En la trayectoria de más de dos décadas, Pluma Dorada ha recorrido aulas que no solo se diferencian por sus paredes o su ubicación, sino por las historias, rostros y realidades que en ellas respiran. Lo que le ha permitido llenar la página en blanco desde la tinta fina de pensamiento, ha transitado desde la ruralidad más apartada hasta las ciudades más dinámicas; desde las aulas multigrado en escuelas veredales hasta auditorios universitarios y salones de formación técnica. Ha trabajado con niños en etapa preescolar, estudiantes de primaria, adolescentes de secundaria, jóvenes en la media vocacional y adultos en educación superior. Cada contexto ha sido un universo, cada estudiante, un territorio por descubrir.
En ese tránsito, se ha encontrado con dos tipos de docentes: aquellos que se arraigan a un solo grado y a una misma escuela, y aquellos que, como viajeros pedagógicos, han aprendido a adaptarse, transformarse y reinventarse en cada experiencia. Mientras unos se conforman con repetir fórmulas, otros viven en un constante ejercicio de pulir su oficio, conscientes de que la educación es un espejo que se limpia todos los días para reflejar lo mejor de la humanidad.
El maestro que ha caminado diversos caminos sabe que no todos los estudiantes llegan con la misma historia. Algunos provienen de familias campesinas que valoran la tierra más que los libros, otros pertenecen a comunidades indígenas que guardan saberes ancestrales, y muchos habitan la urbe con sus ritmos acelerados y desafíos silenciosos. En esas aulas se mezclan niños con familias sólidas y otros huérfanos de afecto; pequeños que sueñan con conquistar el mundo y otros que aún no han aprendido a soñar; estudiantes que viven en la esperanza y otros que solo conocen la resignación.
Esta diversidad es la que convierte al docente en maestro de vida. Porque educar no es únicamente transmitir conocimientos, sino formar el ser, como lo plantea Montessori, para quien el maestro es un guía que ayuda al niño a desarrollar sus potencialidades en un ambiente preparado y amoroso (Montessori, 2019). Sin embargo, para lograrlo, es necesario comprender el origen, la historia y las heridas de cada estudiante. Solo así es posible diseñar estrategias pedagógicas que se ajusten a su realidad y que le permitan construir su propio proyecto de vida.
En preescolar, el maestro recibe vidas apenas iniciando su trayecto: niños con miradas que buscan refugio, manos pequeñas que piden guía y corazones que necesitan amor, paciencia y dedicación. En primaria, se siembran las primeras bases del pensamiento crítico, pero también de la autoestima. En secundaria, se enfrenta a adolescentes que cuestionan el mundo, algunos con alas listas para volar y otros con alas rotas que requieren reparación. Y en la educación superior, la tarea se transforma en acompañar la consolidación de un profesional, sin olvidar que antes de un título, allí habita un ser humano.
El tiempo, para un maestro, es oportunidad. Cada día, cada ciclo escolar, cada encuentro con un nuevo grupo, representa la posibilidad de repensarse, aprender y crecer. El docente que abraza su papel con consciencia no cierra puertas: las abre. Entiende que su trabajo no es solo enseñar, sino inspirar; no solo corregir, sino acompañar; no solo exigir, sino transformar.
Ser maestro en distintos contextos es descubrir que, más allá de planes de estudio y currículos, el verdadero aprendizaje ocurre en el diálogo profundo entre vidas que se encuentran para transformarse mutuamente. Allí reside el arte y el privilegio de educar.
Justificación pedagógica
Este artículo plantea una reflexión profunda sobre el papel del docente en contextos diversos, partiendo de la premisa de que la experiencia en distintos niveles educativos y entornos socioculturales amplía la capacidad del maestro para adaptar su práctica y responder a las necesidades de los estudiantes. Según Freire (1997), la educación es un acto de amor y, por lo tanto, un acto de valentía, en el que el maestro debe asumir su papel como agente de transformación social. Esta perspectiva coincide con la visión de Montessori (2019), quien considera que el maestro debe ser un observador sensible que prepara el ambiente y facilita el desarrollo integral del niño, reconociendo su individualidad.
El tránsito por diversos escenarios educativos enriquece la mirada pedagógica, pues permite reconocer la diversidad como un valor y no como una dificultad. Este enfoque responde al llamado de la UNESCO (2020) de promover una educación inclusiva, equitativa y de calidad, capaz de garantizar oportunidades de aprendizaje para todos, independientemente de su origen o condición.
En suma, el artículo subraya que la verdadera maestría no radica únicamente en la experiencia acumulada, sino en la capacidad de renovarse, de aprender de cada estudiante y de cada contexto, para ejercer una docencia que forme seres humanos íntegros y ciudadanos comprometidos con la construcción de una sociedad más justa.
Delia Rosa Bolaño Ipuana