Como les consta a los lectores de mis columnas de opinión, en varias ocasiones he planteado reflexiones sobre el comportamiento ciudadano y su impacto en la sociedad. No es raro enterarnos diariamente de noticias sobre grandes escándalos de corrupción que involucran a políticos y empresarios, pero rara vez nos detenemos a pensar en la manera en que contribuyen nuestras acciones diarias, por pequeñas que sean, a este mal que tanto criticamos, ya sea por acción o por omisión.
Es la falta de cultura ciudadana, ya sea por dejar hacer, dejar pasar, o participar de manera activa en los hechos; es una forma de corrupción que afecta la convivencia y el bienestar común.
La corrupción no se limita a los actos ilegales o a los grandes desfalcos, obras públicas inconclusas, sobornos, sino que, en esencia, es el abuso del poder para obtener beneficios personales, lo cual puede manifestarse en diferentes formas de la vida diaria.
Por eso considero que, por ejemplo, algo tan simple como el ciudadano que no respeta las normas de tránsito y pone en riesgo la vida de otros, corrompiendo el orden social porque refleja una falta de respeto por las leyes y los demás miembros de la comunidad.
Colarse en el sistema de transporte masivo no solo es una infracción, sino también una manifestación de corrupción. Cada persona que se cuela está robando un servicio por el cual no ha pagado, afectando la sostenibilidad del sistema y perjudicando a quienes cumplen pagando el pasaje. Este tipo de acciones demuestran una falta de ética y de respeto hacia los demás usuarios. Sin embargo, esos que se cuelan son los primeros en salir a las calles a protestar contra la corrupción…
La omisión de acciones que son necesarias para el bienestar común también juega un papel crucial en esta dinámica.
No denunciar un acto de corrupción, no intervenir cuando vemos una injusticia o no cumplir con nuestras responsabilidades cívicas son formas de corrupción pasiva. La indiferencia y la apatía ante estos problemas son formas de complicidad que contribuyen a la corrupción social. Es aceptar como bueno lo que está mal hecho.
Todos vemos personas arrojando basura en la calle, sin considerar las consecuencias ambientales y sociales de sus acciones. Este acto, aparentemente inofensivo, es una muestra de desprecio por el espacio público y por la comunidad. Al no asumir la responsabilidad de nuestras basuras, estamos corrompiendo el entorno en el que vivimos.
En el ámbito educativo, la falta de respeto hacia los profesores y hacia las normas de convivencia también es una forma de corrupción. Esta falta de cultura ciudadana en las escuelas y universidades tiene consecuencias a largo plazo, ya que forma ciudadanos que no están preparados para vivir en sociedad de manera responsable y ética.
Cuando el contribuyente decide no pagar sus impuestos, está privando al Estado de los recursos necesarios para suministrar los servicios básicos a la comunidad. Este acto, aunque sea individual, tiene un impacto colectivo de gran significado.
Cuando el ciudadano no respeta las filas en los lugares públicos, es un comportamiento que puede parecer trivial, pero refleja una falta de consideración por los demás y contribuye a una cultura de desorden y desconfianza.
El mal comportamiento ciudadano en todos los aspectos de nuestras vidas, ya sea por acción o por omisión, es una forma de corrupción. Cada pequeño acto deshonesto, cada incumplimiento de las normas y cada omisión de nuestras responsabilidades cívicas contribuyen a perpetuar un sistema corrupto y a dañar la convivencia y el bienestar común. Por eso tenemos que asumir nuestra responsabilidad y trabajar juntos por una sociedad más justa y equitativa, fomentando una cultura de respeto, responsabilidad y solidaridad en todos los ámbitos de la vida. Esto implica educar a las nuevas generaciones en valores cívicos y éticos, y promover el cumplimiento de las normas y leyes que rigen nuestra convivencia.
No podemos seguir permitiendo que la indiferencia y la falta de compromiso sigan minando nuestra sociedad. Cada pequeño acto de respeto y de responsabilidad cuenta. Es fundamental que todos asumamos nuestra responsabilidad como ciudadanos.
Y como dijo el filósofo de La Junta: «Se las dejo ahí…”
Luís Alonso Colmenares Rodríguez