ALMA DE MUJER QUE RESISTE ANTE LA BUROCRACIA, MARTHA PERALTA EPIEYU

La pluma dorada plasma la página en blanco con la tinta fina de su pensamiento, inspirada en el sentir profundo de una mujer wayuu, de una entre tantas voces que se alzan desde este territorio mágico, donde el viento y la historia no contada de un pueblo que aún busca su verdadera libertad.

Porque sí, fuimos liberados del yugo español, pero seguimos esclavos de la herencia mental, del dominio de unos pocos que se creyeron dueños del país que nació sobre las ruinas de nuestra dignidad.

Colombia fue fundada sobre la promesa de libertad, pero su república se edificó sobre la continuidad del poder. De Bolívar a nuestros días, los gobiernos han cambiado de rostro, pero el fondo sigue siendo el mismo, una estructura que somete a los pueblos, que manipula a la ciudadanía, que transforma la ley en instrumento de dominio. La independencia se volvió una palabra simbólica, pero no una realidad vivida por los pueblos indígenas, afros y campesinos.

En el caso de La Guajira, esta historia se siente con más fuerza. Durante siglos, el territorio ha sido visto como una mina para saquear, no como un hogar para proteger. Las élites nacionales apoyados por sus aliados del departamento, vienen por el carbón, por el gas, por la sal, por el viento, pero nunca por el alma del pueblo guajiro. Nos convirtieron en cifra, en recurso, en estadística; y nos dejaron el hambre, la sed y la indiferencia.

Pero algo ha empezado a cambiar. Muchos guajiros, muchos colombianos, sentimos que por primera vez el gobierno del cambio ha mirado hacia este lado del país con respeto. Y aunque el sistema burocrático y las viejas costumbres no desaparecen de un día para otro, hay un reconocimiento que antes no existía. El presidente Gustavo Petro, con todos sus aciertos y desaciertos, ha abierto un camino para que la voz de los olvidados resuene. Y en ese camino, la senadora Marta Peralta ha sido faro, guerrera y símbolo.

Marta Peralta representa una nueva forma de hacer política, desde el corazón de la tierra, desde el sentido de pertenencia. Su trabajo ha sido gestionar, tocar puertas, insistir en que los recursos lleguen a los sectores más olvidados. Y aunque no administra el dinero del departamento, ha sido blanco de señalamientos injustos, precisamente por no seguir las viejas rutas de la burocracia, por romper con las alianzas del silencio y por poner la mirada en el pueblo.

Por décadas, los eventos culturales, educativos, deportivos, de emprendimientos, entre otros, los cupos de representación, las oportunidades, se reparten entre los familiares de gobiernos departamentales, funcionarios de las distintas secretarías y en los mismos jefes, los verdaderos creadores, quedan relegados. Hoy, se intenta una nueva mirada, se empieza a reconocer el talento del pueblo, de los artesanos, escritores, diseñadores, poetas, músicos y pensadores que son la verdadera riqueza de La Guajira.

Por esto la pluma levanta la voz, para decir que Marta Peralta no es culpable del hambre, ni del abandono, ni del saqueo que ha vivido el pueblo guajiro. La culpa está en los que por años gobernaron desde la indiferencia, los que convirtieron la pobreza en negocio y la necesidad en costumbre.

Hoy, desde Monguí hasta Uribía, desde Riohacha hasta el Cabo de la Vela, las mujeres wayuu, los jóvenes, los artistas, sienten una chispa nueva. Porque la libertad no está solo en las leyes, sino en el derecho a ser reconocidos, a ser escuchados, a ser protagonistas de nuestra historia.

La senadora Marta Peralta, con todas las piedras que le han lanzado, sigue en pie.  Como dice la canción que compuso Leandro Díaz, un cardón guajiro que desafía el desierto, que crece entre la arena y el viento, y que nos enseña que la verdadera libertad no la da un decreto, sino la dignidad de resistir.

Esta crónica, escrita desde el corazón del desierto, no es una defensa ciega, sino un llamado justo. Es la voz de una guajira, de una mujer wayuu, que cree que el cambio real se construye cuando el pueblo deja de ser espectador y se convierte en autor de su destino.

Delia Bolaño Ipuana

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