La predilección por el arte de escribir con estilo, en mi caso particular, viene literalmente de la cuna. La inspiración que desde niño me puso muy temprano en la vida a soñar con el diestro manejo de una estilográfica, tiene origen en la automática y detallada observación que hacia cuando mi papá escribía cualquier cosa. Desde un cheque hasta un “papelito”, como se solía denominar a los mensajes informales que constituían una identificación alterna de mi padre. Lo retrato en mi mente con absoluta claridad, blandiendo el lapicero en el aire antes de posarlo en la superficie donde dejaría su huella.
Hace algunos días el ilustre académico guajiro, don Arcesio Romero Pérez, nos compartió a un grupo de amigos una columna suscrita por el filósofo Carlos Javier González Serrano titulada “(Necesitamos) escribir a mano”. Y como estaba ilustrada con una pluma que derramaba tinta sobre un papel, inmediatamente concitó mi interés. Dentro del texto podíamos leer fragmentos muy retadores. Por ejemplo: “Agarrar un bolígrafo nos hace dueños de nuestro cuerpo, nos une al mundo”. O este otro: “El ser humano es un ser que se da a la existencia mediante el uso responsable de la palabra”. Y finalizó su disertación con esta sentencia concluyente: “En este panorama de estrés, escribir a mano se ha convertido en un acto de sana rebelión y lúcida disidencia, en una reivindicación de libertad y en un reclamo de independencia”.
Todo ese sustento filosófico me condujo a concluir que esa predilección por escribir a mano, con belleza y estilo, no debía considerarse un asunto superfluo. De hecho, la costumbre de escribir a mano ha sido una rutina que siempre me ha acompañado a lo largo de la vida. Siendo todavía un niño, conocí un cuaderno de poesías que mi papá conservaba como un valioso recuerdo de su paso por el Colegio “Pinillos” de Mompós. Todo estaba escrito a mano, con su impecable caligrafía. Y allí estaba la honrosa dedicatoria de su profesor, felicitándolo por tan bien llevado libro. Al maravillarme con la estética y la pureza de sus páginas, mi papá me conto que su profesor de literatura lo había escogido como uno de los amanuenses que en el Colegio eran seleccionados para transcribir textos y elaborar carteleras los días sábados, y con ese emolumento lograba redondear la mesada para sus gastos personales.
Mi vida como estudiante de primaria en el Colegio “San Juan Bautista” hace que lleguen bonitos recuerdos a mi memoria, pues el profesor “Pelongo” enfatizaba la importancia de tener una buena ortografía. Y si esa cualidad se hacía acompañar de una buena caligrafía, mucho mejor, solía repetir a sus alumnos.
CALIGRAFIA es un término compuesto por dos palabras provenientes del griego. KALOS, que significa bello y la raíz del verbo GRAPHEIN, que significa escritura. Y el sufijo IA le confiere la característica de una cualidad. Por lo tanto, el vocablo caligrafía es el equivalente a decir “escritura hermosa”.
Cuando llegué a Barranquilla a estudiar en el Liceo de Cervantes, uno de los planteles más prestigiosos de la ciudad, mi profesor de caligrafía era el Reverendo Padre Manuel Santamaría, quien además se desempeñaba como Prefecto de Disciplina del Colegio. El Padre Santamaría era muy conocido por la extrema exigencia que aplicaba en su función de impartir disciplina y también por su excelsa caligrafía. Su letra parecía de molde. De tal suerte que obtener un 5 (en aquellos tiempos, la máxima calificación) en la asignatura de caligrafía impartida por el Padre Santamaría, bien podía considerarse una auténtica proeza. Pocos estudiantes lograron hacerlo. David Alonso Manotas, Víctor Esper, mi primo Javier Romero Ariza y el suscrito, tuvimos el honor de hacer parte de ese grupo selecto. Javier, además de la hermosa caligrafía que tenía y que aún conserva, era un habilidoso imitador de firmas. Y como la firma del Padre Santamaría era una mezcla de trazos hiperbólicos y hermosa letra, Javier la hacía perfecta. Y se la vendía, cual notario triquiñuelero, a los estudiantes que requerían falsificar algún permiso para ausentarse de clases o subsanar una falta. También Javier, en sus épocas de estudiante necesitado, lograba redondear su mesada, aprovechando la habilidad de excelso amanuense con que natura lo había provisto.
