Fue informado de la reunión por celebrarse en un lugar conveniente, cerca de Mal Aldabia, muy reservado por la calidad de los asistentes y el propósito de esta. La esperaba desde hacía algunos meses. A muchos países les quedaba difícil ser convocados para hablar sobre los Hutíes, esos rebeldes de Yemen que admiraba con toda la fuerza de su convicción.
No en vano habían resistido los embates de Arabia Saudita y de los Estados Unidos, imperios que justificaban plenamente la insurgencia del movimiento contra la corrupción descarada que persistía en sostenerse en el poder para dividir a Yemen entre ricos y pobres y quedarse ellos con la parte del león. La continuidad de la guerra civil era un verdadero ejemplo para el mundo, pues demostraba que los israelíes y sus aliados ya no podían convivir con el resto de los países.
Por ello, reunirse para la valoración del apoyo internacional a los hutíes era toda una tarea de héroe de la izquierda, propia de sus condiciones personales tan menospreciadas por el poder del dinero y la gran empresa.
Había que planear bien la ruta y justificar su gira con cualquier pretexto de asistencia a tanto foro internacional lacayo de los que dicen ser dueños del universo.
No era tan fácil como cuando tenía a esa muchacha cerca. La extrañaba. Su compromiso era tan grande que con tal de que le dejaran ganarse un billete no solo le emparapetaba la salida, sino que encontraba explicación posterior en caso de que cualquier cosa saliera mal o si su “perdida” fuera muy larga. Lástima.
Sin ser tan eficiente pero igual de kamikaze, la nueva cabeza visible atendería el asunto sin chistar. Y en efecto, la gira fue organizada.
El discurso del foro “formal” fue fácil. Recalcar las inconveniencias del rumbo actual de la humanidad hacia su destrucción, lamentar los genocidios ajenos para evitar que le mencionaran los propios, hacer a la audiencia soñar con el espacio y el universo eran unas de las mejores consignas a las que acudía y hacían aplaudir a los asistentes con mucho fervor. Bueno, eso le decían sus subalternos luego de que terminara su discurso. Y ellos eran muy veraces, no solo leales.
Una vez montado en el avión, llamó al piloto, ese muchacho que le temblaban la voz y las rodillas cada vez que le daba una indicación de ruta no programada, para entregarle las coordenadas del mitin secreto. Si ellos tuvieran el coraje y la experiencia clandestina de su jefe no actuarían con tanto miedo. Aprovechó el vuelo para controvertir las cuentas de redes que le reclamaban haber dejado al país para viajar cuando los pastores de paz invitados a unas conferencias se resistían a dejar el paquete de negocios ilícitos que manejaban en cerca de la mitad del país y amenazaban con extender el bloqueo vial de todas las carreteras por un mes más. La culpa del desabastecimiento generado en las principales ciudades, que comenzó a cambiar la tendencia descendente de la inflación, era por supuesto del empresariado que no fue previsivo en el manejo de inventarios. Siempre poniendo la utilidad por delante y ajenos a las necesidades de los pobres y de los tenderos de barrio, mártires de los ricos del país. Cada diez minutos revisaba los mensajes para continuar capturando la atención de su nación. Era un mago para eso, y los medios tradicionales no tenían los reflejos de los influenciadores que el gobierno alimentaba cada mes con buenas tajadas del presupuesto.
Cuando aterrizaron en Mal Aldabia, el viento fresco le recordó sus viajes a un istmo cercano de su nación, aun cuando no tuviera la misma picardía del caribe.
No lo sorprendió la cara tapada de casi todos los asistentes. Recordó cuando no tenía que cubrirse la suya porque nadie lo conocía en las jornadas de adoctrinamiento de su antiguo movimiento rebelde. Le exigieron ponerse una careta que evitara reconocimientos faciales de los satélites norteamericanos que merodeaban por toda esa zona, conscientes de que se había programado algo bastante insurgente, a raíz de muchas declaraciones de países que buscaban protagonismo antisemita y ahondar el conflicto en el medio oriente. Pero lo que más le interesaba era que la Secretaría de Estado tuviera clara su forma de actuar y su desconocimiento a las leyes impuestas por la Casa Blanca. Por eso, en vez de taparse, miró al cielo en actitud desafiante.
