Hay algo profundo latiendo en el corazón de Colombia. La reciente encuesta de Cifras & Conceptos no solo ofrece datos: ofrece una radiografía emocional del país. Y el diagnóstico es claro: Colombia está cansada. Cansada de los extremos. Cansada de una política que se alimenta de la rabia, pero no construye futuro.
Un 45% de los encuestados dice identificarse con el Centro. Un 44% tiene una imagen desfavorable del presidente. Y en todas las regiones del país, cuando se pregunta por los candidatos presidenciales, la respuesta más común no es un nombre: es “ninguno”. En términos de orientación política, solo el 22% se identifica con la izquierda, el 32% con la derecha.
Esto no es apatía. Es un grito colectivo. Un reflejo de una ciudadanía que ha sido testigo de cómo los extremos desde ambos lados han profundizado la polarización, la promesa incumplida y la frustración democrática. Colombia no está desinteresada en la política: está desencantada con el espectáculo. Lo que busca no es una nueva rabia, sino una nueva razón. Una opción que no polarice, que no gobierne desde trincheras ideológicas, sino desde la serenidad, la eficacia y la compasión.
Este país nuestro país no quiere más populismos de izquierda ni autoritarismos de derecha. Quiere sentido común. Quiere honestidad. Quiere decencia.
Por eso no sorprende que el precandidato más conocido con mayor imagen favorable no provenga de los extremos, sino de una tradición de construcción ciudadana. Está columna es una invitación a leer lo que el país está diciendo: hay una oportunidad para dejar de elegir por miedo o por revancha y empezar a elegir por convicción.
En La Guajira lo sabemos bien. Llevamos años viendo cómo los extremos nos usan como escenario de promesas vacías mientras las cifras de pobreza, desempleo y desnutrición se estancan o empeoran. Pero algo está cambiando: hay movimientos sociales más organizados, juventudes más despiertas, y una ciudadanía que ya no se traga el discurso facilista. Queremos construir desde abajo. Desde lo local. Desde lo digno.
Colombia está diciendo con fuerza que merece un proyecto común que nos una, que no grite, que no divida, que no reparta culpas sino responsabilidades. Y ese proyecto no va a nacer de un líder mesiánico, sino de una sociedad que empieza a creer en sí misma.
Lo que viene no será obra de un solo nombre, sino de miles de voluntades despiertas.
Si logramos sostener esta conciencia colectiva esta desilusión transformada en determinación, el 2026 puede ser el punto de inflexión. No para reemplazar un extremo con otro. No para volver al péndulo de odios. Sino para romper el guion de la polarización y escribir una nueva página de sensatez, sensatez con resultados.
Porque esta vez no se trata de elegir entre dos males. Se trata de imaginar el bien posible. De atreverse a pensar que el centro no es tibieza, sino templanza. Que construir no es rendirse, sino resistir sin rabia.
Colombia no está perdida. Solo está buscando una nueva brújula. Y esa brújula somos nosotros.
Por eso, si queremos que el 2026 no sea un déjà vu, tenemos que empezar desde hoy a organizarnos, a debatir con respeto, a exigir propuestas reales, a formar liderazgos nuevos, y sobre todo, a creer que es posible otra manera de hacer política.
La historia de Colombia no está escrita. La estamos escribiendo. Y en cada página, hay lugar para la esperanza.
Pero la esperanza no es pasiva. La esperanza es acción. Es vigilancia, es conciencia y es voto.
Que el próximo año no nos sorprenda dormidos ni divididos. Que nos encuentre despiertos y unidos, listos para recuperar el país con ideas, con ética y con un profundo amor por lo que podemos ser.
Juana Cordero Moscote


Colombia tiene graves y serios problemas, entre otros:
La Corrupción, Narcotrafico y violencia, cuya solución requiere una mano firme.
El país necesita con urgencia un orden y una autoridad.