Durante la época en que mi madre Ángela Gámez Romero se desempeñó como Notaria de San Juan del Cesar (1975-1984), yo fungía como ayudante de la Notaria en mis vacaciones de estudiante universitario. Este detalle viene a colación porque ella ordenó empastar los archivos físicos de las Escrituras que se habían protocolizado desde los albores de la Republica, ante la inminencia de la desaparición de esos papeles amarillentos que se estaban tornando en un papel semejante a láminas de cebolla. Eran unos documentos históricos absolutamente hermosos, habida cuenta de la meticulosa caligrafía que exhibían las primeras Escrituras de las propiedades de entonces, en muchas de las cuales se leía que la transacción de un terreno, muchas veces incluía los esclavos de la misma propiedad. Era un verdadero deleite escudriñar esos papeles. Y como nota curiosa, le letra i mayúscula que hoy acostumbro usar, fue extraída de esos documentos. En un gesto parecido al de mi padre, levanto el brazo antes de escribir, por ejemplo, el nombre de Ivonne, cuando preciso hacerlo.
Después de algunos años de estar funcionando nuestra empresa constructora ACCIONES URBANAS LTDA nos dimos un regalo muy particular en la celebración de un aniversario cualquiera. Sendas estilográficas de la reconocida marca “Mont Blanc”. Los tres socios de la empresa estábamos realmente “cumbos” con el nuevo juguete. Teo lo usaba preferentemente para descrestar cuando tenía que firmar un documento importante. Hernán lo usaba con orgullo, pues sabía perfectamente que su mano estaba empuñando una joya escribiente. Pero tal vez yo era el más regocijado por la tenencia de ese instrumento. La calidad de su impresión era tan perfecta, que tenía la sensación de que esa pluma le ponía la letra bonita a cualquiera. Yo lo cuidaba con el mismo esmero, cuidado y delicadeza que les prodigaba a mis hijos. Y con ese cilindro escribiente en mis manos, tuve dos anécdotas inolvidables:
La primera sucedió en Barranquilla, en la tienda AKEL-Joyeros. Era la joyería de moda en la ciudad. Y allí llegué a comprarle una joya a mi hija Victoria Eugenia, quien acababa de nacer. Era el mes de mayo de 1988. Como era la víspera del día de la Madre, en la joyería estaban repartiendo vino y queso para los clientes. Y también tenían los servicios gratuitos de una jovencita que ejercía como calígrafa, para marcar las tarjetas de regalo de las joyas compradas en la tienda. Después de haber hecho la compra, y mientras disfrutaba el vino y el queso de cortesía, una señora estaba muy afanada porque la fila para marcar los regalos no avanzaba. Ante su ansiedad manifiesta, me ofrecí a marcarle su tarjeta. La Señora me miró como gallina que mira sal, pero creo la prisa que tenía la obligó a tomar el riesgo de que yo le marcara su tarjeta. Está bien, Señor. Por favor, márquela. Saqué mi “Mont Blanc” del bolsillo de la camisa, abaniqué el brazo como lo hacía mi padre y puse en el sobre lo que me había indicado la Señora. Su incredulidad se convirtió en una exclamación de sorpresa y agradecimiento. Y ante el alargamiento de la fila original, inmediatamente se formó ante mí una segunda fila de clientes que también querían marcar sus tarjetas de regalo. Aunque me causó pena con la señorita calígrafa contratada para eso, marqué unas cuantas tarjetas antes de abandonar la tienda.
La segunda anécdota ocurrió en Bogotá a durante un seminario de tres días, al cual había asistido en representación de la Contraloría del Atlántico. En la clausura del evento repartieron los diplomas de asistencia, pero hubo tres personas que no alcanzaron a recibir su certificado por un error al momento de la inscripción. La secretaria del evento se excusó por el impase y prometió enviarlos por correo a Manizales, donde residían los afectados, quienes se mostraron muy preocupados por la tardanza. Ella dijo que tenía algunos formatos sin diligenciar, ante lo cual me ofrecí escribir a mano los diplomas. Puse el nombre de los tres interesados, ante lo cual, otros asistentes al ver que había quedado más bonito el diploma caligrafiado que los que tenían la fría letra de una computadora, pidieron que sus certificados fueran cambiados. Creo haber marcado unos diez o doce diplomas, hasta agotar la existencia. Antes de salir para el aeropuerto a tomar el vuelo de regreso a Barranquilla, mi pulso y mi “Mont Blanc” hicieron un trabajo que fue altamente agradecido.
