Esta semana experimenté en carne propia, como se construye la posverdad o mentira emotiva y sus consecuencias. Un sector de izquierda radical manipuló un video con una intervención que hice en Comisión II, donde estaba hablando del doble racero que usan los Congresistas frente a las “movilizaciones pacíficas” en Colombia.
En la intervención expresé: … “Ustedes no hablan de las estructuras gubernamentales incendiadas, como el Palacio de Justicia ayer en Tuluá; Ustedes no hablan de todos los bienes de colombianos que han sido afectados; Ustedes no hablan de las empresas que se están quebrando y de la gente que se está quedando sin empleo, por los bloqueos; ustedes no hablan de la carestía de alimentos y del desabastecimiento de la medicina y de oxigeno por sus bloqueos.
¡No engañen más! Y no engañen a los colombianos y a la comunidad internacional, dejen de estar llorando por un solo ojo; porque Ustedes, además, están inflando las cifras, Ustedes además están condenando sin debido proceso” …
… “Ustedes han dado todos los debates que han querido y los van a seguir dando seguramente, y van a seguir dando audiencias; y lo hicieron en la moción de censura, donde, además, ni siquiera permitieron que se oyeran todas las víctimas, solo las que a Ustedes les gustaba, porque les encanta llorar por un ojo; porque Ustedes creen que los derechos humanos no son para todos los seres humanos, sino solo para los que a Ustedes les interesa” …
Y a pesar de la evidencia, porque la Comisión se transmitió en directo y el video quedó colgado en diferentes redes; unos sectores radicales de izquierda, liderados por los Senadores Gustavo Bolívar y Antonio Sanguino, lograron distorsionar de manera deliberada la realidad, manipulando el video y la información, tergiversando los hechos y apelando a las emociones y al resentimiento, con el fin de crear y modelar la opinión pública, afirmando que me había burlado de la víctimas, y generando una rabia generalizada en redes que llevaron a graves amenazas en mi contra.
A raíz de estos hechos, recordé el artículo “Los cerebros ‘hackeados’ votan” de Yuval Noah Harari en el diario El País de España en enero de 2019, donde describe como el gran reto de las democracias liberales son los descubrimientos científicos y desarrollos tecnológicos, por la manera en que corroen la libertad humana desde adentro. Aunque suena extraño, gracias a los conocimientos de biología, la cantidad de datos y la gran capacidad informática, se puede piratear o hackear el cerebro de los seres humanos. Como lo escribió Harari “algunas de las mentes más brillantes del mundo llevan años investigando cómo piratear el cerebro humano para hacer que pinchemos en determinados anuncios y así vendernos cosas. El mejor método es pulsar los botones del miedo, el odio o la codicia que llevamos dentro. Y ese método ha empezado a utilizarse ahora para vendernos políticos e ideologías”.
Por eso, si queremos salvar la democracia liberal, debemos tomar en serio el debate sobre la manipulación del pensamiento, los sentimientos y el comportamiento, gracias a los avances científicos y tecnológicos; debemos plantar el debate sobre la ética en el manejo de la información y la desinformación (entendida de manera sistémica), especialmente a través de las redes para causar graves alteraciones de seguridad, tal como ha sucedido en Colombia y diferentes países del hemisferio, donde por medio de estrategias sistemáticas, se ha generado caos, pánico e intolerancia social; se debe evaluar la capacidad de gestión de crisis institucional para contrarrestar contingencias cada vez más recurrentes y de mayor intensidad y la necesidad de mayor articulación, cooperación y complementariedad. En fin, el reto es enorme y parece que por ahora no estamos listos para afrontarlo.
Paola Holguín