecto de escalera de la formalidad, ni sobre haber logrado romper el monopolio de producción de licores a favor de los paneleros de Colombia. Hace una semana, discutía sobre que el odio en la política debía ser contra los corruptos y delincuentes, pero se volvió viral una frase relacionada con mi favorabilidad. A esto súmele los insultos, amenazas, críticas al maquillaje, a la ropa…
Casos así tenemos todas las mujeres en política, sin diferenciar partido. Es odio hacia el liderazgo femenino. Debería ser inaceptable. Pero se trivializa diciendo si es 50% o más o menos. Está mal odiar las líderes políticas, porque no piensan como uno piensa. En democracia se debe valorar y escuchar argumentos ajenos. La democracia no es solo ganar elecciones. Es el respeto por la alternancia. No es la búsqueda de la eliminación de mi contradictor, sino el fortalecimiento de mis ideas, para que sean elegidas.
La violencia política contra la mujer ha venido creciendo en los últimos años. La Misión de Observación Electoral informa que en lo corrido del 2021 hubo 144 casos de violencia contra el liderazgo femenino. Un aumento de más del 200% comparado con 2017. Valle del Cauca, Cauca, Bogotá y la Guajira participan en más del 8% de los casos cada uno. Así mismo, este año más de 30 mujeres lideresas han tenido atentados letales.
El ambiente político para las mujeres tiene retos. Los medios de comunicación deben empezar a resaltar las ideas y las propuestas; por encima del “click”. Generar noticias de fondo sobre lo que proponemos las mujeres, en vez de titulares tendenciosos debería ser un propósito. Los contradictores y los partidos debemos empezar a profesar respeto. Respetar una mujer no es adularla, es tomarla en serio, por lo que propone, por lo que logra, por lo que trabaja.
Paloma Valencia