Aventurarse como peatón a caminar por las calles de cualquier ciudad del mundo, equivale a experimentar, en vivo, la sensación de practicar un cateterismo urbanístico. Recorrer las calles de un pueblo, automáticamente te convierte en actor de su historia, pues te hace partícipe de sus olores, de su temperatura, de su impacto ambiental y toda la colección interminable de sensaciones que penetran por los sentidos y que permiten a tu cerebro incorporarlas y emitir conclusiones instantáneas. No ocurre lo mismo si el recorrido se hace en carro, en bus, en tren o en avión. ¡Nunca será lo mismo…!
Hay caminatas turísticas que se han convertido en recorridos absolutamente insustituibles cuando se visitan ciertos lugares. Hay visitas que quedan incompletas si no se cumple el ritual de caminar por senderos icónicos que se han vuelto identidad característica de muchas urbes. Por ejemplo, un viaje a Madrid quedará “fallo” si no caminamos por La Gran Vía. Igual ocurre si vamos a Barcelona y no caminamos por Las Ramblas. Llegar de turistas a Estambul y omitir una relajada caminata por la histórica Calle Istiklal, resultara una visita incompleta. Visitar New York y no caminar por La Quinta Avenida puede ser sinónimo de no haber visitado La Capital del Mundo. Mi hija Victoria y su esposo Mike Palek no nos dejaron regresar de Boston sin haber recorrido la Línea Roja de su histórico downtown. Visitar Miami y no caminar por Ocean Drive o Lincoln Road, dicen que no es una visita completa a La Capital del Sol. El único riesgo de estropear ese paseo es encontrarse con Gustavo Bolívar o cualquier otro petrista, quienes no desaprovechan oportunidad de visitar el país que tanto dicen odiar. Y en nuestros lares más próximos, una visita a Bogotá debe incluir un “Septimazo”, como se decía en antaño al ejercicio de caminar por la Carrera 7a. O en su defecto, un recorrido relajado, ojalá con sol y sin prisa, por la Carrera 15, en la zona norte de la ciudad. Y si vamos a Cartagena, nada sustituye una caminata por su Centro Histórico Amurallado para sentirnos 500 años atrás en el tiempo y de paso entender plenamente la razón de que la llamen El Corralito de Piedra. Y si decidimos visitar Riohacha, nuestra bella Sultana del Mar Caribe, será obligatorio disfrutar un paseo peatonal por El Callejón de las Brisas y desembocar en la Avenida de La Marina, si queremos que ese viaje quede completo.
En mi última visita a Valledupar, La Capital Mundial del Vallenato, hice una caminata que me alborotó muchos recuerdos a medida que iba cubriendo el recorrido. Fue como si hubiera abierto una caja llena de mariposas cautivas, las cuales salieron en estampida, donde cada mariposa simulaba ser un recuerdo lejano que intentaba posarse en la alacena de las experiencias vividas. El recorrido se originó en el Parque El Viajero, localizado en la Carrera 9a y la Calle 12. A ese sitio llegue en un taxi a eso de las 10 de la mañana, con la intención de comprar una hamaca para mi nieta Veronika Palek, aprovechando una ventana de tiempo disponible antes del viaje para San Juan del Cesar al medio día. Pero al llegar a la exposición callejera de “camas aéreas”, encontramos que no expendían hamacas sino solamente chinchorros de la artesanía wayuu. Entonces llame a mi hermano Armando Cuello, quien me indico que fuera al Almacén Amazonas. Yo ignoraba la existencia de ese almacén, pero con las indicaciones recibidas pude dibujar en mi mente su localización en la malla urbana de Valledupar. Mi primera reacción fue tomar otro taxi que me llevara al mencionado almacén. Pero inmediatamente rectifiqué la idea y resolví cubrir la distancia caminando. Al fin y al cabo, tenía tiempo suficiente para realizar la caminata y aunque esa mañana de marzo estaba calientica, ese era el clima típico de la ciudad al que yo estaba acostumbrado desde siempre. Mi recorrido se inició por toda la Carrera 9a en sentido Norte-Sur. Me relaje y me deje llevar por las delicias de ser un peatón con ojos abiertos a la observación, con oídos atentos al disfrute de la sinfonía diversa de esa ciudad renovada y con la mente dispuesta a seguirle el paso a los recuerdos. Mi primera percepción fue comprobar que la fatídica ciclo vía creada por un Ex Alcalde reciente, ya no existe. ¡Enhorabuena…! Ahora tenemos unas generosas áreas para que el caminante urbano disfrute su andar por la ciudad. Primer impacto positivo. En mi recorrido ya me aproximaba a la esquina de la Calle 15, una calle muy significativa para Valledupar y para mi recuerdo. Allí se erige el Edificio Torres del Rosario, uno de los proyectos pioneros que pusieron a Valledupar en la senda del progreso arquitectónico. Allí en esa esquina también está el Parque de Las Madres y el Cementerio Central. Cuando llegue a esa intersección me detuve un instante y mire a mi derecha. Al final de esa cuadra está localizada una casa que tiene una placa con la nomenclatura 9-80 de la Calle 15. Esa fue la primera casa donde vivió mi abuela Altagracia Ariza, cuando emigro de San Juan a Valledupar, a comienzos de la década del 60. Aunque a veces tortuosas por la disciplina de mis tías, eran unas vacaciones diferentes, pues en Valledupar había cosas que no teníamos en San Juan, por ejemplo, el Teléfono. El numero era 2207. Nunca se me olvida.
