Lo más destacable puede ser la manipulación de la información. Y cómo, por lo menos lo que nosotros recibimos, está monopolizado por el control mediático de ‘Occidente’.
Nunca hubo una «guerra» sino una masacre, un exterminio de una población (más 65.000 muertos y más de 170.000 heridos en su mayoría lisiados de por vida). Si se califica de ‘genocidio’ o no, no cambia el carácter de crimen de lesa humanidad: se acabó con las condiciones de vida de toda la población -2.5 millones de habitantes-.
Nunca se explicó el origen ni el propósito del ‘acto terrorista’ del 7 de octubre por parte de Hamas.
Sin ir a los orígenes bíblicos remotos (la orden de Yahvé de matar a todos los hombres palestinos), la realidad es que ésta ‘guerra’ estaba más que latente desde la creación del Estado de Israel (como lo advirtió en su momento Lopez Pumarejo como representante de Colombia en las Naciones Unidas).
Esta guerra en cámara lenta había tenido varias ‘batallas’ en las cuales se habían producido varias veces canjes de prisioneros entre las partes. Israel con su avance en los asentamientos -ya prohibidos por la ONU- había capturado como ‘terroristas’ a más de 250 palestinos que habían acudido a la violencia contra la violencia impuesta por Israel en esos asentamientos.
Lo que Hamas buscó no fue invadir ni derrotar a Israel (lo cual evidentemente era impensable), sino seguir una guerra que ya existía, asestar un golpe al enemigo, y conseguir unos rehenes para intercambiarlos por los que para ellos eran rehenes que tenía Israel.
Y la confrontación, si así se considera, era inevitable puesto que la posición declarada de Hamas es que no acepta la existencia de Israel; que no reconoce la creación y el asentamiento del Estado Judío en lo que considera sus territorios ancestrales y que las acciones de Israel siguen siendo acciones de guerra. Hamas desconocía la ‘Autoridad Palestina’ que había pactado el acuerdo vigente con Israel, y, con esa propuesta como bandera política, había ganado las elecciones y el poder en Gaza. En Cisjordania desautorizaba y menguaba la legitimidad de la Autoridad Palestina amenazando con ganar el poder y convertir su posición en posición oficial.
Como Netanyahu depende de la extrema derecha que niega la posibilidad de reconocer un Estado Palestino, de lo que se trata es de una confrontación entre dos posiciones fundamentalistas que tenían como objetivo declarado la desaparición del contrario. Pero convertido en interés personal por la situación política de Netanyahu ante la inminencia de tener que ir a prisión si perdía el poder como Primer Ministro.
La eventual ‘tregua’ (ningún complemento se conoce en cuanto a la etapa o las posibilidades de cuándo firmar la paz) no fue acordada sino impuesta cuando el resto del mundo, sobre todo los aliados occidentales, reconocieron a Palestina como Estado y declararon lo que sucedía con la acción israelí como una crisis humanitaria (no solo en el sentido de lo que sufría la población sino de la incapacidad del resto de los Estados de impedirlo). Y cuando las mayorías en Estados Unidos, o incluso en Israel, estaban en contra de lo que estaba sucediendo, no para ponerse de un lado o del otro sino en contra del resultado que se estaba produciendo, pidiendo que se suspendiera una barbarie contra la cual ya estaban la gran mayoría de la humanidad.
El resultado del intercambio hubiera podido acordarlo Netamyahu desde el primer día (sin que murieran las tres cuartas partes de los rehenes). Lo que se presenta como ‘cese al fuego bilateral’ es la suspensión por parte del que podía hacerlo y podía haberlo hecho en cualquier momento (antes de la catástrofe humanitaria producida).
Lo único absolutamente seguro es que, ante este final de la aterradora acción de Israel, los palestinos nunca podrán olvidar o perdonar. No se trata de si alguien tiene razón en este enfrentamiento sino de que, si por 1200 muertos y 251 israelis en manos del enemigo se justifica esa acción, para el pueblo palestino por 65.000 muertos y 1.700 prisioneros 170.000 lisiados no solo se justifica una venganza sino se vuelve casi imposible una conciliación.
No estamos ya ante una diferencia religiosa, ni ante una confrontación por un territorio (que por lo demás seguirán existiendo), sino ante lo que se vuelve un propósito para los sobrevivientes. Y más, si, como sería consecuente con lo suscrito, desaparece la idea de ‘dos Estados’ -ya que ni siquiera se mencionan-, y, si, como está contemplado, se desposee a los gazatís de la participación en la administración sobre ellos mismos.
Con el debate inútil sobre quién es el bueno o el malo, sobre la responsabilidad o culpabilidad, se elude la necesidad de trabajar con la realidad del problema que hoy existe y de sus causas.
Adenda: algo parecido se da respecto a la crisis entre Colombia y EEUU: volverlo un tema de debatir cuál es más ‘lunatico’ si Trump o Petro es eludir lo que significa la atrocidad de decidir cometer en cualquier parte del mundo asesinatos sin fórmula de juicio, sin conocer siquiera la naturaleza o la identidad de las víctimas (de dónde son o qué actividad desarrollan).
Juan Manuel López Caballero

