FIGURA PETRÉA

La figura pétrea de El Libertador, a esa hora, miraba impasible los portones monumentales del palacio de justicia, donde funcionaba la corte suprema, construcción extraña a la cual no le veía armonía ninguna con el conjunto arquitectónico del lugar. Una mole en apariencia inexpugnable resguardaba a los magistrados de las altas cortes contra la probabilidad de que un grupo guerrillero quisiera asaltarlos en cualquier momento para cambiar el sentido de los fallos de la corporación más representativa del poder jurisdiccional.

En aquellos años las sangrientas guerras civiles eran cosas del pasado. Y los grupos alzados en armas estaban reducidos por la fuerza a una lucha sin futuro en los remotos llanos orientales. Sin embargo, diez años más tarde, la edificación de impenetrables muros de piedra maciza sería el escenario de la más brutal batalla en casi doscientos años de tormentoso discurrir republicano. Aquella mañana el cielo estaba cubierto por las nieblas, como en cualquier otra de las alboradas plomizas de noviembre. Soplaba desde los cerros orientales un ligero viento, como en ráfagas de aire frío, surgido desde las gargantas profundas de Monserrate o Guadalupe. Un poco antes de las once, comenzaron a circular versiones por los alrededores de la plaza en el sentido de que un comando armado del grupo guerrillero 19 de abril había entrado por el sótano a las instalaciones del palacio de justicia con el fin acordado de tomarlo por asalto.

Un par de horas más tarde, la opinión pública estaba estupefacta, enterada al detalle de las escaramuzas de quienes ponían en grave peligro la supervivencia de las instituciones políticas del país. Se sabía con certeza que el grupo de insurgentes había asesinado a los vigilantes del palacio para poder entrar sin dificultades. Los guerrilleros forzaron su ingreso mientras disparaban en forma indiscriminada a quienes encontraron al paso hasta alcanzar los dos primeros pisos de la edificación. Ya cuando un segundo grupo de rebeldes quiso entrar por las puertas en las que habían segado la vida de los centinelas para llevar el armamento necesario a la refriega por las escaleras hasta el último de los pisos adonde se hallaban los guerrilleros, los nuevos defensores, reforzados, ante la urgencia de las circunstancias, por los cadetes del batallón Guardia Presidencial, lo impidieron con aplomo.

En ese instante, el palacio estaba no sólo más vigilado, sino rodeado por soldados de varias compañías, traídos desde los distintos cantones militares de la capital. En las primeras horas de la tarde, los insurgentes dieron a conocer sus exigencias para liberar a los magistrados de la corte suprema, tomados como rehenes en el delirio demencial de los subversivos. Andrés Almarales, quien en nombre de los guerrilleros estaba al mando del operativo para tomar por la fuerza a los magistrados de la sala penal de la corte, anunció desde las primeras horas de la tarde, en medio de la confusión del fuego cruzado en el interior del edificio, la apertura de un juicio criminal al presidente de la república en la sala de audiencias del alto tribunal, con miras a establecer la responsabilidad de Belisario Betancur por sus supuestas omisiones en el fracaso de los acuerdos de paz suscritos con la cúpula de los insurrectos desde un año antes.

La proclama revolucionaria lanzada por el grupo, fue recibida por el gobierno como un golpe a perfidia de quienes habían respondido con violencia a su generosidad ilimitada.

Idy Bermúdez Daza

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