¿De dónde sacaron los jóvenes de hoy eso de que quieren tener trabajo, pero a la vez quieren gozar de tiempo libre? ¿Y que quieren educarse y prepararse para el trabajo, pero no quieren verse esclavizados? ¿Y que quisieran una educación de calidad sin tener que pagar? ¿Y que quieren trabajos y salarios dignos, correspondientes con sus virtudes y capacidades? ¿Y que quieren acceder a esquemas justos de inclusión en la vida laboral? ¿Y que quieren cambiar lo que ven que está mal y por eso protestan? ¿Y quieren hacer de la protesta un ejercicio legítimo de expresión contra un sistema que les excluye y subvalora, y ven por consiguiente en el Estado un aparato de opresión que les perjudica? ¿Y que quieren tener algo de claridad en su perspectiva de futuro? [i]
Para mí y muchas otras personas que tenemos el privilegio de venir del siglo XX, este reclamo no es de ahora, sino que ya se vive desde la agitada segunda mitad del siglo anterior, justo después de que cesaran los cañones de las dos grandes guerras y las sociedades en todos los países se ocuparan de recomponerse. Ya desde aquellos tiempos los jóvenes anhelaban un tratamiento justo frente a las inequidades y exclusiones que planteaba el sistema industrial que resurgía y deseaban tener una perspectiva de vida digna. Una gruesa mayoría de ellos podía saber de dónde venía dicha motivación y qué páginas escritas desde finales del siglo XIX inspiraban la lucha de los jóvenes con novedosas teorías que promovían el tratamiento justo en el trabajo, defendían una Democracia sin clases sociales, criticaban el papel del Estado en su equivocado desempeño en el desarrollo de los pueblos y el peligro de la cercana relación entre los gobiernos y los grupos de poder acaparadores de “capital”, mismas que, como agua fresca, lograron acomodarse en el pensamiento de la juventud de occidente bajo la cubierta del “Marxismo”.[ii]
No podemos afirmar aquí que aquellos fueron postulados exitosos en todos sus aspectos, porque no lo fueron en todos los casos, particularmente en cuanto al anuncio de las sociedades sin clases sociales y supuestas democracias verdaderas, así como el reemplazo del “capitalismo” por el “comunismo”, proposiciones éstas que fueron y siguen siendo oposiciones extremas frente a los conceptos de la libertad individual y de la propiedad privada, que son claramente dominantes en el entorno político occidental. Sin embargo, de una cuidadosa lectura de aquellos robustos textos se consiguen elementos que bien pueden seguir sirviendo de mensaje premonitorio para algunas, si no todas, las conductas sociales de hoy, con referencia particular a “lo que quieren los jóvenes”. Veamos:
- Es natural que, en economías dominadas por élites de poder, a lo cual suele plegarse el Estado por debilidad o incompetencia – o acaso por corrupción-, la totalidad del sistema financiero y el aparato industrial termine sirviendo a esos intereses y desnaturalice el trabajo de las personas, convirtiéndolo en una mera relación de explotación. Si los jóvenes de hoy no quieren eso protestan por ello, es porque se dan cuenta del descalabro que representa para ellos el esquema laboral vigente. Si hay algo que hacer al respecto, seguramente que no sería desmontar el aparato productivo privado para reemplazarlo por el Estado, al más extremo sentir comunista, – o de repente intervenir las empresas como quizás pensaría algún progresista obnubilado- sino ajustando la ecuación de labor y salario que hará posible que los jóvenes puedan ver sin temor que el trabajo es el mejor vector para el desarrollo satisfactorio de sus vidas. En resumen, el trabajo ha de servir como ruta segura hacia toda vida digna.
- Nadie duda que es mejor ir primero a la escuela que al trabajo. Los niños y las niñas a la escuela y las personas ya formadas al trabajo, sería la fórmula perfecta en una sociedad bien ordenada en la cual el trabajo infantil está proscrito. Por supuesto que será primero la escuela fortalecida como plataforma de partida, porque es necesario que las personas se preparen primero para el desempeño en el trabajo y los oficios con los cuales podrá asegurarse un modus vivendi seguro, confiable y sostenible. Resulta muy difícil asegurar un trabajo y una vida digna para una persona que, por el sólo hecho de no haber ido a la escuela, o no haber completado su formación por multitud de factores de la compleja vida diaria que tiene, no logró desarrollar sus conocimiento y habilidades personales para acceder al trabajo que puede ser el eje central de su vida. El reclamo que hacen los jóvenes tiene todo el sentido, porque no es de justicia y equidad el que haya tantos y tantos jóvenes en nuestras ciudades y campos que se quedan por fuera de las oportunidades laborales porque no pudieron acceder a la educación y la formación complementaria.
- Mucho mejor si la educación debe ser gratuita y de calidad. Por fortuna, esta es ya una realidad muy avanzada en la mayor parte de los países con sistemas de educación pública, pero hace falta mucho trabajo para que las instituciones de educación y formación alcancen los niveles de calidad ideales para que las generaciones que se preparan en el presente estén en igualdad de condiciones con respecto a cualquier otro joven que se prepara en los esquemas privados. La tarea del Estado está en reconocer esta prioridad y avanzar con firmeza en el fortalecimiento del sistema público para eliminar todo desequilibrio, puesto que de allí egresa la mayoría del recurso humano que tarde o temprano estará haciendo fila para acceder a la oferta laboral. Si los jóvenes se sienten minusvalorados, excluidos o marginados, tienen toda la razón en protestar, porque se dan perfecta cuenta que enfrentan una injusticia estructural que privilegia los jóvenes que provienen de los esquemas privados y ralentiza a quienes provienen de los sistemas públicos.
