CUANDO LA VALENTÍA DEJA DE MEDIRSE EN TESTOSTERONA

Que un hombre pregunte frente al micrófono: “¿Que si tengo huevas o no tengo huevas?” y espere que ese sea el medidor de su temple para gobernar, dice más de nosotros como país que de él como candidato. Esa frase cruda, provocadora, machista revela el corazón de una cultura que ha confundido la valentía con la agresión, la rudeza y el ruido. Fajardo, sin embargo, tuvo la honradez de cuestionar ese cliché: “queremos la valentía de la decencia, la valentía de los principios, la valentía de la transparencia”.  Ese giro merece un análisis desde quienes siempre hemos creído que la política puede romper con los moldes.

Por ejemplo, nosotras “las mujeres no tenemos huevas”. pero eso no quiere decir que no seamos valientes. Porque he visto mujeres en La Guajira, en Bogotá, en ciudades y pueblos que se levantan cada día con esa valentía que no necesita testosterona para existir. Mujeres como Jennifer Dalley Pedraza Sandoval, quienes con compromiso y valentía han decidido entrar a la vida pública y resistir la violencia simbólica, la burla, la amenaza, el desprecio, solo por servir con dignidad a su comunidad. Mujeres que tienen más valor en una decisión coherente, un acto de integridad, una palabra de verdad, que cualquier grito desaforado en un mitin.

Porque la valentía de la decencia no exige maltratar, mentiras ni agredir al que piensa distinto. Exige reconocer que la política nace del respeto, la compasión y el valor de escuchar al otro. Exige que entendamos que gobernar no es dominar, sino servir, no es aplastar, sino levantar. Y que, en ese ejercicio, la sensibilidad, la prudencia, la ética y el cuidado no son debilidades: son fortalezas.

Fajardo atinó al decirlo, aunque con un lenguaje equivocado para muchos. Pero ese mensaje castizo de volver a reivindicar la decencia como forma de valentía debe retumbar más allá de su voz. Debe ser una consigna colectiva. Porque si creemos que lo políticamente posible solo pasa por gritar, polarizar y pisar al que no piensa como nosotros, entonces seguimos presos de los extremos que han hundido a Colombia durante décadas.

Hoy, Colombia necesita otro tipo de valentía. Necesita la valentía de las mujeres que, con su mirada estratégica y su sensibilidad social, se atreven a tomar decisiones difíciles, a denunciar injusticias, a construir alianzas, a dialogar con quienes piensan distinto. Necesita políticos que no calculen votos, sino dignidad; que no midan poder, sino empoderamiento; que no busquen popularidad, sino resultados reales; que no aspiran a ser “dueños del micrófono”, sino guardianes del bien común.

Si esa valentía existe y existe entonces la frase de Fajardo no puede quedar en una anécdota: debe abrir un debate. Un debate sobre la masculinidad tóxica en la política, sobre los estereotipos que durante décadas han condicionado quién “sí tiene lo que hay que tener”, sobre los sesgos que relegan a mujeres limpias de historias, transparentes, honestas y comprometidas a un papel secundario.

Y más allá del debate: debe impulsarse una nueva narrativa. Una narrativa donde la valentía de la decencia sea reconocida, admirada, respetada como liderazgo de verdad. Una narrativa donde mujeres como Jennifer y muchas otras sin nombre mediático, pero con dignidad más grande que una pancarta sean celebradas, invitadas, incluidas.

Porque la construcción de un país serio no se trata de quién grita más fuerte. Se trata de quién sabe escuchar, quién sabe levantar la voz con argumentos, con respeto, con propuestas. Se trata de quién convoca desde la esperanza, no desde el miedo. Se trata de quién demuestra con acciones, no con ruido.

Y a nosotras las mujeres nos asiste una responsabilidad doble: no solo creer en esa valentía distinta, sino levantarla cada día, con nuestra voz, con nuestra palabra, con nuestra acción. Que la política deje de ser territorio de “huevas” y se convierta en territorio de integridad, humanidad y transformación.

Si Fajardo quiso rescatar la decencia como forma de valentía, bienvenida sea la ambición. Pero que su frase no quede en mero eslogan. Que inspire un cambio real. Que dé paso a una política donde la valentía no tenga género, pero sí corazón.

Hoy, cuando muchas mujeres empezamos a levantar la cabeza, a aspirar, a exigir, a construir, estamos mostrando que la valentía no tiene nada que ver con “huevas”. Tiene que ver con coherencia, con dignidad, con convicción. Con decencia.

Porque en un país que se debate entre extremos, la valentía de la decencia es el único punto medio capaz de sostenernos.

Y algo ha empezado a ocurrir en silencio, casi como un despertar: esta idea de la valentía serena, ética, decente está calando en la ciudadanía. Tanto, que hoy los números, las plazas, los debates y las conversaciones íntimas del país muestran un movimiento profundo. Si esta tendencia sigue, será Sergio Fajardo quien derrote a Iván Cepeda en segunda vuelta. No porque grite más fuerte, sino porque encarna esa política que no necesita destruir para construir. Colombia está despertando. Y está llevando consigo, hacia la segunda vuelta, una convicción nueva: que la verdadera valentía es la decencia. Y que llegó la hora de elegirla.

 

Juana Cordero Moscote 

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