A todas estas, sigue propagándose la idea de que no se conoce el origen de la pandemia. Y aunque esto puede ser cierto en un sentido muy estricto, la realidad se está distorsionando flagrantemente.
De hecho, el director de la Organización Mundial de la Salud, que ahora vocifera, muy pomposamente, pidiéndole al gobierno comunista chino que “coopere más” para conocer la verdad, fue el primero en tratar con guantelete de seda al régimen de Pekín.
Congenió con el régimen, retardó la información, concilió con la camarilla en el poder y tardó todo lo que pudo en alertar al mundo sobre lo que se había originado en Wuhan.
Cuando el gobierno de los EEUU empezó a desenmascarar la complicidad rampante, Tedros prefirió enzarzarse en una polémica ideológica con Washington, antes que apresurarse a cuestionar el politizado sistema de salud pública, férreamente controlado por los maoístas.
Luego, cuando ese tenebroso aparato de control social produjo una vacuna de muy deficiente eficacia con la que millones de ancianos de los países menos industrializados fueron inoculados, el director de la Organización tampoco cuestionó esta evidencia y, por el contrario, promovió incesantemente la sustancia, convirtiéndola en el emblema del mecanismo Covax.
Más adelante, presionado sin cesar por la Casa Blanca y otros gobiernos libres, Tedros se vio impelido a montar una comisión de expertos (dúctiles y maleables) que, a unos costos monumentales, viajaron hasta el mercado de la misma Wuhan tan solo para comprobar que los pasillos y tenderentes olían a McDougall o Creolina y que, por supuesto, ya no quedaba ningún rastro del mutante.
Es por tales razones que resulta desconcertante e irritante que Tedros quiera ahora convertirse ante el mundo en el adalid de la transparencia y en riguroso fiscal del Partido Comunista Chino; un partido que, por supuesto, hace y seguirá haciendo caso omiso de las alharacas del funcionario.
En definitiva, si él percibió desde el comienzo de la emergencia que los chinos, deliberadamente, querían descartar la hipótesis de la fuga del virus en uno de sus laboratorios, debió esgrimirlo para que la verdad aflorara en vez de esperar a que el tiempo la fuera diluyendo.
Diluyendo tanto, que, tal vez, jamás se conozca.
Y probablemente, eso es lo que siempre quiso y ha querido Tedros Adhanom Ghebreyesus.
Vicente Torrijos
Profesor de Ciencia Política.