El recorrido sigue a través de la Carrera 9a y llego a otra esquina emblemática de Valledupar. La Calle 16. Allí está el sempiterno Hotel Sicarare. Es como decir, el Tequendama de Bogotá, el Aristi de Cali o El Prado de Barranquilla. Aunque en menor proporción de la importancia que aquellos encarnan, podría decirse que estos hoteles representan el prototipo del Hotel por antonomasia en cada una de estas ciudades. Y en la otra esquina está el Banco de La República, muy reconocido por el aporte volumétrico al perfil urbano de la ciudad y por el cinematográfico robo de hace varios años. Y al frente del Sicarare, el Edificio de La Caja Agraria, dueño durante muchos años del título del más alto de la ciudad, con sus 15 pisos ufanos y orgullosos. Esta Calle 16 es un eje institucional muy importante, pues conecta la Plaza Alfonso López (Gobierno Municipal) y el Centro Gubernamental del Departamento del Cesar, hasta llegar al Hospital Rosario Pumarejo de López. Los Planos de 1951, cuando Valledupar era un pueblo de menos de 30.000 habitantes, muestran al Hospital como un proyecto “aislado” del trazado urbanístico de la ciudad.
Sigo caminando por la Carrera 9a y antes de girar a la izquierda, por la Calle 16A, hago uso de un verso de Don Tobías Enrique Pumarejo y “pa’ abajo meto la vista”. Al mirar hacia el sur, diviso otra esquina legendaria de Valledupar. La Carrera 9a con la Calle 17. Allí en esa esquina esta todavía el asadero de pollos conocido como “La Viña”. Es un auténtico milagro que haya sobrevivido tanto tiempo. Nadie me podrá borrar de la mente, ni a mí ni a mis hermanos, la imagen de esos pollos dorados dando vueltas sobre brasas de carbón que estratégicamente ubicados en esa esquina, tenían el propósito de hacerle chorrear la baba a todos los transeúntes que pasaran por allí. Las nuevas generaciones deben tener en cuenta que en aquellos tiempos el pollo era más costoso que la carne de res y, además, era símbolo de lujo gastronómico. Y en el otro costado estaba el Almacén El Todo, donde sus armarios atiborrados de mercadería miscelánea eran un símbolo comercial del Valledupar de aquellos tiempos. Y después de ese almacén, estaba localizada la casa de don Hugues Rodríguez y su esposa, doña Icha Fuentes de Rodríguez. Era una parada obligatoria de mis padres cada vez que llegábamos a Valledupar, incluso antes de llegar a la casa de mi abuela Acha Ariza. Sigo caminando por la Calle 16A y antes de cruzar a la derecha para tomar la Carrera 8, me enfrento con un local comercial donde alguna vez funcionó el Almacén Souvenir, de propiedad de mis Tías Yolanda y María Cristina Cuello. Mis Tías queridas lograron insertarse con trabajo y dedicación a la ciudad que les dio acogida. Las mariposas siguen volando cual colección de recuerdos buscando un cupito en la mente inquieta que intenta ordenarlas, pero ellas siguen revoloteando sin mucho orden, intentando hacer una fila que no logran alinear. Pero eso no impide que en el desorden de su errático aleteo se acomoden y se decanten las nostalgias reprimidas. La Carrera 8 finalmente me lleva hasta el Almacén Amazonas y en lugar de una hamaca, termino comprando tres. Una para Veronika y dos para aumentar el inventario de insumos de recreación pasiva en POTRERILLO.
Salgo con mi bolsa del Almacén Amazonas y tomo la Calle 17, hacia el Este, intentando llegar a uno de los hitos urbanos más emblemáticos de Valledupar. Cinco Esquinas. Antes de llegar, me siento al frente de un embolador y entramos en charla general. El hombre es habilidoso en el manejo simultaneo de lustrar zapatos y editorializar sobre el manejo político de la ciudad. Todos perdieron el año, en el balance de gestión oral efectuado por el lustrabotas. Le dejo una generosa propina que es muy agradecida por el receptor y sigo mi ruta de caminante nostálgico por Valledupar.
