Es probable que este domingo haya cambio de gobierno en España.
Si así fuese, varias serían las razones para explicarlo, y variopintas las lecciones que podrían extraerse.
De hecho, el caso es particularmente interesante porque tiene que ver con aquello de las “primeras veces” y lo reveladoras que son en materia política.
Precisamente, al ser, tras la restauración de la democracia, el primer gobierno de coalición, y ser de izquierdas, lo lógico sería pensar que la cuestión ideológica tenga particular importancia en el problema.
En efecto, la coherencia ideológica y funcional parece ser un factor esencial que, cuando se altera, podría dar al traste con una coalición, por muy fuerte que parezca al sumar sus curules.
Para decirlo de otro modo, cuando el socialista y moderado, P. Sánchez, decidió ligar con los partidos de ultraizquierda para formar gobierno, el esquema resultó relativamente congruente y plausible.
Pero cuando las cuentas no resultaron y él se ve obligado a vincular a partidos separatistas y soberanistas que cuestionan la integridad territorial y la unidad nacional, comenzaron los traumatismos.
Sometido a ofrecer recompensas cada vez más altas para mantenerse el poder, Sánchez fue incurriendo en costosos indultos que desnaturalizaron la noción de Socialdemocracia a cambio de una aparente normalización territorial por simple apaciguamiento.
A la postre, el método se fue haciendo tan costoso que dejó de ser el normal en una asociación para convertirse en lo que muchos identificaron como simple chantaje organizacional.
Y si así sucedió, no fue solo por los mencionados indultos sino porque en ese conglomerado figuraban también los sectores relacionados conceptualmente con la desaparecida banda ETA.
Ahora bien, si se tiene en cuenta que la desaparición de la banda armada es un fenómeno que suele identificarse con las gestiones del propio partido Socialista, es fácil comprender que para los votantes fue haciéndose cada vez más hostigador el hecho de que en el gobierno tuvieran parte los desafiantes herederos de ese grupo.
Pero si ya con estas razones sería suficiente para ver la complejidad del asunto, los graves inconvenientes también tuvieron que ver con el funcionamiento al interior de la izquierda constitucionalista, es decir, las relaciones entre socialistas y comunistas.
Apostándole a fraccionar a los radicales, Sánchez consiguió debilitar al partido Podemos, pero, por efecto rebote, fortaleció al movimiento Sumar, de tal suerte que, en vez de atraer y captar a los militantes de extrema, terminó atomizándolo todo aún más, perdiendo así el anhelado control.
En resumen, mientras se desgastaba, casi que inercial e imperceptiblemente, el presidente del Gobierno resultó revigorizando a la derecha.
Una derecha que, curiosamente dividida también, fue, no obstante, legitimando sus acuerdos, a tal punto que, como ha sucedido ya en Grecia, Italia y Francia, la llamada ultraderecha pasó a integrarse fluidamente en el espectro político.
Tan fluidamente que, como van las cosas, bien podría terminar formando gobierno.
Siempre y cuando haya aprendido las lecciones, claro está.
Empezando por la más importante de ellas: que no todo es válido para tratar de mantenerse compulsivamente en el poder.
Vicente Torrijos