- El Derecho a gozar del tiempo libre y la salud mental, tanto si se transita por los períodos de estudio como si ya se avanza en la historia laboral. La cuestión del tiempo libre y el descanso correspondiente no es un lujo, es una necesidad de salud, de modo que la reclamación en lo educacional y lo laboral es una necesidad perfectamente legítima que debe estar amparada en la Ley, sobre todo cuando la presión por “estudiar” un poco más rápido o de forma más intensiva para estar disponible más pronto para ganar dinero en el trabajo, así como la de laborar de forma más intensa para ganar dinero extra que ayuda a cuadrar las finanzas de la familia, se constituye en un factor de riesgo para la salud mental de la persona. El cuidado del tiempo libre queda, por lo tanto, muy bien entendido en la reclamación de los jóvenes si se toma en cuenta que el esfuerzo obligado para el estudio o para el trabajo quebranta la soberanía que debe mantener la persona sobre su tiempo y su propia vida. Estar sometido al trabajo por la promesa de un dinero es una forma bastante cruel de esclavitud moderna. Pretender una participación en la riqueza que se genera con el trabajo, más allá del salario normal, es una demanda legítima
Pues bien, es probable que los jóvenes de hoy no lo sepan, pero la totalidad de lo que hemos discutido hasta aquí fue motivo de honda preocupación en Marx y Engels desde mediados del siglo XIX, solo con observar con cuidado el peligroso avance del aparato industrial convertido en un mecanismo inclemente de explotación del trabajo del hombre. Es cierto que una parte de aquellas impropiedades estructurales se fue ajustando con el tiempo, de suerte que las sociedades trabajadoras actuales gozan de condiciones mejoradas con respecto a la situación del siglo XIX, y no necesariamente porque lo haya dicho Marx en su obra, sino porque el proceso evolutivo llevó a ese resultado. Pero está claro que aún se adolece de mucho más trabajo de inclusión y equidad para que el trabajador de hoy y su familia no siga conminado a transar su trabajo y su vida por un salario precario e insuficiente. Según afirmaba Marx, la transacción laboral en el sistema industrial era cruelmente desigual, de allí la razón por la cual defendía la tesis de que el trabajador, como responsable de las transformaciones del capital en bienes de consumo, era merecedor de una participación en “los diferenciales de capital” que podían generarse como resultado de los procesos de producción. Insistía en que el trabajador merece más por su trabajo en tanto genera beneficios efectivos que acapara el dueño del capital, de donde proviene la certeza que el trabajador termina explotado por el sistema de producción.
No hay ninguna sorpresa, pues, si los trabajadores y los jóvenes de hoy quisieran tener tales beneficios efectivos por su trabajo, si es que está bien hecho y de manera competente. El sistema laboral moderno y tecnificado debe asegurarse que eso suceda. Lo jóvenes no son trabajadores de segunda ni de tercera, solo son personas que están deseosos de recibir oportunidades para desempeñarse convenientemente según sus capacidades en ascenso y ganar un dinero justo por ese esfuerzo. Por lo tanto, no resulta extraño afirmar, como lo hiciera Marx, que “el trabajador necesita estar feliz con su trabajo”, de una parte, por razones de bienestar personal, lo cual está muy claro, pero de otra por razones de riqueza efectiva, que viene a ser un promotor muy principal de la satisfacción personal. Nos obligamos a recordar que fueron Marx y su colega Engels quienes criticaron primero el capitalismo cuando se dieron cuenta que era una práctica que, en su búsqueda de la eficiencia, el rendimiento económico y la máxima producción, hizo del trabajo algo miserable en torno a lo cual el trabajador no podía sentirse feliz.
Si los jóvenes de hoy quieren ser felices en su trabajo, por supuesto que esperan que los procesos de formación y educación sean conducentes para acceder a trabajos que sean de su gusto, a la vez que sean un escenario favorable para su desarrollo personal y profesional. No puede haber coherencia si se preparan para trabajos que no existen o que no tienen demanda laboral, sino que ha de hacerse perfecta sincronía entre lo que el país necesita desarrollar como industria resurgente y el crecimiento de su estructura de servicios, con respecto a lo que los muchachos deben aprender para que puedan ser efectivamente incorporados. El reclamo de una reingeniería y tratamiento quirúrgico del modelo educativo nacional es, por consiguiente, una advertencia perentoria.
Es estallido social 21.11 dio una señal inequívoca de esta realidad. Han pasado cinco largos años y las cosas no muestran grandes cambios, luego será preciso imaginar que, de seguir esta tendencia, la de la inercia sin cambios, los jóvenes podrán de nuevo ponerse de pie para alzar su voz y protestar. Esa, la protesta, es también es una herencia de Marx que los jóvenes del siglo XX aplicaron con fuerza, tanto como los de hoy, simplemente porque entienden que es una especie de obligación social, deber civil, compromiso ético, el tratar de cambiar lo que se ve que no funciona bien. El cambio es, de este modo, una opción que debe aprovecharse para bien, para re direccionar las cosas, para corregir rumbos, para restablecer condiciones favorables. La protesta organizada e inteligente es, día por día, un mecanismo poderoso de acción colectiva con remarcables resultados políticos…, y los jóvenes lo entienden muy bien.
[i] Extractos de testimonios conseguidos en encuentro informal con jóvenes que inician en una vida política en Bogotá como delegados ante los Consejos Locales de Juventud. Suba- Bogotá D.C, septiembre 06.25.
[ii] Contenido Filosófico/activista en la obras de Karl Marx & Friedrich Engels: <<Manifiesto Comunista>> (1848) y <<Das Kapital>>(i)1867- ii)1885- iii)1894).