COLOMBIA, UN VERDADERO DESASTRE

En honor a los nuevos líderes, deberíamos cambiar el himno o al menos incorporar estrofas en las que resuenen los sneyder y los olmedos como los grandes salvadores de la patria, junto con los otros jinetes del apocalipsis nacional, superiores a los llaneros que nos dieron la independencia. Sus denuncias superan los decibeles a los que estábamos acostumbrados. Sus astucias no tienen antecedentes. No porque fuera la primera vez que se rifaron esa Unidad, más riesgosa que un tiro en un oído, a propósito de lo acontecido en USA, sino porque su alcance supera toda acción perversa desarrollada con anterioridad.

Este país es un desastre. Y los desastres se acumulan para que en las peleas de comadres salgan las verdades, dicen las abuelas sin misericordia y con mucha sabiduría.

Lo cierto es que la acumulación de indecisiones, las obras inacabadas, la prioridad politizada, el uso de las urgencias para no solucionar lo urgente, la utilización de la prevención para no corregir lo previsible, los chalecos impecables para mostrar que se está al frente de una situación riesgosa, las declaraciones televisivas y radiofónicas desde una lancha en Quibdó, desde una avalancha en Santander, desde una carretera bloqueada por la naturaleza, o desde la Mojana que se ha inundado por p todos los siglos de los siglos, acompañadas de la cara sonriente del mediocre de turno, han puesto a este país a girar alrededor de la ausencia gubernamental permanente de lo que de verdad hay que hacer.

Colombia se podría manejar desde la Unidad Nacional de Gestión de Riesgos y Desastres -UNGRD-. En una unidad con ese nombre cabrían todas las gestiones de gobierno indispensables para sacar el país adelante. No hay obra pública que no tenga un riesgo alto de no ser terminada, o peor, de no ser empezada siquiera. No hay carretera, escuela, complejo habitacional, acueducto o alcantarillado que funcione como Dios manda, y en esta entidad, la palabra riesgo está seguida del vocablo desastre, ambas cualidades propias de la continuidad de lo insufrible e indolente que se ha vuelto el país.

Sin embargo, la están usando para lo peor, pues la hunden en la improvisación y la repartición de dineros públicos de manera ilegal. Algunos dirán que es una manera de redistribuir el ingreso, frase que parece palabra presidencial, ya que raya en lo macabro y cruel. El respaldo presidencial a los que siguen en el gobierno a pesar de las evidencias se asemeja al decreto del gobierno por cárcel.

El primer desastre por atender en esa Unidad -el día que se posesione alguien serio y honesto en ella- sería el de la idoneidad de los ejecutores de las políticas públicas de Petro. No hay un sinsabor nacional mayor ahora que la ausencia actual de preparación para el ejercicio de los cargos de alta responsabilidad. Parece que lo que se quiere demostrar es que no se necesita estudiar para repartir dinero público, pues si se hace con ausencia de programación, cualquier ejecución está bien hecha. Como Alicia en el país de las maravillas: si no sabes para dónde vas, todos los caminos te llevan. Claro que ni siquiera es esa la realidad, pues la baja ejecución de los presupuestos de este gobierno deja mal parados hasta a los impreparados.

Sin embargo, la tarea de mayor trascendencia para detener el desastre nacional es la de regresar al país por los fueros de la estabilidad democrática que se intenta todos los días resquebrajar desde los micrófonos presidenciales. Esa irritante forma de discursear en cada rincón con la belicosidad por delante, con la estigmatización de todo aquel que contradiga a quien detenta el poder, como queriendo volver el sometimiento político una especie de modus operandi del estado colombiano.

Al revisar el desastre que se ha logrado con cada acción corrupta de esa entidad, de la que no escapa por supuesto el congreso y ni siquiera los alzados en armas, encuentro que existe en este gobierno alguien para ese cargo. La inefable doctora Sarabia, quien en últimas lo ejerce desde el DAPRE. Su tarea es ver cómo se ejecuta la absurdidad de las propuestas demagógicas de su jefe, enardecido cada día más por acostarse con la corrupción para levantarse con la incompetencia. La suma de todos los males, el cuadro que Dante nunca soñó para el infierno en el cual nos estamos viendo encerrados.

A todas estas, el anuncio de un porcentaje de probabilidad de ocurrencia del fenómeno de la Niña por parte del IDEAM, vuelve a revolcar el lodazal donde se han bañado gloriosos los cerdos. El pedido es ahora del nuevo director de la unidad, de seis billones de pesos para hacer desde la allí lo que no se ha hecho en décadas. Supongo que desde presidencia y el ministerio de hacienda ya no usarán teléfonos o chats para acelerar el trámite de los proyectos más “beneficiosos” para las comunidades. Todo se hará en persona. Sin discos duros ni chats que entorpezcan los acuerdos rastreros delatados por los medios. Y todo volverá a darle cuotas de poder y fragmentación indebida de la entidad, la que maneja el riesgo, que es la que en mayor riesgo nos pone.

Nelson Rodolfo Amaya

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