AÑORANZAS DE UN SANJUANERO Y CALLECITERO DE CEPA

Soy sanjuanero de cepa, nacido en la callecita, en esa calle amplia que hoy se convirtió en la avenida de Padilla con la imponente estatua del almirante. Hoy recuerdo y hago añoranzas de mis amigos de la infancia y de muchachos, de esos que nos apreciamos tanto y que juntos crecimos, Pindo, Cholo y Abelardo, entre otros. Evocando el ayer vienen a mi memoria las calles de San Juan destapadas y polvorientas, desprovistas de los mantos de concreto de hoy, donde corríamos descalzos volando cometas y papagayos y cogiendo granizos en los aguaceros, rodando con nuestros sueños de niños por el suelo.

Fue esa época donde pasamos sin saberlo quizás, los días más felices de nuestras vidas. Recolectamos algodón, vendimos empanadas, paletas y bolis para el sustento de la casa y los libros del colegio. Como toda infancia y adolescencia de muchachos de provincia nos levantamos en el esfuerzo, recuerdo que mis primeros carritos fueron de cardón y de madera, y los trompos de carreto y de cañaguates construidos y detallados con navaja por los abuelos. Los trompos de Angó, los de Chillo y Kiko Gámez, eran de los mejores, porque nada tenían que envidiarle a los de Turinga, hechos con torno a precios inalcanzables para nuestra familia.

Como no recordar la colmena y el Restaurante de Clarita Díaz, la mamá del prestigioso abogado Fernando Brito, una mujer noble y de gran corazón, muy laboriosa y hacendosa y que levantó sus hijos a punta de esfuerzos. Recordamos también la tienda y la sadurita de Ocha la de Burbay, ella una gran matrona de recio carácter y fuerte mandato, pero de un noble corazón. Burbay, un hombre noble, íntegro y honesto con un corazón de niño, de oficio agricultor y gallero. Siguiendo en ese orden en el mapa de nuestra memoria aparece en escena el Restaurante de la Gran Petra Gámez, con la sazón de los platos típicos de la región para preparar los platos preferidos de Poncho Zuleta, Diomedes Díaz y Jorge Oñate, quienes pusieron de moda y para siempre a esta gran matrona sanjuanera.

También aparece en escena, la tienda de Elías González y Tere, una inolvidable pareja que con su tiendecita y el sudor honrado de su frente educaron a sus hijos y dejaron un gran legado de sus esfuerzos.  Está también en nuestro recuerdo la tienda de Rafaela la Gume, esa graciosa y carismática mujer, que despachaba el poquito de Colgate para la cepillada, el aguardiente y el chirrinche por tragos y regalaba una sonrisa y un chiste a su clientela al por mayor y al detal. No olvidamos tampoco que la carne y el queso se compraba donde Berta Orozco y Pachita, esas matronas que inspiraban temor para hablarles porque con cuchilla en mano, eran irreverentes y displicentes con los muchachos.

Recordamos también el rancho concurrido de mi abuela Isabel Frías en la esquina de la callecita, sus fritangas y saduritas de las más buscadas por la sazón de sus manos y la nobleza de su buen corazón y porque Máximo Móvil la hizo famosa por su canción emblemática de las fiestas patronales el 24 de junio. Pero como un recuerdo imborrable, aparece bajo el palo de corazón del mercado público de San Juan, La Cuio, mi madre, una mujer de baja estatura, pero gigante de alma, quien preparaba las mejores arepas de huevo y los mejores pastelitos y bollos de mazorcas del pueblo para levantar a su familia.

Viendo este escenario crecimos jugando futbol como el Pibe en su barrio Pescaito en Santa Marta. Así apreciamos las chilenas de Gutiérrez, los taponazos y el cañón de Petende y Checaco, la clase futbolística de Moncada, Wilmer Frías, Jique, Guayuco, Molía y Peña. También apreciamos la marca fuerte de la Gillette, Aldo y Abelardo Estrada, junto con la elegancia futbolística de Fernando Brito, Pio Pio y el triple A, un callecitero de cepa también. Pero suspira el alma callecitera también al recordar a Arique Brito, ese sanjuanero con una memoria brillante y una retórica interminable que nos hizo sentir en otro macondo, con su espíritu alegre y entusiasta para vivir la vida y hacérsela más grata a los demás.

También escuché en la callecita el acordeón de Juancho Argote y Víctor Mosquita, las ocurrencias de Pijico y las borracheras de Che Plata con sus sermones inteligentes. El inolvidable kiko Estrada y su repentismo con su mente prodigiosa también hace parte del repertorio y del almanaque de mi recuerdo.

Rafael Humberto Frías

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