DE PODER CONSTITUYENTE A PODER DESTITUYENTE

Las formas del populismo se han impuesto en muchos lugares del mundo. Se respira populismo en el ambiente. Algunas con visos democráticos y otras bajo la férula rígida totalitaria. Bordean ambos espectros del pensamiento, puesto que acuden a herramientas e instrumentos para lograr conquistar el poder, sin distingo de ideologías. Las fórmulas son las mismas.

Aprovecharse de la parsimonia de la democracia para satisfacer necesidades crecientes e incumplir promesas, que es lo que ha generado una enorme crisis de ese sistema de gobierno, es la vía expedita para estimular el descontento de la gente con el ejercicio del poder. Bien nos lo pone de presente Pierre Rosanvallon, investigador francés, en su reciente libro sobre POPULISMO, cuando decidió mirar el fenómeno como una respuesta a los conflictos contemporáneos, más que como un problema.

Por servir de apalancamiento de ambos lados, el populismo es un movimiento, no un partido político, que busca dividir radicalmente a las sociedades entre los de arriba y los de abajo, generar entre ellos una distancia, el “ellos versus nosotros”, el pobre contra el rico, el tecnócrata contra el líder social, el empresario contra el obrero, en fin, la élite contra el pueblo. No son partidos políticos porque aspiran a vincular a toda la sociedad, bajo el presupuesto de sumisión de las figuras gobernantes, responsables de los males que aquejan al hombre de a pie, pues es lo que hace falta no lo que se tiene lo que enarbolan las cabezas populistas.

Es, en consecuencia, una retórica que gradúa de enemigos a los tradicionales en el poder, exacerbando las emociones de los ciudadanos para volverlos sus adeptos, abanderando la clase baja, siempre mayoritaria en su capacidad de elegir. Lugar de honor entre los héroes del populismo ocupa nuestro Jorge Eliécer Gaitán, quien aprendió los rictus, entonación y argumentación del Duce Mussolini, en sus épocas de estudiante de derecho penal en Roma. El “¡No soy un hombre, yo soy un pueblo!”, que lo catapultó a la cima de las aspiraciones presidenciales colombianas en los cuarenta, ha sido copiado por Chávez y otros expertos en lidiar con los lamentos de los desfavorecidos sin, en últimas, lograr resolverles sus carencias.

Y logran llegar al poder, con unos manuales bien repasados, calcados, de un lugar a otro, de Hungría a Venezuela, de Turquía a Argentina o a Bolivia, de Rusia a Colombia. Somos, sin embargo, un caso aparte, sobre el que vale la pena detenerse.

La permanencia en el poder de Chávez, de Correa y de Morales estaba respaldada por una gran capacidad de irrigar recursos provenientes de ingresos consolidados. El petróleo y los minerales les permitían dar a diestra y siniestra subsidios y apoyos financieros que les ayudaban a fidelizar sus electores. Por lo contrario, Petro decidió, basado en razones fundamentalistas, que los combustibles fósiles eran enemigos de la estabilidad mundial. Se olvidó que gobernar un país a punta de subsidios debe tener fuentes de ingresos estables, como las veníamos teniendo con el petróleo, y hoy padece presupuestos desfinanciados, que ya ni para robar le alcanzan. El notorio contraste con Lula y Sheinbaum, con arcas llenas para sus programas de gobierno, es evidente.

El engañoso método de mentir del presidente colombiano dispara las alarmas sobre el riesgo de la continuidad de su régimen en el poder. Aun así, conserva una cauda inquietante para algunos, puesto que las mentiras dichas con énfasis y claridad pueden más que las verdades que las controvierten con técnicas, gráficas y estadísticas frías, enarboladas por eruditos y doctores, que poco eco encuentran en las bases del electorado colombiano.

Por otro lado, los distractores de la pobre gestión de gobierno se han concentrado en las crisis internacionales, como la de Hamás en la franja de Gaza, que Petro la volvió una bandera palestina, el dictatorial mandato de prohibir las exportaciones a Israel, lo cual se encuentra fuera de la órbita de las facultades ya que altera compromisos contractuales y no estamos en guerra con ese país. Y las afrentas a Europa, basadas en la resolución del parlamento europeo que criticó con fundamento y mayorías abrumadoras, sin distingos ideológicos, la proliferación de los grupos terroristas, el crecimiento de los corredores del narcotráfico en la frontera con Venezuela y el contrabando de armas y lavado de dinero que observan desde ese continente, pero que Petro quiere ocultar con rabietas y desconocer con desfachatez y gritos pueriles. Las bravuconadas no llevan a nada bueno. Ratifican que Petro se ha convertido en el peor enemigo de Petro.

El populismo colombiano en el poder es suigéneris. Debió formar un mix con actores políticos tradicionales de manera que lograra vencer las resistencias que lo colocaban como una opción electoral secundaria. Sin embargo, los frenos a sus pretendidos arbitrarios lo distanciaron de dichos sectores desde las primeras de cambio. El vicio parlamentario colombiano de servir siempre al poder por unas cuotas burocráticas o económicas a cambio le funcionó muy parcialmente. Hoy día, ya en el ocaso de su mandato, le ha resultado imposible pasar iniciativas y sus opositores buscan otra forma de apalancar aspiraciones de permanecer en el congreso.

Una de las características del populismo es la de pretender la celebración permanente de referéndums, de querer consultar al pueblo, que dicen ser los únicos en representar, a cada rato, tanto por nimiedades como por fundamentales. El ánimo de hacer constituyentes que alboroten el statu quo y le aseguren perpetuarse en el poder es otra estrategia que le falló al señor presidente. Está pasando de buscar poder constituyente a que le apliquen un poder destituyente, pues las infracciones a la constitución se acumulan a la vista de todos, en una nación paciente y pasiva, pero dispuesta a reaccionar en el proceso electoral del año venidero.

Las mentiras del poder, la ausencia de realizaciones y el desvarío del discurso populista del mandatario deben hacer un sano tránsito a una sacudida del PUEBLO colombiano, alrededor de un candidato con carácter y acogida popular, que parece estar apareciendo en el horizonte.  

La decantación de aspirantes dejará desde noviembre a unos cuantos, selectos, de lado y lado del espectro, para pasar esta página que nunca debimos escribir en nuestra historia. No porque la izquierda no pueda llegar al poder, sino porque no escogieron bien a quien los liderara. Su vergonzosa actitud y talante desdice de la colombianidad.

 

Nelson Rodolfo Amaya

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