Gilberto Alejandro Durán Díaz, el primer Rey del Festival de la Leyenda, ostenta un récord que consiste en ser el autor del son más interpretado en el evento. Se trata de ‘Altos del Rosario’. En ese orden siguen la puya ‘Déjala vení’ (Náfer Durán), la puya ‘La fiesta de los pájaros’ (Sergio Moya Molina), el son ‘Pena y dolor’ (Alejo Durán), el paseo ‘La Loma’ (Samuel Martínez) y los sones ‘Mujer incomprensiva’ y ‘Qué bonita que es la vida’ (Adaulfo Herrera).
Como dato curioso Alejo Durán no lo interpretó en la final cuando ganó en el año 1968, pero es el son que tiene un relato sensacional. Es la crónica cantada dedicada a un pueblo inolvidable, a unos amigos inigualables y a hechos que quedaron plasmados para la historia en letra y melodía.
Ese pueblo del departamento de Bolívar, anclado a orillas del río Magdalena, quedó premiado por Alejo Durán, quien vivió allá y siempre sus habitantes fueron agradecidos al considerarlo un ídolo. Además, quedó estampado en el corazón de muchos pueblos, es decir pegado en el alma popular, comenzando por su natal El Paso, hasta llegar a Planeta Rica, donde fue sepultado.
A su hermano Náfer, cuando se le preguntó por Alejo, no escatimó elogios y expresó. “No es que yo lo diga, lo puede preguntar. Cuando Alejo llegaba a cualquier parte hacía amistad fácil. Era más pegajoso que una estampilla”. Soltó una carcajada con la fuerza de los Durán y añadió. “Él no se varaba en ninguna parte porque tenía imán y un carisma para agradar. Eso hizo posible que fuera de muchos amigos y con su estilo único para tocar el acordeón se impusiera”.
Al indagarle si él era más acordeonero que Alejo, sin pensarlo y muy serio, aseveró. “Ese tema no está en discusión, Alejo era único, aunque yo tampoco me quedo tan atrás. Él se le jugó con canciones que dieron en el clavo, sabiendo a quién se las hacía. Además, por sus obras y sus acciones quedó inmortalizado y eso llena de orgullo a nuestra familia que hizo y sigue haciendo aportes a la música vallenata”.
Historia de la canción
Esta fantástica historia de la canción ‘Altos del Rosario’, la contó el compositor e investigador Julio Oñate Martínez. “A la altura media de la isla de Mompóx, Bolívar, yendo del puerto de El Banco, Magdalena, hacia Magangué, el río Magdalena recibe en su margen izquierda la feroz cuchillada del río Los Patos, caudaloso afluente que constituía en aquellos años la única ruta posible de acceso al pueblo Altos del Rosario. Era una travesía que implicaba alrededor de tres horas a bordo de una lancha vieja y asmática”.
Siguió contando. “La única forma de entrar y salir de El Alto, era ‘La Argelia María’, una lancha con camarotes, larga y pesada, que salía día por medio para El Banco y Magangué a transportar pasajeros, arroz y queso, regresando cargada de abarrotes, medicamentos y combustible. Su propietario era un pintoresco personaje con estatura de microbio y cuerpo regordetico llamado sencillamente Zabaleta”.
Finalmente Julio Oñate, indicó. “El músico más importante que visitaba esa región privilegiada para el cultivo de arroz, era el andariego Alejandro Durán, quien en ese entonces separado definitivamente de su esposa Josefina Salas, deambulaba por el río, rebuscándose el billete y enamorando a las muchachas que se estremecían al escuchar su acordeón pechichón”.
De esta manera, la sincera y generosa amistad de los habitantes en Altos del Rosario y el hecho de haber hallado por fin el consuelo, la paz y la tranquilidad que buscaba, decidieron que Alejo Durán adoptara ese lugar como centro de sus constantes desplazamientos por todos los rincones de esa amplia región de los departamentos de Bolívar y Magdalena.
Por eso con el cariño que recibía constantemente nunca fijó tarifas por amenizar las parrandas y fiestas de los pueblos, ni tuvo jamás exigencias con ellos, pero a la hora de salir en correduría todos le daban diversos regalos.
Al visitar a Altos del Rosario, suelen narrar diversas historias del hombre que con su pedazo de acordeón al pecho supo cosechar amigos, amores y esos cantos que tenían la esencia de lo provinciano. Precisamente, esos siempre estuvieron guardados en su memoria.
Lloraban los muchachos
Allá cuentan que vivió por muchos años hasta partir en busca de una dama llamada Irene Josefa Rojas Guevara, a quien le compuso la canción 039. Ella le sonsacó hasta su pensamiento. También contaron que era todo un caballero y nunca como a los otros músicos, lo vieron borracho y dando lidia. Alejo Durán al conocer a Irene, quien era chiquitica, curiosita y de ojos vivos dejándole el corazón palpitando más de la cuenta, no regresó más a ese pueblo donde muchos lloraron por su partida.
La marca de la canción quedó en ese pueblo con nombre propio, hasta mucho tiempo después cuando el artista Carlos Vives, la llevó a los escenarios del mundo volviendo a cantar. “Lloraban los muchachos, lloraban los muchachos, lloraban los muchachos, al ver mi despedida. Yo salí del Alto, en la Argelia María. Si la fiesta sigue, Durán si no se vá”.
De esa calidad humana era el negro Durán, quien se le pasó la vida dándole ofició a su corazón, que al final de sus días lo traicionó. Murió convencido de regalar toda su sapiencia musical, su estilo único y su especial decir: “Oa, Apa, Sabroso”.
Alejo Durán, ‘El negro grande’, nació para ser de esa dimensión y su nombre quedó enmarcado en la historia del folclor vallenato y más en su tierra El Paso, donde a finales del mes de abril se lleva a cabo desde hace 35 años el Festival Pedazo de Acordeón.
Juan Rincón Vanegas