EL PROFESOR “PINTICA”

Antonio Lorenzo De Castro Escaf se ganó este apodo de sus alumnos del Liceo de Cervantes de Barranquilla, por ostentar una conducta abiertamente presuntuosa en su estilo de vida. La facistolería gobernaba su personalidad, la cual estaba irremediablemente signada por la opulencia. Y como el modo de vestir era el signo más visible de su innata fachosería, sus discípulos muy pronto lo bautizaron como El profesor PINTICA.

Para entonces yo era un muchacho relativamente tímido que llegaba a uno de los claustros de mayor prestigio en Barranquilla y venia procedente del Colegio San Juan Bautista, de mi natal San Juan del Cesar. Estaba siendo testigo de un contraste diametral, pues venía de un Colegio cuyas ventanas no conocían las persianas, donde el llamado a los estudiantes se hacía con campana y no con timbre y donde la cancha de fútbol limitaba con un monte que además fungía como baño. Y para complementar el duro golpe de este nuevo entorno paisajístico, la arrolladora personalidad del Profesor PINTICA me ponía una dosis de inseguridad adicional, pues don Antonio Lorenzo no vacilaba en humillar a sus alumnos ante el más mínimo titubeo. Recuerdo que la primera prueba oral a la que fui sometido por PINTICA no fue satisfactoria y me llenó de mucha preocupación ser considerado un estudiante mediocre, pues venía precedido de buenos antecedentes académicos. Hasta para asignar castigos el Profesor PINTICA era rimbombante:

“Me haces el favor y evacuas inmediatamente el claustro, te ubicas en el epicentro del patio en posición bípeda, y allí permaneces bajo la influencia de los rayos caniculares del astro rey en completa inmovilidad hasta el momento mismo de terminar la clase”.

Ese era el estilo de PINTICA para sacar de clase a un alumno charlatán.

Ejercer la jurisdicción sobre los Laboratorios de Ciencias Naturales, que ocupaban una considerable porción del edificio del colegio, le confería a PINTICA un estatus de mayor cobertura territorial que al resto de profesores. Y esas ventajas comparativas eran aprovechadas por él para sacar pecho y auto elogiarse sin rubor.

Ser considerado por PINTICA un buen estudiante, era un factor que facilitaba mucho el transcurrir estudiantil. De manera que me propuse, después de fallar en la exposición oral donde había que señalar las partes de una flor, aprenderme de memoria los 80 nombres científicos de diferentes plantas en aquel ya lejano 2do de Bachillerato, en la asignatura de Biología Vegetal. Me concentré con mucha dedicación a memorizar aquella lista interminable de nombres que seguramente no me serían de ninguna utilidad para el futuro. En la segunda oportunidad que tuve frente a PINTICA, ya con los nombres científicos aprendidos, pude resistir sin contratiempos el afilado interrogatorio de nuestro prepotente profesor de Ciencias Naturales, quien era el único que en ese entonces tenía “Business Card” o “Tarjetas de Presentación” para repartir a sus potenciales clientes, donde estaba consignado su nombre completo, su pomposo Título Profesional, y sus datos de contacto. Aunque en esa época no había fax, ni email, ni celular, ni website, ni nada de eso, el título consignado en la tarjeta era remarcado oralmente por Antonio Lorenzo cada vez que se la entregaba a alguien: Químico- Biólogo la Universidad de Antioquia. ¡A sus órdenes …!

En Tercero de Bachillerato, cuando se estudiaba la asignatura de Biología Animal, PINTICA nos asignó como trabajo post-semana santa la elaboración de un Insectario. Nunca más olvidé la taxonomía de los insectos y tuve la fortuna de incluir en mi trabajo el insecto de moda en aquel momento: La Machaca. Inspirado en la vitrina portátil que los joyeros momposinos usaban para exhibir la mercancía de filigrana que vendían por toda la región Caribe, ordené a un carpintero de San Juan que me fabricara una cajita de madera con tapa de cristal donde reposarían ejemplares de insectos previamente clasificados y sujetados con alfileres.

