Donald Trump volvió a mover fichas en el Caribe, esta vez desplegando buques de guerra frente a las costas de Venezuela. La excusa es clara: golpear el narcotráfico, interceptar las rutas marítimas y desarticular carteles como el de los Soles o el Tren de Aragua, organizaciones que desde hace años dejaron de ser un “problema venezolano” para convertirse en redes transnacionales con tentáculos en Colombia, Centroamérica y hasta Europa. Pero la jugada no es solo militar; es política.
Trump ha decidido poner a Nicolás Maduro contra la pared con un despliegue que más parece una demostración de poder que una operación quirúrgica. La recompensa de 50 millones de dólares por la captura del mandatario venezolano es un mensaje directo: Estados Unidos no reconoce su legitimidad y está dispuesto a tratarlo como un jefe de cartel. Frente a esto, Maduro responde con su libreto habitual: discurso antiimperialista, movilización de millones de milicianos y la narrativa de la “defensa de la soberanía”. En otras palabras, más ruido y más tensión.
Ahora bien, ¿dónde queda Colombia en este ajedrez?
Aunque oficialmente el Gobierno colombiano no ha querido aparecer como protagonista, lo cierto es que este tipo de movimientos sacuden de inmediato la frontera. Cada vez que la tensión escala en Venezuela, aumenta la presión migratoria sobre Norte de Santander, Arauca y La Guajira. Además, un cerco militar estadounidense tan cerca del Caribe colombiano inevitablemente tocará nuestras aguas, nuestros cielos y, sobre todo, nuestras rutas de comercio y seguridad.
Pero hay un punto que casi nadie menciona: el riesgo de que Colombia quede atrapada en medio de una narrativa ajena. Para Washington, el despliegue es un golpe al crimen organizado; para Caracas, es un intento de invasión. ¿Y para Bogotá? Podría convertirse en un dilema: respaldar las acciones de su aliado histórico, EE. UU., o mantener prudencia para evitar que la tensión escale hasta nuestra frontera. Esa ambigüedad estratégica podría costar caro.
El trasfondo geopolítico tampoco puede ignorarse. El Caribe no solo es paso de drogas, también es un corredor energético y comercial clave. Allí se superponen los intereses de EE. UU., Venezuela, Rusia y hasta China, que en los últimos años ha afianzado sus lazos con Caracas. Si el tablero se calienta, Colombia no solo tendrá que lidiar con más migración y narcotráfico, sino también con un escenario en el que las potencias globales juegan a la guerra a pocos kilómetros de nuestras costas.
No se trata de estar a favor o en contra de Trump, ni de Maduro. Se trata de entender que cada vez que dos gigantes se miden en nuestra vecindad, el eco retumba con fuerza en nuestras casas. El riesgo para Colombia no está solo en la frontera: está en que la guerra contra los carteles, disfrazada de guerra contra Maduro, termine extendiendo un conflicto que ya de por sí desborda a nuestras instituciones.
La pregunta incómoda es: ¿está Colombia preparada para un escenario en el que el Caribe se convierta en el nuevo tablero de la geopolítica mundial? Y más aún, ¿cómo evitar que el país termine siendo ficha en un juego que no controla?
Porque mientras Trump exhibe músculo militar y Maduro convoca milicianos, el ciudadano común en Caracas, en Cúcuta o en Riohacha sigue preguntándose lo mismo: ¿quién está pensando en la gente?
Breiner Robledo Meza