A LA VISTA DE TODOS: EL DOMADOR DEL CIRCO, MORDIDO POR EL PRIMER FELINO HAMBRIENTO

La realidad se manipula con mucha frecuencia en nuestro estado de democracia.  Algunos convencidos de sus razonamientos, y otros muy persuadidos de que confundiéndola con la mentira logran favores populares para la consecución o ejercicio del poder. El ocultamiento de algunos hechos, el subrayar unos más que otros, el énfasis en una interpretación, las veces que se repite su ocurrencia, se vuelven formas comunes para dar a conocer la vida diaria por parte de todos, ya graduados de medios de comunicación a través de las redes sociales. Otros, por su parte, se someten a la narración fidedigna; pero el acento es ineludible, forma parte indispensable del ser humano, sobre todo cuando está de por medio la secuencia de la vida del estado de derecho.

La alteración de la carrera por las reformas, ocurrida con los hechos lamentables de conflictos internos al más alto nivel del gobierno en los días pasados, dejó ver esa permanente puja por buscar el mayor o menor impacto en las gentes colombianas, como consecuencia de la manera como se divulguen. El más osado y pretencioso, el presidente Petro, acude al fantasma de la paranoia y culpa a la prensa por el conocimiento que tuvimos todos, los petristas, los anarquistas y los de la derecha, de las pujas palaciegas. Su desbocado propósito de ocultamiento, ni siquiera de interpretación de los hechos, lo hizo saltar de susto cuando lo atacó el león del circo que él mismo creó para buscar sus reformas, con su mezcolanza de actores. El domador de la arena fue mordido por el primer felino hambriento, delante de toda la concurrencia. Algunos distraídos no vieron el tarascazo que le propinó. Pero el recuento hecho por los vecinos de tendido no dejó duda de que se trataba de los más añejos pleitos, de las más viejas mañas con las que se pervierte el ejercicio del látigo para controlar los colmillos de los ambiciosos del poder. Nunca es suficiente la voracidad con la que se ataca el mando, ni tampoco es bastante la astucia para evitar que aflore la codicia. No hubo telón que se bajara lo suficientemente rápido como para evitar que se difundiera la noticia del mordisco al primer mandatario. Ni habrá lugar donde no se conozca ni se pregunte por estas andanzas.

Acude el presidente a su acostumbrado arsenal de populismos eufemistas. Exhibe a la vicepresidente, con quien pocas veces sale, para decir que resplandece por los pasillos de los medios de comunicación por su negrura, y arranca aplausos de los pocos áulicos que lo acompañaron a denostar de los medios transcriptores de audios de su círculo privilegiado. Evoca las cadenas, cual vulgar culebrero que piensa que los demás no piensan y se dejan impresionar por peroratas de junio, que no llegan a veintejulieras. La señora se presta para la puesta en escena. Lamentable.

El primer parangón que se nos ocurrió a todos, aun cuando algo prematuro, fue con lo ocurrido hace treinta años, cuando pasó a la historia una grabación que le hicieron a un periodista al servicio del cartel de Cali, con el jefe de esa mafia: “Estoy en un teléfono seguro”, decía, sin saber que para la inteligencia gringa no hay eso. Sus diálogos terminaron siendo difundidos a todo lo largo y ancho del país. Aun cuando mucho va de la capacidad de grabación de esa época a la de hoy, cuando cualquiera puede darse el lujo de registrar las afirmaciones de otra persona en un teléfono celular “medio” inteligente, la diferencia en el tiempo entre la ocurrencia de los hechos y el conocimiento público de ellos sigue siendo amplia. Según registra el libro escrito por los periodistas de la revista Semana de la época, “El presidente que se iba a caer”, desde diciembre anterior ya la Secretaría de Estado había avisado al mandatario que terminó siendo electo en el 94, que corrían las voces amplias de la infiltración del cartel en su campaña. Pero fue días ante de la segunda vuelta cuando con unos casetes entregados al candidato derrotado, Andrés Pastrana, supo primero el gobierno y luego la ciudadanía en general que la sospecha de dicha “colaboración generosa” era más que demostrable. Igual ha sucedido ahora, cuando La Semana de hoy tardó varios meses en enterarse y publicar los intríngulis del circo actual, luego de la grotesca novela que comenta todo el mundo.

Sin embargo, resalta la diferencia de responsabilidades de esos momentos con los actuales: Ahora responden ante la ley por los delitos cometidos en campaña, referidos a su financiación, tanto el candidato como el gerente. Insisto en que es apenas una denuncia hecha pública desde sus propias trincheras, pero las verificaciones de las autoridades competentes nos dejarán conocer todo el entramado del que nos hemos venido enterando con varios meses de atraso.

Imposible no vislumbrar las dimensiones y repercusiones internacionales a cuenta de esta situación. Inconveniente que nos pase como hace treinta años, cuando el costo de la decisión que tomó el mandatario de permanecer en la presidencia aún lo estamos pagando. Si lo inocultable de hoy no se vuelve verdad y sanción judicial, tendremos un lastre de otros treinta años de ignominia.

Lo último en el platanal: TC Dávila de Policía asignado a seguridad de Presidencia y vinculado al caso del polígrafo de la niñera de marras, aparece muerto, luego de anunciar su colaboración a fiscalía. Cualquier parecido con la muerte de Álvaro Gómez Hurtado, hace treinta años, por el proceso ocho mil, no es pura coincidencia. Exigimos prontitud en resultados investigativos.

Nelson R. Amaya

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