“En La Guajira, donde el viento borra las huellas, pero no las historias, la educación avanza entre logros recientes y desafíos persistentes.”
En La Guajira, el viento no solo moldea el desierto: también revela una historia de resistencias silenciosas, desigualdades persistentes y una identidad cultural que se rehúsa a desvanecerse. Entre la inestabilidad política, los desafíos económicos y los avances parciales en educación, este territorio sigue configurando un presente complejo y un futuro posible. En esta columna, William David Ospino Quintana expone cómo, pese a las crisis institucionales y las brechas sociales, La Guajira continúa afirmándose como un departamento que insiste en vivir, transformarse y proteger su memoria.
Desde principio de los 2000, Colombia ha transitado por ciclos de esperanza y desencanto. Aunque la economía nacional mostró periodos de crecimiento y los discursos políticos anunciaron transformaciones profundas, muchas de esas promesas no alcanzaron a materializarse. En La Guajira, esa distancia entre el discurso y la realidad es especialmente visible: mientras ciertos sectores celebran avances, vastas comunidades continúan enfrentando desigualdad, informalidad y oportunidades limitadas, todo esto mientras luchan por preservar una identidad cultural que constituye la esencia del territorio.
Inestabilidad institucional: el costo del silencio
El departamento ha experimentado una marcada inestabilidad política: renuncias de gobernadores, destituciones, encargos temporales y vacancias que alteran la continuidad de los proyectos. Un ejemplo reciente es la anulación, por parte del Consejo de Estado en junio de 2024, de la sanción de destitución e inhabilidad impuesta al exgobernador Juan Francisco Gómez Cerchar (2012–2015). Más allá del desenlace jurídico, estos vaivenes generan una afectación profunda: planes de infraestructura, programas sociales o iniciativas educativas se interrumpen, se retrasan o se abandonan con los cambios institucionales.
La consecuencia es palpable: la ciudadanía pierde confianza y los avances se diluyen antes de consolidarse. Cuando las instituciones se tambalean, el desarrollo real se posterga.
Economía: entre lo formal, informal e invisible.
En Colombia, la economía formal se ha concentrado en sectores como la minería, los servicios urbanos y el turismo estructurado. Sin embargo, en La Guajira la vida cotidiana se sostiene en gran medida sobre actividades informales. A nivel nacional, el empleo informal alcanzó el 56 % en 2023, llegando al 84,7 % en zonas rurales. En municipios como Riohacha, el desempleo llegó al 14,9 % en mayo de 2023.
Estos datos no son simplemente cifras: representan familias que sobreviven mediante ventas ambulantes, pesca artesanal, transporte informal, turismo no regulado o incluso actividades ilegales como el contrabando. La informalidad expone a miles de personas a la inestabilidad y limita sus posibilidades de ascenso social. Y, al mismo tiempo, se entrelaza con la identidad cultural del territorio, donde la economía familiar y comunitaria ha sido históricamente el centro de la vida productiva.
Educación: avances palpables y brechas persistentes.
La educación aparece como uno de los campos donde el progreso es más visible, aunque insuficiente:
- La cobertura en preescolar alcanzó el 82,90 % en 2022, frente al 66,37 % en 2018.
- En educación superior, la cobertura bruta fue del 20,44 % en 2023, muy por debajo del promedio nacional de 54,92 %.
- El Programa de Alimentación Escolar (PAE) en las Entidades Territoriales Certificadas triplicó su inversión entre 2021 y 2025, pasando de cerca de $55.120 millones a $185.588 millones, beneficiando a 184.447 estudiantes a marzo de 2025.
Estas cifras reflejan avances importantes, pero también la magnitud de los retos: ampliar la cobertura, garantizar permanencia, mejorar la calidad y asegurar que la educación sea una herramienta efectiva de transformación. La Guajira necesita que cada estudiante pueda convertir su formación en una oportunidad real.
Cultura que resiste, identidad que impulsa.
La cultura guajira es un eje vital del territorio, no un elemento decorativo. La música, los tejidos, la lengua, la cosmovisión wayúu, las fiestas, la oralidad, la relación con el territorio y la ancestralidad forman un tejido social que se mantiene aún en medio de la precariedad. Jóvenes que crean iniciativas de turismo comunitario, mujeres que lideran colectivos artesanales y comunidades que defienden su lengua y sus tradiciones evidencian una fuerza cultural que rara vez ocupa los titulares, pero sostiene gran parte de la vida social.
La marginalidad económica no ha borrado esta identidad; por el contrario, la ha reforzado. Cuando fallan las instituciones, es la cultura la que sostiene, une y proyecta el futuro.
Un llamado a la corresponsabilidad territorial.
Los desafíos de La Guajira no pueden enfrentarse con medidas improvisadas ni con intervenciones fragmentadas. Se requiere una perspectiva integral que incluya:
- La formalización económica acompañada de incentivos reales y respeto por las prácticas culturales.
- Inversiones constantes y sostenidas en educación, infraestructura y formación técnica y superior.
- Una presencia estatal estable y coherente, más allá de la seguridad: en salud, vivienda, servicios públicos y acompañamiento comunitario.
- El fortalecimiento de la cultura ciudadana y la participación democrática, para que las comunidades sean protagonistas de su propio desarrollo.
Esta columna no pretende ser una crítica fácil ni un elogio vacío. Es una invitación firme y respetuosa a reconocer que La Guajira tiene un enorme potencial, nutrido por su identidad y su gente. Que el orgullo por su paisaje y su cultura ancestral se complemente con la capacidad colectiva de transformar y construir.
Amar a La Guajira significa apostar por sus jóvenes, por su educación, por su estabilidad institucional, por la defensa de su diversidad y por la creación de oportunidades dignas. Reconocer la tensión entre lo que ha sido y lo que puede ser es el primer paso; el siguiente consiste en caminar, juntos, hacia un futuro donde este territorio deje de ser símbolo de promesas incumplidas y se convierta en referente de transformación auténtica.
William David Ospino Quintana