La Machaca era un insecto DIPTERO (dos alas) al cual se le atribuían poderes afrodisíacos con peligro de muerte inminente, en caso de que la víctima de su picadura no lograra hacer el amor en un término perentorio de 24 horas. Era un insecto famoso, pero muy escaso. Y en “La Bomba de Los Jubales”, don Alonso Mendoza tenía una Machaca en el mostrador de su Almacén de Repuestos Automotores, que alguien le había regalado y que allí estaba exhibida para que todo el que quisiera conocerla, pudiera hacerlo. Era como un museo de una sola pieza. Por allí desfilo prácticamente todo el pueblo, para conocer el insecto de moda en Colombia, que hasta canciones les inspiró a nuestros compositores. Yo la miraba extasiado cada vez que mi Papá iba a poner gasolina. Y me ilusioné pensando que la podría obtener. Le pregunté a mi Papá:

¿Será que el Sr. Alonso Mendoza me regala La Machaca para ponerla en mi Insectario…?

Inténtalo, me dijo mi Papá. Pero tienes que pedírsela tú mismo. Le dices que es para un trabajo de tu Colegio.

Entonces me presenté donde don Alonso con mi Insectario. Ya tenía copado todos los espacios y solo había dejado el puesto que ocuparía La Machaca. Aunque le hice la petición a don Alonso con mucha duda, me llevé la sorpresa de que accedió muy gustoso a regalármela. Inmediatamente la coloqué en el lugar que tenía asignado para el Insecto estrella de mi colección y me inundó una emoción muy grande. Quedé muy agradecido con don Alonso. Nunca he olvidado ese gesto tan generoso.

Cuando llegué al Liceo de Cervantes, mi trabajo concitó la admiración de todo el curso. Y aunque ya PINTICA me tenía en buena estimación académica, no pudo faltar el sarcasmo tan propio de su estilo:

  • Muy bien Cuello. Buen Trabajo. Tienes 5. ¡Pero pareces un joyero de pueblo con esa vitrina ambulante…!

Yo sonreí orgulloso, porque sabía que mi tarea estaba bien realizada, y además con creces. Y el comentario no me ofendió, porque precisamente me había inspirado en los joyeros errantes que visitaban mi pueblo. La Machaca pasó de habitar en un frasco ubicado en una gasolinera de pueblo a habitar en el Laboratorio de Ciencias Naturales regentado por el Profesor PINTICA.

Años después, cuando ya muchos coetáneos habíamos obtenido títulos universitarios, varios amigos del pueblo coincidimos en un paseo campestre. En nuestra Provincia casi todos mantenemos alguna vinculación con el campo, sin importar la profesión escogida. El paseo se realizaba en una finca arrocera localizada cerca del Batallón Rondón de Buenavista, en jurisdicción del municipio de Distracción, en el Departamento de La Guajira. Debajo de unos frondosos árboles de mango (Manguífera Indica) un grupo de amigos disfrutaba de un conjunto vallenato, con toda la parafernalia que conlleva una típica parranda. Mi arribo a la reunión se produjo justo en el momento de una ventana de silencio musical. Entre otros, estaban Armando Mendoza (Ingeniero Agrónomo), Arique Aragón (Economista) y Augusto Elías Zúñiga (Médico Veterinario). De repente, Arique me aguarda con una pregunta en voz alta, que a todas luces tenía la intención de poner en evidencia mi ignorancia agropecuaria:

  • Landy, Que clase de pasto es este…?

Mi respuesta fue inmediata, con pronunciación alta y pausada, y en una tonalidad que intentaba sacudirse del veneno que llevaba la pregunta:

  • Arique, este es un hermoso cultivo de “Oryza Sativa”

Armando Mendoza, quien conocía con suficiencia el nombre científico del arroz, acotó de inmediato:

  •  ¡Andá pué …!    ¡Volvé por otra…!

Mientras todos mis amigos disfrutaban la rápida respuesta a la punzante pregunta de Arique, yo en silencio recordé con una sonrisa de agradecimiento a mi inolvidable Profesor PINTICA.

Orlando Cuello Gámez

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