Aunque hay una buena colección de anécdotas de este calibre cosechadas a lo largo de la vida, la que más arraigada llevo en la memoria y en el corazón, es el trajín que me produjo complacer a mi hija Victoria, quien anhelaba que las tarjetas de su matrimonio llevaran la impronta de su letra más admirada. La letra de su Papá. Y Dios nos dispensó a los dos ese honor y ese deleite.
Orlando Cuello Gámez
Orlando tu escrito me llena de nostalgia cuando nombras a tu papá haciendo referencia a la caligrafía y a sus escritos. Mi padre también tenía una caligrafía hermosa le encantaba escribir poesías y anécdotas, siempre permanecía con un bolígrafo en el bolsillo de su camisa, ese era un accesorio que no podía faltar.
En cuanto al arte de escribir no lo podemos abandonar, este nos ayuda a tener memoria y a practicar para una buena redacción. A las personas se les está olvidando escribir y por consiguiente no tienen buena caligrafía ni ortografía. Ojalá los jóvenes de hoy aprendieran caligrafía.
Con esas anécdotas que cuentas sobre ti, me imagino como deben ser esas letras de estilo que manejas. Espero me llegue una tarjetica hecha por ti.
Un abrazo
Gracias, Emma, por ese amable y cariñoso comentario
Gracias, Landy. por tan hermoso escrito y tu invitación a retornar a nuestro nostálgico pasado. Me uno incondicionalmente a la campaña que por revivir esa práctica has iniciado con el paisano wayú Arcesio Romero y el atro académico mencionado por Arcesio. Como dato anecdótico te cuento que desde hace unos 15 años todas mis comunicaciones las hago a mano con mi adorado Montblanc, un papper mate negro que compré en la tienda de la Comayita… y todavía existe. En algunas ocasiones he tenido por problemas porque algunas entidades, sobre todo gubernamentales, me han objetado mi correspondencia y estúpidamente han tratado de rechazarla porque «TIENE QUE SER ESCRITA EN COMPUTADOR». Sencillamente los he mandado al carajo
Gracias, Perico, por tus palabras.
Y todo aquel que privilegie la escritura del computador sobre el texto manual, merece ser enviado al carajo..!
Muy chevere la historia de la caligrafía!
Es un arte q también admiro! Ese don y prodigio lo tenía mi Madre también, Otty Restrepo de Pimienta, con una caligrafía hermosa! Mi hermana Denis lo heredó también y tengo una tía política, mi tía Gloria de Pimienta quien también tiene una caligrafía hermosa!!!
Felicitaciones por ese arte, y don con las manos! Saludos a Voncha!🤗
Landy muy interesante este escrito sobre la caligrafía. Que hermoso recordar a pelongo donde fueron tus primeros pininos y en todo tu recorrido lograste una excelente caligrafía. A tal punto que tu hija te escogió para marcar sus tarjetas del matrimonio. Felicitaciones mi Landy por tan hermoso escrito. Abrazos para mi Voncha
Comparto contigo Landy el gusto por la caligrafía en el colegio y la universidad me encantaba hacer las carteleras, hasta cartas de amor a mis amigas que me metieron en líos, porque al ser tan bonita mi letra la mandaban sin pasarlas a su letra y uno de esos resolvió que estaba enamorado de la que hacía las cartas. Ahora comprendo como enamoraste a mi Voncha, un buen escrito en una buena letra enamora. Un abrazo
Hola Orlando: excelente artículo. Toda mi vida he admirado a las personas que tienen aptitud para la caligrafía. He intentado aun en mi vejez practicarla pero no, lo único que escribo bien es la efe que no la marco aquí porque me da vergüenza. Un abrazo que espero extiendas a mi querida Ivo.
Orlando. No tengo ninguna duda de que tu Caligrafia es tal cual la describes.Pero admiro mas la facilidad co. que me transportas en el tiempo y me haces vivir con tu narrativa un momento eapectacular.Dios te siga bendiciendo