HISTORIA DEL PALO DE MAMÓN

El patio era amplio. A simple vista parecía tener una sexta parte se las dimensiones de una cancha de fútbol. Los límites los definía una cerca de Brasil que lo separaba de sus vecinos. Por las rendijas de la cerca se podía ver, desde los otros patios, el trajín de los moradores de la casa.

El dueño del predio, ubicado arriba en la calle de Las Flores, era Gabriel “Gabino” Daza Meza, que inicialmente hizo una ramada en el costado derecho del patio y colocó allí su banco de carpintería para seguir con su oficio que era casi una herencia de familia. En el ala izquierda del patio, posiblemente por allá en el año 1957, sembró un palo de mamón que con los años marcaría para siempre la vida de la casa y se constituiría en la alegría del vecindario.

Su esposa Tránsito Brito, a quien le decíamos “Chancho”, lo secundaba en todo, mientras cuidaba de su hogar. Formaban una pareja admirada y solidaria. Él era un trabajador incansable, además de ser un brillante músico de la banda de viento de San Juan del Cesar, conocida como Santa Cecilia. Los músicos de la banda eran reconocidos mucho más allá de nuestra propia comarca y él disfrutaba arrancándoles notas melodiosas a un bombardino. Su espíritu era emprendedor.

Como era un hombre de iniciativas y sentido progresista, reconstruyó las instalaciones del taller y su producción artesanal pasó a ser más industrializada con máquinas eléctricas que hicieron más eficiente su quehacer: taladros, cepilladoras, sierras, cortadoras, caladoras etc. El patio también lo tapiaron, pero el palo de mamón desafiante asomaba su cresta por encima de la tapia, cada día más y más, aspirando alcanzar las estrellas.

Pronto llegaron los reconocimientos y todo se movía en un ambiente de prosperidad. Muchos carpinteros reconocidos del pueblo trabajaban en sus instalaciones: sus hermanos Gustavo “Chombe” Daza y Enrique Daza, Efraín Fuentes Romero, su sobrino Sergio “Chello” González, Lucho “el Pato” Barros, Enrique “Quiqueo” Ariza y Hernando Reina, entre otros.

No sólo hacían sus propios trabajos, sino que prestaban servicios a otras carpinterías del pueblo. Todo andaba a las mil maravillas. El mundo sonreía por doquier.

Mientras la vida imponía su paso lento, el árbol del patio crecía imperceptiblemente hasta convertirse en un gigante que expandía sus ramas generosamente, por encima del techo del taller.

Pero la ruleta del destino también seguía girando y nadie advertía qué sorpresa estaba preparando.

Fue así como en el viaje de Barranquilla a San Juan del Cesar, exactamente en la Y de Ciénaga, Magdalena, la desgracia se les atravesó en el camino de regreso a “Chancho” y a “Gabino”. En un dramático y desafortunado accidente de tránsito ambos perecieron, el 1 de diciembre de 1966.

Con sus muertes ya nada volvió a ser igual. No obstante, y a pesar del dolor profundo, la familia de “Chancho” y “Gabino” no se desintegró. La mayor de las hijas, Nísida, siendo apenas una adolescente de 17 años, tomó la brújula del barco que había quedado a la deriva y lo condujo a buen puerto, así haya sido a costa de su sacrificio personal. Gracias a ella sus otros hermanos salieron adelante.

En el patio, el palo de mamón no se percató de la desgracia y siguió creciendo hasta llegado el momento en que empezó a florecer y a dar sus frutos. En épocas de cosechas los racimos de mamón abundaban y entonces la bondad también florecía en los corazones de los herederos de “Chancho” y “Gabino” que repartían entre sus vecinos el delicioso manjar. Eran grandes y carnosos los mamones aquellos. El color de la fruta se tornaba un poco rosado que los hacía más provocativos.

