BENITO BOLAÑO, LA AMABILIDAD HECHA ARTE

Benito Bolaño, el gran hijo de Fonseca y de Maicao decidió partir hacia las regiones de la eternidad, en un viaje que lo llevará a vivir en otra dimensión y, además, lo llevará a convertirse en una leyenda dentro de la familia que lo amó y los pueblos en donde fue feliz desde el primer momento de su vida hasta la hora en que se despidió de forma plácida y serena.

Benito Bolaño era hijo de Víctor Bolaño, otro legendario hijo de la tierra a quienes todos querían y respetaba por muchas razones, pero una en especial: era un portentoso hombre de servicio y su respuesta preferida cuando alguien le pedía un favor era un sí enérgico o un vamos a hacer lo posible muy esperanzador.

En los tiempos de la infancia Benito absorbió el aire cálido de Cartagena de Indias y bebió de la fuente del conocimiento en el F Baena, (en donde posteriormente fuera construido el Hotel Pestagua en el centro histórico de la ciudad amurallada).

Se casó con María Solano, la mujer de toda su vida y fundó una hermosa familia a la que poco a poco llegaron sus queridos hijos Addinson, Alexander, Dowglas y Karen, seres humanos formados en los criterios irreductible del buen ejemplo, la disciplina y el amor a la vida.

Fue un hombre noble, buen conversador y con un alto sentido de la amistad, la cual expresaba en las circunstancias más diversas, desde la sonrisa amplia que esbozaba en la mesa de dominó hasta las palabras llenas de amor y consuelo que le decía a un amigo cuando se encontraba atravesando por un duelo.

Amaba los buenos momentos en familia, le gustaba la música vallenata y fiel seguidor de la dinastía de los Hermanos Zuletas, cuyas canciones escuchaba con deleite y tarareaba con gracia singular.

Cuando tenía alguna dificultad le pedía a Dios y a su patrono San José del cual era muy devoto. Le gustaba el fútbol, pero nunca pudo saborear una victoria de su amado equipo, el Deportivo Pereira. De verdad mereció un reconocimiento por ser el único seguidor del equipo “Matecaña” en el departamento de La Guajira.

Fue un consagrado transportador, servicial y muy cuidadoso de sus vehículos, a los cuales amaba y consentía como si fueran un miembro de la familia. Hasta nombres cariñosos les tenía: su primera camioneta se llamó “Mi Salvación” y ésta le dio para comprarse un carrotanque al cual bautizó “Jumbo”.

Incursionó en el comercio, para los días en que Maicao era un gran centro de tránsito del café colombiano hacia las Antillas, en los tiempos en que sus colegas eran personalidades muy conocidas y queridas como Andrés Fernández, Ildefonso Dánchez (Ñangrán), Carlos Manzur, Andrés Cuesta, Antonio «Choño» Hernandez, Berna Mejía y Caíto Andrioli.

En sus ratos libres, pero especialmente al despuntar cada nuevo año, Benito se iba a Patajatamana, la comunidad en la que habitaban sus hermanos wayüu con quienes disfrutaba inolvidables veladas.

Le damos gracias a Dios por habernos obsequiado a Benito y a la distinguida familia Bolaños. Al mismo tiempo le pedimos a Dios todopoderoso que proteja a su esposa e hijos y le brinde la fortaleza necesaria en los momentos de la ausencia. Ellos también son muy importantes y tan queridos como su amado padre.

 

Alejandro Rutto

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