Estos días de tensión en el país por los temas que ya conocemos me han puesto a reflexionar una cosa: ¿el pensar distinto nos hace extraños o ignorantes? ¿Quién dijo tener la verdadera razón? ¿O qué es lo que tengo que profesar para encajar en X /Y pensamiento? Este tema es imposible encasillarlo en un solo enfoque. La facultad de pensar por sí mismo nos permite convertir los resultados de uno mismo o de otros en convicciones propias, y esto nos hace diferentes.
Acá cito una frase tan certera que dice: «No hay nada más injusto que tratar a todos por igual», y bien lo ratificaba Aristóteles: «A los iguales hay que tratarlos como iguales y a los desiguales como desiguales».
Vivimos en un país donde históricamente la discrepancia política se ha convertido en sinónimo de enemistad. En lugar de un debate coherente, lo que predomina es la descalificación e irrespeto. Si alguien apoya la reforma, es tildado de ‘ignorante’, ‘izquierdista’, ‘mamerto’ y demás; si no está de acuerdo, es señalado de ‘aprovechado’ o ‘enemigo del pueblo’. Este clima de intolerancia no solo deteriora un debate democrático, sino que también nos aleja de soluciones reales a los problemas del país.
Si nos remontamos a nuestros orígenes, siempre hemos vivido para guerrear y matarnos entre nosotros. Aunque suene duro, es así y, lo peor del caso, por nuestras diferencias de pensamiento. Desde por allá en el siglo XIX, con la guerra entre los Supremos y Ministeriales, centralistas y federalistas, liberales y conservadores, y, en fin, por hoy, izquierdistas y derechistas, o explícitamente, petristas y uribistas, porque hay que llamar las cosas como son. Nos hemos caracterizado por ser ignorantes y conflictivos, y he por eso nuestro subdesarrollo histórico: nos hemos dedicado toda nuestra historia a vivir en conflicto por nuestras diferencias y no por avanzar y trabajar en medio de estas.
Las marchas, sin importar la causa que defiendan, son una manifestación legítima, amparada por nuestra Constitución. Tanto quienes apoyan la reforma laboral como quienes la critican tienen derecho a expresarse sin miedo a ser atacados, física o verbalmente. Sin embargo, en el escenario del diario vivir, el respeto por la diversidad de pensamiento parece ser la excepción y no la regla. Las redes sociales se han convertido en sitios de debate donde la diferencia de opinión se castiga con insultos, descalificaciones y hasta amenazas.
El problema no radica en pensar diferente, sino en la incapacidad de escuchar y debatir sin recurrir al irrespeto. Colombia necesita con urgencia recuperar la cultura del respeto y la argumentación, empezando por esos representantes nuestros que están a la cabeza del Estado. Es posible estar en desacuerdo con una idea sin menospreciar a quien la sostiene. De hecho, esa es la esencia de la democracia: el reconocimiento de la pluralidad y la construcción de consensos desde el disenso.
Al final del día, lo que nos hace seres racionales, es la capacidad de pensar, entender y actuar de manera lógica y razonable. Esta es una cualidad que nos permite interpretar el mundo, relacionarnos con los demás y transformar nuestra vida. Es imposible tener una idea completamente original que no sea influenciada por otras personas. No es la uniformidad, sino la capacidad de unirnos en medio de nuestras diferencias. La grandeza de una sociedad radica en su inteligencia para tomar lo mejor de cada pensamiento y aplicarlo en su conveniencia para su crecimiento. El respeto por las ideas ajenas no es solo una cuestión de cortesía, sino el pilar sobre el cual se construye un mundo progresivo y avanzado. Porque, aunque no pensemos igual, todos merecemos respeto.
Jazen Suarez