AÚN NO ESTÁ CLARO: EL PRESIDENTE PETRO, EN LA ANDI

Las oportunidades para marcar derroteros de política pública en nuestro país guardan una estrecha relación con las asambleas que realizan los gremios de la producción, durante las cuales se aglutina un significativo grupo de actores vitales para nuestra salud económica y política.

En el caso más reciente, la asamblea de la ANDI celebrada en el caribe durante la semana que termina, la curiosidad era doble: Empieza un gobierno y empieza una línea política en el poder de rumbo diferente a las tradicionales en la política colombiana. Un verdadero evento taquillero. Es el primero de muchos acercamientos entre la productividad y el gobierno, llevado a cabo con diálogo respetuoso y preciso, sin tapujos ni hipocresías.

Los elementos con los cuales aparecen los ánimos indispensables de colaboración de parte y parte aún registran alguna claridad, con vacíos por obvias razones de recelo y confluencia de objetivos. Sin duda, para todos nosotros es fundamental que las organizaciones privadas, representadas en ese gremio, y la cabeza del gobierno que inicia lleguen a remar hacia el mismo destino. Entre otras, ¿Por qué no brindarles la misma importancia a las asambleas de los sindicatos, otro actor vital del impulso al desarrollo nacional? ¿Cuándo se realizan? ¿Son ocultas? ¿Asistirá a ellas el primer presidente colombiano de izquierda? ¿O perdieron su visión de conjunto que les haga ver las realidades nacionales?

Con una primera mirada al discurso del gobierno, se patentizan varios aspectos. El primero, el oportuno reconocimiento a la necesidad de trabajar juntos. La articulación de los protagonistas de la novela productiva nacional es indispensable. Nada saca un gobierno, como bien lo acepta Petro, en afincarse en demostrados fracasos de estatización, cuyo recorrido histórico evidencia la capacidad inalcanzable del estado en cubrir las tareas que se ofertan en una sociedad, con menosprecio de la principal razón por la cual estamos en este mundo: ejercer nuestra libertad y, ahora sí vale la pena usar el término, luchar por ella en todos los ámbitos posibles. Tanto la política como aquella que nos permite ejercer una actividad a nuestro gusto, en lo posible, con las limitantes propias del nivel de desarrollo en el que actuamos.  Esa soberanía, que han puesto como término de moda los llamados a altos cargos del gobierno de la línea “dura” de la izquierda, empieza por la base de la sociedad que se pretende como tal, y basa su sinonimia con la libertad, para que desde el individuo se ejerza en pleno, con abundante aprovechamiento comunitario.  El ejemplo por imitar, mencionado insistentemente por nuestro presidente, el de la Corea democrática, nos lleva a encontrar en su búsqueda de caminos uno al menos que no genere algunos de los conflictos que visualizábamos.

Con inquietante perplejidad, destacamos en segundo término el reducido alcance que dio el presidente a solo dos temas de la amplia y vasta cobertura empresarial: aquellos de la industrialización del campo, con enormes vacíos sobre el desconocimiento de la propiedad que vocifera la min-agricultura, y los de las energías alternativas. Son apenas unos puntales del cambio que quiere impulsar, pero no se lograría una poderosa transformación industrial en Colombia sin darle mayor perspectiva a sectores que colaboren con la transformación de los varios elementos de consumo que se requieren para el loable reto de acabar con el hambre en nuestra sociedad y de determinar una sólida política industrial que en buena hora hace propia el presidente.

Pero lo que más dudas me ha dejado es la poca precisión que hizo del papel del estado en todo este relacionamiento. Se observa que no lo tiene claro aún. Que ganar con argumentos de conflicto no implica gobernar sin instrumentos de concertación. Destaca Petro la expresión del rol concertador que tiene ese gran poder acaparador de decisiones y distribuidor de beneficios; sin embargo, sus incertidumbres sobre hasta dónde llegar con ese poder deberían mirarse como una bondad, hasta cuando no se demuestre lo contrario.

Queda por analizar hasta dónde las mentes fanáticas que ha designado en carteras claves puedan practicar los lineamientos presidenciales y moderar sus altisonantes animadversiones con las bases de la subsistencia económica actual. El tema minero energético, postergado por el presidente con astucia durante su discurso de clausura, acapara todas las cámaras. Indispensable mencionar la ausencia de sindéresis cuando se habla de soberanía energética, pero al mismo tiempo se propone depender de Venezuela (¡hágame el bendito favor!) para el consumo futuro del gas, clave en la elaboración de alimentos en las familias y en procesos industriales por ahora sin alternativas de sustitución. Desde los actuales momentos geopolíticos de los impulsores de la aceleración del control climático nos gritan que no hagamos tonterías, por cuanto cualquier previsión de cero-neto de emisiones implica contabilizar el tiempo en décadas, varias, no en cuatrienios.

Que no nos toque repetirles la frase de Nietzsche con la que nos enseñó que el fanatismo es la única fuerza de voluntad de la que son capaces los débiles.

Nelson R. Amaya

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