Al concluir el foro secreto recibió un gran aplauso, pues ofreció a su país como sede alterna de la NOA -Nueva Ola Antisemita-, estructurada de manera tal que hubiera hecho que Hitler muriera de la envidia.
Mientras tanto, las tractomulas seguían ardiendo en las vías que unen los puertos con los centros de consumo y los alcaldes tuvieron que decretar racionamientos y toques de queda por la desesperación de las gentes en proveerse de lo poco que quedaba en cada localidad. Los incidentes contra las estaciones de policía se sucedían cada media hora en cada ciudad capital. Los uniformados tuvieron que ser protegidos por vecinos con alma de samaritanos, para evitar que algunos alborotados los lincharan. Los hospitales, carentes de medicamentos desde meses atrás, no podían dar sino consuelo y algunos primeros auxilios. Las sucursales bancarias estaban siendo asaltadas en varios barrios periféricos de las ciudades grandes, con robos de las cajas sin oposición del personal de seguridad por el alto riesgo que significaba para sus vidas.
Por orden del mandatario, el avión se desvió a París. Estaba exhausto de tanto diálogo internacional, la cabeza le dolía y su humanidad demandaba algo de relax mientras regresaba a enfrentar a los “enfermos, alejados del poder”, como catalogaba a sus opositores.
Nada como el diálogo abierto con personas que habían perdido el miedo de dejarse ver cómo eran, de no tener que ocultar su ser verdadero por responder a unos preceptos sociales espantosos, represivos y caducos. Si él se consideraba un héroe de la izquierda mundial, ellos eran los héroes de la lucha social y sexual. Y en París, un mundo civilizado le abría las puertas a su libertad, puertas que les cerraban en su propio país, miserable y retardatario. La primera botella de champaña se fue rápido, una vez se reunieron en un conocido barrio de la ciudad luz, barrio no precisamente lleno de luces.
No había querido contestar las insistentes llamadas del vicepresidente. Seguramente eran para mostrar una vez más su incompetencia en el manejo de los asuntos de gobierno. ¡Rodearse bien es muy difícil en este país de la Virgen del Carmen!
Algo pasado de licor y complementos, lo subieron al vehículo que lo llevaría directamente al avión para volar de regreso a la capital. Sin embargo, el jefe de sus escoltas tuvo que sacudirle la cabeza para darle una noticia delicada: No podía regresar al país. Los mandos militares habían llegado a Palacio junto con expresidentes, presidentes del congreso y las cortes, presidentes de los principales sindicatos y de los gremios, en fin, lo que alguien le había indicado que era la institucionalidad pero que él se resistía a creer que lo fuera. El vicepresidente los había recibido gustoso, pues el país se le había salido de las manos y le era imposible asumir responsabilidades tan delicadas para poner en marcha la máquina nacional, luego de tantos meses de paros y escasez de alimentos y bienes. Cuando los había visto llegar, sintió un enorme alivio. Le pidieron que asumiera las riendas del gobierno, no como delegatario sino como presidente en ejercicio, para lo cual le brindaban todo su respaldo. Ello implicaba que si el presidente titular regresaba debía ser juzgado por indigno. A lo cual no estaba dispuesto a exponerse.
Desperté alterado. Sudaba a mares, a pesar de que la temperatura ambiente de mi habitación era fresca. Me tomé la cabeza con las manos al darme cuenta de que todo eso había sido un sueño. La confusión me invadió, pues lo había sentido muy real, casi pegado a tantas cosas que se dicen y se conocen del poder de mi país. Luego noté que el personaje no era mi presidente, el de los colombianos. Y recordé que aún nos falta un año de gobierno.
Nelson Rodolfo Amaya