Acabo de llegar a Cinco Esquinas, una esquina con cinco aristas que ningún vallenato verdadero puede ignorar. A ese punto llegaban las busetas que conectaban a Valledupar con los municipios aledaños, antes de existir la Terminal de Transporte Terrestre. En esa esquina todavía está el almacén El Caballito, aunque sin el inventario que lo hizo famoso en toda la comarca. Ahora venden memorias de música y forros de celulares. Me quedé reflexivo cuando vi el aviso de ese icónico almacén. En ese momento fue inevitable recordar a mi entrañable Hernando Marín. Nunca se me olvida que una vez, estando en el campamento algodonero de la finca “Fátima”, adyacente a El Tablazo, en un caluroso mediodía me dijo que su mayor anhelo era tener una plática para irse a Valledupar y surtirse en El Caballito con una pinta completa, la cual incluía además de camisa y pantalón vaquero, unas botas, una correa y un sombrero. Las mariposas inquietas seguían volando sobre mi cabeza convertidas en recuerdos. Ahora me disponía a seguir con rumbo norte por toda la Carrera 7a de la nomenclatura vallenata, la famosa Calle del Cesar. Esa misma que inmortalizo Wicho Sánchez cuando compuso una melodía que incluía una caminata tautológica por esta calle de Valledupar en su canción La Banda Borracha. Tal vez ese sea el motivo de que la Calle del Cesar sea una calle tan musical, tan singular y tan vallenata como ninguna otra. Fue el eje principal del denominado “Plan Centro”, una gestión urbanística de finales del Siglo XX que transformo el centro de Valledupar, al hacer una metamorfosis de zona caótica a zona amable con arborización, mobiliario urbano y reacomodo del espacio público. No obstante, la excesiva oferta de vendedores informales, luce bastante mejor que en su época critica. La caminata sigue y llego a la Calle 16B, una calle que hace una T con la Calle del Cesar. Y en esa intersección, tal vez la que más identifica al tradicional centro de Valledupar, está localizado el Almacén Éxito. Pero antes allí estuvo el almacén LEY, que en su momento le dio a Valledupar el estatus de ciudad, pues en aquel entonces ese almacén era el pasaporte para que un pueblo dejara de ser pueblo y fuera considerado una “ciudad” en el imaginario de la gente. En ese mismo almacén fue que don Hugues Alberto Lacouture Gutiérrez dejo una mañana a su esposa Sofy Lacouture para hacer actividades de compra, mientras él se dedicaba a comprar repuestos de maquinaria en otra zona de la ciudad. Don Hugues Alberto solo se percató del olvido de recoger a su esposa, cuando la Ama de Llaves le pregunto por la Señora Sofy, a su regreso a San Juan del Cesar. Avanzo por la Carrera 7a en sentido norte, paso por la cacharrería Cartagena, por el Hotel Vajamar y llego a la Calle 16. Aquí hago un giro a la derecha y me dirijo al corazón urbanístico de Valledupar. Su famosa Plaza Alfonso López. La contemplo desde todos los vértices y finalmente me instalo en uno de sus cafés a espera noticias de mi hermano Armando Cuello, para viajar a San Juan del Cesar. La espera la hago en un establecimiento llamado “Pedro Paramo”. Por su nombre deduzco que debe haber un ambiente mexicano y ocupo una mesa en la zona exterior haciéndome acompañar de una cerveza helada para sofocar el caluroso mediodía vallenato y para refrescar las ultimas mariposas que resucitaran recuerdos en esta última estación del recorrido. Hay mucha circulación peatonal a la hora del almuerzo. Observo que el sol radiante hace brillar con mucha intensidad el pavimento lujoso de la plaza y hasta alcanzo a ver el calor en forma vapores que emanan de esa superficie candente. Al frente contemplo el edificio de la Alcaldía Mayor, un volumen creado por el arquitecto Urumitero Raúl López, profesándole respeto a la majestad del entorno. Allí en ese lugar tuve mi primer trabajo como arquitecto, cuando hice parte del PIDUV (Plan Integral de Desarrollo Urbano de Valledupar) en 1982. Muchos arroyitos he atravesado desde entonces. Y cuando estaba absorto en mis elucubraciones, se aparece de repente “La Paloma”. Así le llaman a la camioneta de mi hermano Armando Cuello.
Móntese Compadre, que aquí en la Plaza no puedo parquear.
Orlando Cuello Gámez
Excelente descripción de la Ciudad Capital Valledeupar. Un abrazo en la distancia!!!!!
Mi estimado Editor, gusto en saludarte. Hizo falta esa descripción de nuestra querida Barranquilla y sus lugares históricos y emblemáticos. Pa’la próxima!!!
Que nostalgia me dio leer el recorrido q yo también hice a través de las letras de Orlando por las calles de Valledupar!!! Excelllent! 👏🤗