Beto el mago
Cualquiera que entre en el mundo de los cantos que tiene José Alberto Murgas Peñaloza puede pensar, que sin darse cuenta, predijo que tendría una casa risueña. Y se le dio sin pensarlo mucho. Llegó vestida de música, llena de rostros extraños para muchos, pero que cada vez que él cuenta la historia que cada uno de ellos tiene, se reafirma que esa casa no solo tiene instrumentos con fuelles que se parecen a las caras de viejos ancianos, que vienen acompañados de unas risas musicales que se han vuelto eternas, que con el pasar del tiempo y que cada día consolidan en demasía, el punto de encuentro en que se ha convertido ‘el museo del acordeón’ que hay en Valledupar, Cesar, ‘El vaticano del vallenato’, sino que estamos ante un lugar que es como una torre de babel cuyas variadas voces es el mejor invento de él, sacado de la manga de una camisa de mil colores como suelen hacerlo los magos.
La comadrona lo dijo
Decía María Núñez una de las comadronas más reconocida en Villanueva, La Guajira, quien asistió a Rosa Peñaloza Ramírez, que mientras José Murgas Vásquez festejaba lo que sería la llegada de su primer hijo, ella deslizaba sus suaves manos por el vientre de la madre para acotejar al niño que nació a las siete de la mañana de un 8 de setiembre de 1948, cinco meses después que asesinaron al líder político Jorge Eliecer Gaitán Ayala, hecho que generó el bogotazo.
La música lo buscó
Sin saberlo, unos años después, el larguirucho muchacho vio por primera vez unos acordeones de una hilera en las casas de Escolástico Romero Rivera y Emiliano Zuleta Baquero del barrio San Luis, lugar lleno de música de orquestas lideradas por Reyes Torres y Juancho Gil más los tímidos acordeones tocados por músicos de ese lugar, que le hacía honor a su pueblo lleno de piedras o de desconocidos que guardaban en un saco al instrumento de mil sonidos mientras madrugaban a coger café.
Desde ese instante, su pasión era poder tocar ese instrumento. En las noches soñaba con ser acordeonero. Tenía diez años cuando subió en compañía de Andrés Gil Torres a la finca que tenía su abuela Enma Ramírez en la sierra del Perijá, que en los meses de noviembre y diciembre se llenaba de personas cogedoras de café venidas de distintos lugares, muchos de ellos músicos.
Su tía Enma Peñaloza Ramírez recibió un acordeón como regalo que le había hecho su pretendiente Nelson Martínez. Al verlo tan cerca, salió corriendo y lo cogió entre sus manos. Desde ese instante se dedicaría con pasión desbordada a tocar un acordeón desvencijado de dos hileras. Hizo parte del grupo que tocaba con picos de botella ajustados y en medio, un papel celofán y el acompañamiento era con latas con peinilla. Desde la aparición de ese instrumento llevado para cuando los músicos llegaran el 11 de noviembre, día de San Martín y luego para Navidad, le enseñaran a tocar. Aquel sobrino intrépido se lo encontró y empezó “a fregarle la vida al acordeón”. Entre esos trabajadores del café estaba Héctor Bolaños Olmedo, hijo del revolucionario ‘Chico’ Bolaños Marzall, quien logró hacer una juntanza de todo ese mundo que producían las liras y los armonios de ese instrumento llegado del otro lado del mar, quien al ver al muchacho esforzado en sacarle notas a ese raro instrumento, se acercó y le dijo que él sabía tocarlo y que podía enseñarle, quien vio en “Betico” una actitud musical diferente y le enseñó cómo se debía coger el aparato. Todas las noches las enseñanzas crecían y el naciente acordeonero daba muestras de ser un aventajado alumno. A los dos meses de estar en La Sierra, cuando bajó de nuevo al pueblo, ya sabía tocarlo para el asombro de sus vecinos y compañeros de juegos infantiles. Desde ese instante, la música no solo provenía desde la casa de Escolástico, Emiliano, Juancho Gil o de su papá José Murgas Vásquez quien fue un músico de una banda de viento en Urumita o en la del padre del turco, donde tocaba el marcante. Había surgido otro músico de la frescura de la serranía quien bajó a su tierra natal para quitarles el sueño a sus hermanos Adaliz, Eda Luz, Rosita, Denisse, María Emma, Enrique, fallecido y Evi Darío, música con la que conquistó a su compañera Rosa Durán Porto y le creó una hoja de ruta a sus hijos Alberto José, Milena, Enrique, María, José, Fernando y Lina Daniela.
