Los actos de extrema crueldad que rodearon la muerte de Sara Millerey, la joven trans asesinada en Bello, Antioquia, envían un siniestro mensaje a la ciudadanía: el de la naturalización de la transfobia. Esta puede ser definida como el odio, el rechazo y la discriminación hacia las personas *transgénero, transexuales o no binarias* por su identidad o expresión de género. Incluye actitudes, acciones y discursos que niegan sus derechos, las patologizan o las excluyen. En Colombia va más allá de un simple rechazo social y puede significar la muerte de personas como Sara, ocurrida a plena luz del día y en presencia de ciudadanos cuya actitud, vista desde la perspectiva más benigna, puede ser calificada de cómoda indiferencia.
No se trató en este caso de la actuación sigilosa de un asesino en serie que opera en lugares apartados bajo la oscuridad de la noche. No, en este caso algunos testimonios indican que los autores de la muerte de Sara se quedaron a presenciar con deleite el fatal desenlace de su manifiesta sevicia. No satisfechos con esto se difundieron videos en las redes sociales dirigidos a justificar su muerte. Es inquietante que algunos medios de comunicación regionales que difundieron el crimen recibieran panfletos amenazantes.
Las personas trans no nacieron con lo que ciertos sectores llaman con notoria aversión “ideología de género”. Ellas han existido a lo largo de la historia de la humanidad. Muchas sociedades creen que ciertos seres tienen un género fluido que puede cambiar en determinadas circunstancias y eventos. En la India existen las comunidades Hijra desde hace muchos siglos. Son respetados en la fe hindú y su presencia es requerida en ciertos actos religiosos y ceremonias. Los vientos son considerados en algunas cosmologías amerindias como seres ambiguos que pueden aparecer en algunas narraciones como masculinos y en otras como femeninos.
La transfobia se expresa en una discriminación institucional concretada en barreras de acceso a la salud, la educación y el empleo. También en su patologización que consiste en tratar a las personas trans como si padecieran una enfermedad. Peor aún, como si padecieran una enfermedad contagiosa que pone en peligro a la mayoría heterosexual. Surgen así las identidades predatorias de las que nos habla Arjun Appadurai en su obra El rechazo de las minorías, aquellas que se forman cuando un grupo que se considera mayoritario se siente amenazado y se define por la necesidad de eliminar a otras identidades.
La conducta soberbia de quienes causaron la muerte de Sara Millerey no se fundamenta solamente en el poder armado o económico de una simple organización delictiva. Probablemente sus perpetradores creen interpretar la voluntad de una mayoría que se siente amenazada y ven una tácita aprobación en el silencio de los demás ciudadanos. Este crimen de odio no solo pone en evidencia la crueldad y el poder material de sus perpetradores, sino que refleja también su miedo. Un miedo descomunal que se esconde detrás de un pérfido biombo ideológico. Por ello la respuesta institucional frente a los responsables de esta especie de sacrificio humano debe ser pronta y contundente pues no se debe naturalizar la transfobia.
Weildler Guerra Curvelo