Era tanto el sello de la fruta que Estela, mi hermana, en uno de los tantos viajes a Medellín, fuimos al centro de la ciudad y en una frutería vio colgado un racimo de mamones y se quedó mirándolo.

Yo, al verla ansiosa, le pregunté:

¿Quieres mamón?

¡Ah, bueno!, me contestó.

De la bolsa sacó el primero y lo abrió, apretándolo con los dientes. El fruto se veía provocativo, pero ella mostró un poco su desencanto.

¡No hay como los mamones de Nísida!, dijo.

Fueron varias las historias que se tejieron bajo la sombra de aquel árbol gigante. Una vez, en época de cosecha, como era de costumbre, se reunieron varios allegados a coger mamones del palo. Entre varios estaban José Eugenio Ibarra a quien le decían “el Mono” y Felipe “Ipe” Rodríguez Suárez.

Cada quien escogió su rama y empezaron a tirar mamones a los compañeros que estaban en tierra. En una de las ramas estaba José Eugenio alcanzando los mamones más al extremo cuando de repente perdió el equilibrio y se fue al suelo. Todos los que estaban en tierra corrieron a auxiliarlo pensando lo peor. Pero José Eugenio se levantó del suelo como un resorte, sin ningún rasguño.

Felipe Rodríguez que contemplaba la escena, después del susto, se puso a reír mientras decía:

! Primera vez en la vida que veo a un mono caerse de un palo ¡

José Eugenio que no era amigo de las chanzas le ripostó enseguida:

! Felipe, yo a su familia le tengo mucha consideración, así que a mí me respeta ¡

Como la vida no es para siempre, el árbol de mamón también se enfermó y no hubo cura posible, ningún remedio pudo salvarlo, aunque tuviera todas las atenciones. El comején perforó su alma y las ramas empezaron a caer agobiadas por su propio peso. A pesar de la mucha consideración que se le tenía había que reconocer el peligro inminente que representaba tratar de mantenerlo en pie.

Con dolor en el alma había que cortarlo. Quien se puso en esas diligencias fue Patricio, el hijo mayor de “Chancho” y “Gabino”. Pero tampoco le alcanzó el tiempo para lograr su cometido. Una grave enfermedad, sin ningún miramiento con su juventud, lo llevó rápido a la tumba, el 4 de febrero de 2016, dejando un intenso dolor entre sus familiares.

Después de asimilar el duelo y medio cerrar las heridas por la muerte de Patricio, la familia se dio a la tarea de tronchar el majestuoso vegetal que por tanto tiempo dio sus dulces frutos a muchos paladares y sus ramas extendidas brindaron sombra acogedora a varias generaciones de familiares y amigos.

Dos meses después de la muerte de Patricio, en el mismo fatídico 2016, la sierra indolente cercenó sus ramas dejando en el patio un vacío tan grande como la ausencia de “Chancho” y “Gabino”. Así se cerró el ciclo vital del palo de mamón. En otro tiempo, viéndolo en el patio tan erguido y frondoso, llegué a pensar ilusionadamente que era eterno. Pero me equivoqué. La pena de no verlo ahora conquistando las alturas también me aprieta el corazón.

Mis cálculos erróneos dicen que perduró en la vida del barrio 60 años, Rafael “Jito” Daza, el menor de los hijos, dice que duró más de 60. Sean 60 o más los años que duró entre nosotros, es tiempo suficiente para no olvidarlo jamás.

Luis Carlos Brito Molina

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2 comentarios de “HISTORIA DEL PALO DE MAMÓN

  1. María Consuelo Vega Ariza dice:

    Uy!!Me revolviste el alma con tu relato, ya que Marcos y Josefa, mis padres eran muy allegados a ellos, tanto que apadrinaron a Nícida y las dos familias compartimos lindos momentos. No sabía de la muerte de Patricio ya que mi mamá era la que me informaba y desde que ella falta, casi no me doy cuenta.
    Un abrazo y sigue con tus crónicas vecinales.

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