Nació la competencia musical
Los muchachos de los barrios San Luis y El Cafetal a través de sus diversos talentos empezaron a crear unas rivalidades que produjeron grandes logros y terminaron convirtiendo a Villanueva, La Guajira, en una extensa despensa musical. El primero se vanagloriaba de tener a los Zuleta, con excepción de Emiliano Zuleta Díaz quien nació en El cafetal, los Torres reconocidos bajitas, los Ovalle convertidos en excelentes coristas, Andrés Gil y sus hermanos, los Maestre Socarras. El segundo, con los Romero Ospino, los Cuadrado Hinojosa, Daniel Celedón, Ildefonso Ramírez Bula, al tiempo que otros barrios también mostraban otros valores como resultó ser Lázaro Alfonso Cotes Ovalle, quien terminó siendo de toda esa población.
El colegio o la música
Estudió la primaria en la escuela Parroquial dirigida por José Agustín Mackenzie, bautizado por los indígenas Wayuu como ‘Guarecú’, y en el Liceo Colombia del Profesor Peñaloza. En la década del 60, el rector de su colegio, que tenía un grupo sin acordeonero, le pidió permiso a la familia para que viajara con ellos a Bogotá. Allí se presentaron en el espacio radial ‘La Hora Philips’, donde tocó el paseo ‘Amalia’, su primera composición y dos canciones más, obras poco conocidas y que se fueron diluyendo ante el ímpetu de sus nuevas creaciones, situación que lo motivó para acercarse al ya reconocido compositor Gustavo Gutiérrez quien lo contactó con el músico Alfredo Gutiérrez, quien no dudó en grabarle por primera vez, el tema ‘Cariñito mío, que le abrió las puertas de la música de par en par.
El bachillerato lo realizó en el Colegio Roque de Alba donde compartió las primeras muestras de su talento con Daniel Celedón, Norberto, Rafael, Rosendo e Israel, del que surgió el conjunto musical ‘Los Roquelinos’.
Eso lo llevó a crear ese grupo y su primer contrato lo hizo con Lázaro Morillo por treinta centavos y consistió en tocar un caminoteo en el Carnaval, que consistía en acompañarlos a ellos disfrazados con sus morisquetas. Con ese dinero compró un coco, panela y queso con que se dieron un soberano banquete. Ezequiela Sánchez, una de las mujeres que más sabía de gallos en la Guajira, supo que él no tenía acordeón y en uno de esos viajes a Maracaibo, le compró uno, deuda que fue cancelada por cuotas cada vez que él tocaba en sus fiestas, que se realizaba en la caseta ‘La Mecedora’, en honor al gallo famoso de Enriquito López. Luego se dio la píqueria musical con Emiliano Zuleta Díaz, quien montó su grupo que al igual que el de Beto, eran solicitados por los hijos de la gente pudiente del pueblo, quienes armaban unos bailes para ver quien tocaba más y llenaba esas casetas.
Nuevos caminos
Llegó a Valledupar, Cesar, en el año 1972, lugar propicio para mostrar su música y superarse académicamente, donde logró consolidar con mucho esfuerzo lo que hoy significa para el vallenato. Un año después trabajó en salud del Cesar, año en que se inició el proyecto del Instituto Técnico Universitario-Ituce-, con lo que se dio inicio a lo que es hoy la Universidad Popular del Cesar, de donde es técnico Agropecuario de Ituce. Trabajó en el Sena, como coordinador de disciplina, también se formó en la Escuela de Salud Pública de Medellín, filial de la Universidad de Antioquia, donde fue certificado como técnico en Saneamiento Ambiental. Dirigió por muchos años a la seccional de Sayco en el Cesar, donde realizó un trabajo especial en beneficio de los autores y compositores de esa región.
