AFRODESCENDIENTES: LA SEXTA REGIÓN Y EL RIESGO DE LA EXCLUYENTE AGENDA AMBIENTAL GLOBAL

La COP16 (Conferencia de las Partes de la Organización de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica) celebrada en Cali no pasó desapercibida para las comunidades afrodescendientes, que por primera vez fueron incluidas en el discurso global sobre biodiversidad. La inclusión del punto 8J en la declaración final reconoció su papel en la protección de territorios claves para la biodiversidad en América Latina. Sin embargo, detrás de este gesto simbólico se esconden profundas contradicciones y riesgos que amenazan con reducirla a una formalidad sin efectos reales.

La llamada “Sexta Región” hace referencia a los pueblos de la diáspora africana en América Latina y el Caribe, un concepto promovido por la Unión Africana para reconocer a estos descendientes como parte integral de África, incluso desde el otro lado del Atlántico. Con más de 150 millones de afrodescendientes en América Latina, según cifras de la CEPAL, esta región representa una fuerza social y cultural clave que ha sido históricamente ignorada en las agendas internacionales. A nivel de conservación, el Banco Mundial señala que los territorios habitados por estas comunidades albergan cerca del 24% de la biodiversidad de la región, una cifra que demuestra el rol ambiental crucial de estos pueblos. No obstante, en la práctica, el reconocimiento simbólico de la Sexta Región todavía está lejos de traducirse en recursos, autonomía y apoyo efectivo.

Un problema crítico es el acceso a fondos de conservación, un recurso que, a pesar de las promesas, sigue siendo escaso y está controlado en gran parte por intermediarios y grandes ONG internacionales. Aunque se ha estimado que América Latina requiere al menos 11.000 millones de dólares anuales para la conservación de sus ecosistemas, solo una fracción mínima de estos fondos llega a manos de las comunidades afrodescendientes. En países como Colombia, los proyectos de conservación suelen estar dominados por consultoras y ONG que imponen sus propios enfoques, frecuentemente desestimando las prácticas y conocimientos ancestrales de estas comunidades. Así, aunque el punto 8J representa una oportunidad, el riesgo es que termine siendo solo un gesto simbólico en el papel mientras los recursos siguen siendo desviados a intereses externos que excluyen a los afrodescendientes.

La situación se vuelve aún más preocupante si analizamos las perspectivas de África hacia la diáspora en América Latina. En teoría, la Unión Africana ha promovido el concepto de la Sexta Región para fortalecer los lazos con los afrodescendientes en las Américas, pero la realidad es que esta relación se basa más en la retórica que en el compromiso tangible. Los propios países africanos enfrentan problemas de financiación interna y limitaciones en la implementación de políticas ambientales. En el contexto de la COP16, los líderes africanos manifestaron su deseo de que la diáspora participe en iniciativas de conservación, pero no ofrecieron un plan claro para facilitar esta colaboración ni fondos específicos para materializarla. Así, se corre el riesgo de que la hermandad con África se quede en discursos de ocasión, sin que se fortalezcan vínculos reales ni se construyan redes de apoyo mutuo.

Para las comunidades afrodescendientes de América Latina, este panorama de falta de apoyo y recursos se suma a una realidad marcada por el racismo estructural y la discriminación. Un estudio de la CEPAL muestra que cerca del 60% de los afrodescendientes en la región vive en condiciones de pobreza o vulnerabilidad, lo cual agrava los obstáculos que enfrentan para acceder a proyectos de conservación y financiamiento directo. En lugar de ser reconocidos como actores protagónicos en la defensa de sus territorios, muchas veces se le relega a un papel marginal o se les utiliza como recurso simbólico para engrosar informes de sostenibilidad. La paradoja es que mientras estas comunidades son las que han habitado y cuidado estos ecosistemas, los recursos y el control de los proyectos terminan en manos de terceros.

Por otro lado, el concepto de la Sexta Región podría, en teoría, servir para crear una coalición de comunidades afrodescendientes que ejerzan presión en la agenda ambiental global. Sin embargo, para que este sueño se materialice, es necesario que la comunidad internacional y los propios países africanos asuman una postura clara y comprometida con la financiación y la autonomía de estas comunidades. En la práctica, esto implica que el punto 8J debería estar acompañado de políticas específicas que garanticen el financiamiento directo a los afrodescendientes, reconozcan sus prácticas tradicionales y respeten su derecho a gestionar sus territorios. Sin estos cambios estructurales, el riesgo es que el concepto de Sexta Región se quede en una figura retórica sin efecto alguno sobre el terreno.

En definitiva, lo que les espera a los afrodescendientes de América Latina es un escenario incierto y, en muchos casos, hostil. La inclusión del punto 8J en la COP16 representa una promesa, pero una promesa que enfrenta una serie de barreras estructurales y políticas. Si no se supera esta lógica de exclusión, el reconocimiento de los afrodescendientes como guardianes de la biodiversidad no pasará de ser una anécdota en el discurso de la COP16. La historia demuestra que las palabras, por más bien intencionadas que sean, solo cobran fuerza cuando están respaldadas por acciones concretas y recursos adecuados.

Para que la Sexta Región se convierta en una fuerza real en la conservación global, la comunidad internacional debe comprometerse más allá de la retórica. Es fundamental que los fondos destinados a la biodiversidad no sigan quedando en manos de intermediarios, sino que lleguen directamente a las comunidades que, generación tras generación, han conservado y protegido estos territorios. La oportunidad está sobre la mesa, pero el riesgo de perpetuar las mismas estructuras de exclusión y control sigue siendo alto. De no tomarse decisiones firmes, las comunidades afrodescendientes continuarán siendo protagonistas invisibles de una lucha global que exige su reconocimiento no solo en palabras, sino en los recursos y la autonomía para ser los auténticos guardianes de su tierra.

 

Arcesio Romero Pérez

Escritor afrocaribeño

Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI

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