DE PETROCRACIA A PATOCRACIA

Patocracia, es un término acuñado por el psiquiatra polaco Andrzej Łobaczewski, quien estudió a forma en la cual los cómo los psicópatas se soportan en la ola creciente de la injusticia social para abrirse paso ascendente al poder. Sería la patocracia entonces un escenario donde una minoría de psicópatas gobierna a una mayoría de personas cuerdas o aparentemente “normales”.

El pesando polaco en su obra La ponerología política nos enseña que «En una patocracia, todos los puestos de liderazgo deben ser ocupados por individuos con trastornos psicológicos que, por lo general, son hereditarios (…). La patocracia lo paraliza todo progresivamente. Las personas normales se ven obligadas a desarrollar un grado de paciencia superior al de cualquiera que viva en un sistema del hombre normal, simplemente para poder explicar qué se debe hacer o cómo hacerlo a un trastornado psicológico de obtusa mediocridad colocado al mando de cualquier cosa o departamento». Guardando respeto por las analogías, podemos colegir que el actual sistema de gobierno del país es una muestra sustantiva de la patocracia elevada a la potencia de su máxima efervescencia.

Las principales características de esta fase superior de la Petrocracia, son: (i) la supresión de individualismo y la promoción de un “sentido común” alineado a los intereses del poder; (ii) el empobrecimiento de los valores morales que soporta una estructura social del interés propio con carácter superior al altruismo que pregonan las elite gubernamental; (iii) el despliegue de una fanatismo que se enquista en el cerebelo de los miembros y bots del gobierno para luego, , de forma patológica, mutan a una forma corrupta de gobernar; (iii) despliegue de confrontaciones paranoicas en el quehacer público y una sensación de persecución, generalmente autogestionada y expresada a la opinión como “golpe blando inminente”.

Este nerviosismo se traduce en un afán por legislar de forma arbitraria, y acudir a facultades excepciones para afianzar el presidencialismo, una osadía que termina por contagiar al sistema democrático con el virus del autoritarismo. Esa enfermedad contagiosa deriva en un comportamiento anómalo del gobernante que lo induce, en su febril desespero y delirio mesiánico, a adoptar una actitud de hipocresía y desprecio por los ideales que esbozó para llegar al poder, entre ellos, la justicia social, la equidad, la igualdad y la transparencia. Fruto de esa expresión enfermiza e incomprendida por la demonología, es el uso “endémico de razonamientos psicológicos corruptos” como el paramoralismo y la pulcritud. Posturas que sirven para dar apariencia de normalidad a las acciones nefastas de un equipo de gobierno, al cual cada día le da más temor enfrentarse al espejo y al insomnio que perturba a quienes yacen dominados por el “mal actuar”.

Otra de las manifestaciones recurrentes de la Patocracia es la restricción de la vida espiritual y la sujeción a esquemas inflexibles y de adoctrinamiento que califican al que camina en la acera del disenso, como especie resignada a deambular en el hábitat del desprecio. Esa división de la población establece un edicto preventivo y de aparente invisibilidad, el cual se encarga que cualquiera que intente ir más allá de los límites ideológicos del régimen sea considerado un hereje peligroso para la estabilidad y supervivencia del nuevo paradigma.

Según Hughes (La Gaceta de Iberosfera), los patócratas saben que su verdadera ideología es su naturaleza trastornada, no la ideología de cordura con la que se mimetizan y confunden a la opinión pública. Son, en esencia, un ente encargado de subir al poder a los psicológicamente enfermizos, quienes, entrenados durante largos y pacientes años, despliegan un discurso novedoso y una estructura paralela a la realidad encargada de estigmatizar y echar a las hienas de sus seguidores a quienes consideran inmorales por el simple hecho de ejercer oposición a sus gestas ineficaces.

En opinión de Lobaczewski, contra esta ola los sistemas legales pueden hacer muy poco. Y aunque la Ley sería un apoyo suficiente para contrarrestar un fenómeno así, ocurre lo contrario; los psicópatas se aprovechan del pensamiento y el andamiaje jurídico a través de reformas y procesos constituyentes para anquilosarse en el poder a perpetuidad. Es importante entonces saber elegir y no dejarse llevar por el progresismo embaucador que se jacta de su “inacción y charlatanería” para alinear a un pueblo hambriento de sueños y soluciones tangibles de igualdad y oportunidades.

Por estas razones, y con el riesgo que encarna su advertencia, podemos afirmar que por desgracia la patocracia es una moda que llegó para quedarse y convertirse en el sistema social del futuro y, de paso, para entronar al psicópata en el tan esperado “Hombre del nuevo milenio”.

 

Arcesio Romero Pérez

Escritor afrocaribeño

Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI

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