‘El Museo del Acordeón’ no solo es un lugar que complementa la vida de su creador, sino que sirve de plataforma para la divulgación del conocimiento sobre los diversos temas que genera la música vallenata. A raíz de la constante llegada de personas, no solo del territorio nacional, la tertulia se ha activado de tal manera que ha crecido las voces amigas que nutren lo que en un principio nació como un detalle de un padre para con su hijo de cinco años, al regalarle un acordeón que el infante no acepto porque quería uno más grande. Esto fue el detonante para lo que hoy significa tener un lugar que no solo es patrimonio familiar sino de la cultura vallenata ubicado en el barrio San Joaquín cuya inauguración se realizó en el 2013, con un contenido que ha crecido de tal manera, que las donaciones de acordeones cada día crecen más. En ese lugar se conserva ese pequeño acordeón que junto a los demás instrumentos aumentan en joyas instrumentales, en donde se encuentra una que es réplica a la que usó el legendario músico Emiliano Zuleta Baquero para crear la obra ‘La gota fría’.
Todo ese trabajo que realiza el museista Murgas Peñaloza empieza a recoger sus frutos con la que se alimenta este proyecto cultural, declarado referente cultural por parte del Parlamento Andino que se suma a la música creada por él y por un sinnúmero de valores que han logrado traspasar muchos lugares del mundo con sus letras y músicas llenas de nostalgia, alegría, sarcasmo y humor, que reafirman la diversidad que encierra la música de ‘Francisco el hombre’.
No cabe duda, ese sueño del ‘mago’ Beto es de los lugares más emblemáticos que tiene Valledupar, la tierra que a raíz del nacimiento del Festival de la Leyenda Vallenata se convirtió por decisión de la palabra del teatrero Héctor Velásquez Laos en ‘la capital mundial del vallenato’. Toda esa musica creada por José Alberto Murgas Peñaloza tiene una gran influencia de esos sonidos de las agrupaciones que surgieron en su pueblo que lo determinaron de tal manera, que esos paseos de su autoría no son más que la extensión de los arreglos orquestales de Reyes Torres, Juancho Gil y el maestro Peñaloza que sin dejar de ser vallenatos, solo se parecen a su creador.
Por los senderos de su música
Es de pleno conocimiento que la fortaleza de la obra de ‘Beto’ Murgas Peñaloza es ser diferente, tanto en su música como en el lenguaje que le permite a cualquier conocedor de nuestra música vallenata detectar a leguas el sentido que el creador le ha dado a su obra, por eso no es raro encontrar un conectivo entre sus canciones que no pasan de noventa grabadas, cuyas banderas están en el paseo ‘La Negra’ que tiene alrededor de cuarenta versiones, ‘La Gustadera’, ‘Mujeres como tú’ y ‘el Hombre Caribeño’, ‘Después de Viejo’, ‘Grito en La Guajira’, ‘La sirena samaria’, ‘El placer de la parranda’, ‘Nativo del Valle’, ‘Juglares de mi tierra’, ‘Mi casa risueña’, ‘Canarios de mi alma’, ‘Sigue la trilla’, en las voces de los más reconocidos intérpretes del vallenato y otros géneros musicales, que han tenido a bien llevar a la grabación sus obras musicales.
