¡ACABAR CON LOS CORRUPTOS!

En la lista de las preocupaciones de los colombianos encabeza hoy, como causa de todos los males, la corrupción.

Es claro y evidente que el fenómeno de la corrupción existe y que en nuestro país es de mayores proporciones. Y es claro que esto se manifiesta en la cantidad de personajes que participan de ella. Lo que no está claro es si es posible acabar con la corrupción por la vía de ‘acabar con los corruptos’.

Por un lado, siendo una característica del ser humano el tener esa clase de tentaciones siempre existirá un cierto número de personajes que caen en ella. Aspirar a que desaparezcan para que desaparezca la corrupción no es realista.

Por otro lado, una vez aceptado que la dimensión que tiene en Colombia es mayor del promedio ‘natural’, toca entender el por qué, para intentar disminuirla.

Pero como además los medios de información comerciales viven de los escándalos (‘lo que no es escándalo no vende’), las condiciones para sanear el país permiten limitar el análisis y proponer como solución de todos los problemas al ‘acabar con los corruptos’.

Sobre todo, se achaca y atribuye al gobernante de turno una especie de identidad con ese mal, y se repite como karma que ‘el poder corrompe y el poder absoluto corrompe en forma absoluta’.

Cualquier programa de campaña política ofrece ese propósito; y quienes ejercen en el campo de la política encuentran fácil el instrumento de acusar de caer en esa categoría a quienes desean descalificar. Por esa misma razón la oposición a un gobierno se dedica más a magnificar y a veces a crear los casos en que algún funcionario parece pertenecer a ese grupo que a controvertir sobre los programas o ejecuciones que el gobierno presenta.

Pero esto se presta a varias reflexiones.

El tipo de ‘corrupción’ que nace en quien ejerce el poder siempre tiene una contraparte en el sector no oficial, si por ello se entiende el reparto de beneficios indebidos -económicos o burocráticos-. Esa es la esencia de nuestro funcionamiento político y es muy difícil establecer la línea de cuando las ‘recomendaciones’ son simples sugerencias de buena fe y cuando son ‘tráfico de influencias’, o cuando el ‘clientelismo’ es una simple mecánica electoral y cuando una modalidad de ‘corrupción’. Ningún funcionario al que le corresponde montar un equipo y hacer nombramientos tiene el conocimiento directo y personal de la gente que lo acabará acompañando. La eventual corrupción solo se da según la forma en que se tramite y el resultado que produzca.

Pero la corrupción no necesariamente es desde el poder ni necesariamente se limita a la obtención de prebendas indebidas.

Cómo corrupción también se pueden calificar las formas de acceder y de ejercer el poder. Por ejemplo, forma es parte de los debates o escándalos alrededor de los eventuales ingresos a las campañas. La ‘compra de votos’ o el exceder unos topes se penaliza, pero la financiación de las campañas no es sino una forma indirecta de hacerlo, sobre todo si mediante la publicidad y aún más con la desinformación se aprovecha de la limitación que tiene el votante para ejercer el sufragio con suficiente conocimiento y criterio para pronunciarse con razones y fundamento ante lo que se le ofrece. Y, sí, ‘el poder corrompe’, pero no solo al gobernante sino a cualquiera y en cualquier forma en que se tenga (económico, mediático, gremial, etc.).

De la deshonestidad en el manejo de la información – tanto en la presentación como de fondo- por parte de ciertos medios y ciertos comunicadores, hay muy poca distancia a la corrupción en el sentido que lo describe el diccionario de la lengua: «Vicio o abuso introducido en las cosas no materiales» (en este caso en la información)

No sería malo que quienes repiten qué hay que ‘acabar con los corruptos’ tuvieran en cuenta qué hay formas equivalentes a corrupción que son más dañinas que las que cualquier individuo puede producir.

Juan Manuel López Caballero

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