EL ARTE DE GOBERNAR: ENTRE LA DIGNIDAD DEL PODER Y LA RESPONSABILIDAD CON EL PUEBLO

Un llamado a ejercer el poder con ética, visión y compromiso social

Cada cuatro años, Colombia vive su fiesta democrática. En ciudades y pueblos, las calles se llenan de afiches y colores partidistas; las caravanas recorren los municipios como fiestas ambulantes, los murales con logotipos electorales aparecen por todas partes y las plazas vuelven a escuchar discursos que, en ocasiones, son promesas grandilocuentes que el viento se lleva pronto. Los medios radiales, escritos y digitales amplifican el fervor político, mientras las tamboras y caminatas acompañan a candidatos que, por esos días, recorren cada callejón con entusiasmo desbordante. Los apretones de mano y las sonrisas improvisadas se convierten en la única oportunidad que muchos ciudadanos tendrán para acercarse al aspirante; y, por supuesto, tampoco faltan los abrazos y los besos ocasionales que buscan ganar simpatías.

Pero ese brillo dura poco. Cuando se apagan los altavoces y se cierran las urnas, comienza otra realidad: la distancia. Aquellos que visitaban comunidades casi a diario se vuelven esquivos. Desde el sillón del poder, muchos optan por el silencio y el aislamiento. Las reuniones se posponen, las llamadas no se responden y los mensajes quedan sin contestar. El pueblo que entregó su voto y su confianza vuelve a sentirse solo, una vez más utilizado como escalera política.

Gobernar con responsabilidad y altura

Gobernar no es poseer un cargo, es asumir un compromiso profundo con la vida de las personas. Es garantizar agua potable, promover la educación, proteger la dignidad de los ancianos, acompañar a los jóvenes y priorizar los territorios históricamente olvidados. Gobernar es decidir con conciencia de que cada acción pública toca un hogar, una esperanza y un destino.

Simón Bolívar lo expresó con claridad en su Discurso de Angostura (1819): el mejor gobierno es el que garantiza la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política. Ese ideal, que atraviesa siglos, debería ser el fundamento ético de todo gobernante contemporáneo.

Gobernar con altura significa entender que el poder no es un privilegio ni un instrumento para imponer, sino un espacio para servir. El verdadero líder escucha más de lo que habla, respeta más de lo que exige y actúa con serenidad, sabiduría y justicia. Su grandeza no se mide por el número de obras visibles, sino por la profundidad de las transformaciones que genera en la vida cotidiana de su pueblo.

Esa altura también se refleja en la conformación de equipos honestos y preparados. Un buen mandatario se rodea de personas capaces, no de aliados que buscan favores. Promueve el debate, acepta la crítica y entiende que la transparencia fortalece la confianza y la democracia.

Construir un legado ético

El verdadero legado de un buen gobierno no es una fotografía durante una inauguración, sino la ética que deja sembrada. Los recursos públicos son sagrados, pertenecen a todos y deben administrarse con pulcritud y visión. Cada peso malgastado es una oportunidad perdida para una familia, un joven o una comunidad.

En La Guajira todavía se recuerda a quienes gobernaron con visión y compromiso. Durante el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla se impulsaron obras que integraron al departamento con el resto del país y se fortalecieron la educación y la salud en regiones que antes vivían en abandono. Más allá de las polémicas, su paso dejó huellas tangibles que aún perduran.

Escribo estas líneas no solo como lideresa política, sino como ciudadana que ama su tierra y comprende que el poder es un servicio temporal. Quien gobierna no debe olvidar que su mandato termina, pero la memoria del pueblo no. Cada decisión puede construir bienestar o profundizar heridas.

Este es un llamado sereno, pero firme: el poder es efímero; el legado, no. Los aplausos son momentáneos; la memoria del pueblo permanece. Un mal gobierno se olvida pronto, pero un buen gobierno se agradece por generaciones.

Porque el arte de gobernar no consiste en mandar, sino en servir con dignidad, ética y amor profundo por el pueblo.

Emilsa Rojas Atencio

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