Como cualquier mortal tiene sus preferidos como artistas y obras de él y otros autores, que le llenan su espíritu musical. Uno de sus músicos predilecto, es el tres veces ganador del Festival de la Leyenda Vallenata Alfredo Gutiérrez Vital, quien le grabó varias canciones, muchas de ellas lograron el pleno reconocimiento de un público exigente. Entre sus creaciones tiene prefencia por ‘Grito en la guajira’ y ‘Nativo del Valle’, sin dejar de lado a Luis Enrique Martínez a quien considera el más grande del acordeón. Admira a los valores que le antecedieron en la composición, caso especial, Rafael Escalona, Leandro Díaz, Armando Zabaleta, Gustavo Gutiérrez,
Cada canción tiene una historia en la que muchas veces es más bonita que la obra, cuyas musas traen sus magias que le prenden la chispa al creador, quien le da paso a su imaginación y produce creaciones que se constituyen en referencias especiales en el amor, desamor, vida o muerte.
El caso de José Alberto Murgas Peñaloza no podía ser la excepción. Ni corto ni perezoso que fuera, aprovechó de la mejor manera cada momento en donde la protagonista central llegaba a su vida o se alejaba. Todo eso motivó la creación de unas obras en un estilo que solo le pertenece a él. Uno de esos detonantes fue el amor, en donde la mujer paisana es el eje central de esa película musical. ‘Cariñito mío’ es un paseo que grabó en 1971 Alfredo Gutiérrez Vital, en uno de sus mejores momentos musicales al construir el romance vallenato vol. 1 y 2. ‘Cariñito mío Mary de mi vida te vengo a decir/que mi corazón se ha puesto muy triste de tanto sufrir/claro que es por ti este sufrimiento que acaba conmigo si no lo resisto/haz de comprender que te quiero tanto/queridita mía que yo a ti te canto’. Un año más tarde, surge ‘La negra’ canto que inmortalizó tanto a creador como al intérprete, en donde una decisión de ella le hace reafirmar su afecto. Isabel Cristina Saurith es la inspiración y vivencia de esa canción. La llamaban ‘La Negra’ y ‘Beto’ la veía pasar todos los días a pie de ida y regreso al colegio, desafiando el calor de las ardientes calles de su tierra.
Cuenta que se hicieron novios pero que tenía un celo insoportable que no le permitía ni siquiera saludar a una amiga. Cuando ella peleaba, se ponía furiosa y le decía ‘que no ya no lo quería’, ante eso, él le decía ‘que a pesar de su rebeldía, él la amaba’. Con esa canción entró por la puerta grande de la música vallenata. ‘La negra dice que ya no me quiere/pero yo sí quiero a mi negrita’. En 1973, los Hermanos López con el canto de Jorge Oñate, planteó un cambio de narrativa y se enfoca a contar como es él y de donde viene. Esos ‘días del ayer’ es un paseo que cuenta sus vivencias infantiles y algo de su madurez musical que lo lleva a decir, que ‘me gustaba a los nueve años/perseguir la música que hoy canto/por eso no soy un hombre extraño/en el folclor que quiero tanto/hoy que soy compositor/me acuerdo del niño Dios/me dio un pequeño acordeón/que mi vida inspiró/con aquello que diré’. El narrador prosiguió en esa tarea musical de contar lo que vivía y es para el año de 1974, cuando sus paisanos, los hermanos Zuleta Díaz le graban el paseo ‘tus sueños’ que recoge aspectos de su vida serenatera al decir ‘en esta noche que canto sabroso/despierta negra de tu sueño hermoso/pa’ que me cuentes lo que haz soñado/ y estoy seguro que era yo a tu lado/que te llevaba de las dos manos/a un paraíso de enamorados’, para consolidar un estilo que se hizo evidente en el Binomio de Oro, Los Betos, Diomedes Díaz, Iván Villazón, Adaníes Díaz, Juan Piña, Daniel Celedón, Jesús Manuel Estrada, Los Diablitos, Elías Rosado, Peter Manjarres, Fabián Corrales, Martín Elías, Silvestre Dangond, Farid Ortiz, Felipe Peláez, que reafirmó lo realizado por los diversos artistas de otros países hermanos, entre ellos, la dimensión latina, los melódicos, los blancos, Roberto Torres, Willie Quintero, Charanga vallenata, los auténticos que lo pusieron en el sitial que su obra lo ubicó por las creaciones que tiene.
Félix Carrillo Hinojosa – FERCAHINO