LA COFRADÍA DE LOS PERDEDORES

“Perder es ganar un poco” fue una frase acuñada, gracias a la tergiversación periodística, por el exdirector técnico de la Selección colombiana de fútbol para alertarnos sobre la necesidad meritoria de reflexionar sobre el aprendizaje basado en la derrota y en las lecciones que afloran en cada tropiezo del deporte y de la vida. Perder, como insignia de la enseñanza, no deja ser una utopía abducida por la esperanza y el sonido del lamento de quienes intentan remendar los fracasos. Fracasos que en algunos ámbitos de la existencia rinden tributo al arrepentimiento y a la autocompasión almacenada en la ligereza colectiva y el orden social impuesto.

Invertir la frase también reviste asidero en la discusión; pues, en muchos campos, “Ganar es perder un poco, o incluso todo”. En la política, donde cada cuatrienio se juega el destino temporal o atemporal de los pueblos, los resultados adversos a la racionalidad muchas veces llevan a los electores a profetizar sus propias desgracias. Elegir por elegir no puede ser una opción recurrente y malformada de la democracia. Salirle al quite a la cualificación de los candidatos en beneficio de la simpatía, el carisma, la opulencia o el descaro no pueden ser siendo el ritmo danzante de las elecciones en nuestra región. Debemos comprender que, ganar puede representar para un ciudadano del común la vanagloria etílica de una noche de jolgorio, pero a posteriori, ser el dolor de cabeza producto de la resaca sinfónica que producen las marcas en el tarjetón sobre el rostro de un redentor o redentora. El trámite electoral no solo invita a apostar la mejor opción, que luego, y por desgracia, será la peor, sino a elevar las preocupaciones ciudadanas al arbitrio de la conciencia, la objetividad y la expresión emancipada.

El prurito de ganar por ganar no puede ser la única obsesión de las masas. El deber ciudadano invita a pensar antes que marcar, a discernir antes que vitorear, a analizar propuestas antes que arengar. Por esas razones inicuas y simpáticamente erradas, es que la democracia moderna luce desteñida y se rinde a merced del yerro, el clientelismo y la ligereza sufragante. No basta con ganar instantes de felicidad, se debe aprender a perder un poco en lo individual para ganar mucho en la construcción de comunidades modernas gobernadas inteligentemente y no por los caprichos de la kakistocracia y sus deformaciones. Necesitamos gobiernos y gobernantes, donde los lemas y frases de cajón dejen de ser los gritos de batalla del mercadeo político de quienes descaradamente posan como los reyes del timo y la mentira disfrazada de verdad.

Apreciados lectores, ganar siempre sebe significar ganar, así de simple, sin acepciones misteriosas y sin las falencias del buen promesero. Si, sin matices baladís, donde primen los compromisos y apegos a la verdad del triunfo que a grito de euforia se esfuerza por convencer al convencido y entusiasmar a quien yace entusiasmado por sentir propia la victoria ajena. Y aunque, en medio de la muchedumbre destaca el esplendor sonoro, no siempre la ganancia es evidente y elocuente. Pues, generalmente los dueños de las victorias electorales disfrutan de festejos poco llamativos, pero eso si precisos en las anotaciones contables de las acreencias a cargo de los nuevos elegidos. Porque como lo dijo un economista, al cierre de la jornada, todos los capitales, tanto los financieros, políticos, económicos y hasta los morales, queda hipotecados a los únicos dueños de la razón y de los premios mayores: los prestamistas y especuladores.

Al final de los escrutinios, luego de agotadoras jornadas de reconteo, las riñas entre los distintos simpatizantes y los cansancios del festín, queda demostrado que los electores no son más que instrumentos de uso y poco valor, que conforman, tal cual el nombre del cuento del escritor Carlos Busqued, Una cofradía de perdedores.

 

Arcesio Romero Pérez

Escritor afrocaribeño

Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI

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