EL BOLOLÓ DE LA UNIFORMIDAD ÉTNICA

La homogeneización estratégica de pueblos indígenas y comunidades afrocolombianas parece ser, en parte, un producto del multiculturalismo oficial. Hace unos días asistí a una reunión convocada por un ente estatal en un poblado de campesinos que se consideran a sí mismos afrodescendientes, en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta. Un vocero de esa entidad les informó que la reunión a la que asistían se llamaba “juntanza”; las mesas en las que deliberarían y compartirían sus conocimientos sobre los patrones alimentarios se designaban con el término “mamuncias”, y los acuerdos recibirían el nombre de “urambas”.

Las palabras resonaron lejanas, ininteligibles, extrañas, en los oídos de esos campesinos costeños. Alguien tuvo la cordura suficiente para informar que eran expresiones provenientes de la costa Pacífica, que las instituciones gubernamentales estaban propagando por todo el país para crear una especie de lingua franca de las organizaciones afrocolombianas. Un campesino se enojó y hubo que calmarlo para salvar el loable objetivo de la reunión. Antes de serenarse, dijo con la claridad lingüística de alguien nacido a orillas del Caribe colombiano: “Mejor le hubieran llamado a esto un ‘bololó’, pues al menos entiendo lo que eso significa”. Un bololó puede asociarse con una especie de alboroto o confuso tropel.

Un año atrás asistí a una reunión indígena en La Guajira, convocada por un ministerio. Llegué con una hora de retraso y me perdí el ritual de armonización que inevitablemente antecede a las reuniones de los pueblos indígenas con las instituciones públicas. La “armonizadora” resultó ser una apreciada amiga de mi juventud, una diestra artesana que había dejado el arduo trabajo de elaborar sus tejidos para asumir este promisorio emprendimiento proveniente de otras culturas. Estos rituales gozan de una creciente acogida entre las empresas privadas y los entes públicos nacionales. Recordé un famoso libro de Jean y John L. Comaroff: Ethnicity, Inc. En ese texto, los autores hablan de la “comodificación de la identidad”, donde la cultura se convierte en un recurso económicamente explotable. La espiritualidad indígena, empaquetada como “sabiduría ancestral para el bienestar”, tiene un gran mercado en una modernidad ávida de sentido.

El discurso oficial derivado de la Constitución de 1991 ha venido acompañado de una creciente homogeneización simbólica, en la que se privilegian ciertos elementos culturales —como las mingas, las guardias indígenas, los sabedores, las “leyes de origen” o los rituales de armonización— como representaciones legítimas de lo indígena. ¿Qué fuerzas impulsan esta homogeneización? ¿Qué consecuencias tiene para los pueblos que no se ajustan a ese molde? El multiculturalismo liberal, el neochamanismo global y la búsqueda de la unidad de las organizaciones indígenas nacionales han incidido en el surgimiento de una especie de identidad panétnica.

Esta estandarización, aunque funcional para la interlocución con el Estado y los organismos internacionales, borra la diversidad de los pueblos indígenas del país, cada uno con su propia trayectoria histórica, conceptualización del entorno, lengua e instituciones específicas. Dicho fenómeno refleja las tensiones inherentes entre la necesidad de mantener la diversidad cultural y la presión por crear frentes comunes de resistencia política frente al extractivismo, la violencia y el desplazamiento.

El riesgo real de esta uniformización de los grupos afros e indígenas es que termine eclipsando las profundas y ricas particularidades culturales que constituyen la verdadera diversidad, pues no es lo mismo la búsqueda de la unidad que la promoción de la uniformidad.

Weildler Guerra Curvelo

DESCARGAR COLUMNA

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *