DEMOCRACIA DIRECTA

Nos llegan varios mensajes desde Palacio respecto de la reacción del señor presidente frente a hechos políticos de ocurrencia reciente, apartados de su visión de estado.

Unos son relativos a la conformación de dos grupos de gobernadores: aquellos que fueron elegidos por las coaliciones que lo apoyaron hace año y medio, y los otros quienes recibieron el respaldo electoral de fuerzas distintas de su pacto histórico. Otros mensajes se refieren a la forma como actuará, amenazante, en caso de que su reforma a la salud no logre ser aprobada en el congreso, tal y como la ha presentado, para imponerla por decreto. Otra postura deja ver una extraña concepción de las políticas públicas sociales, pues declara un ministro la necesidad de solventar con dinero del presupuesto los gastos de supervivencia de los grupos armados, ya que, pobres seres desprotegidos, deben cubrir sus necesidades básicas insatisfechas en caso de renunciar a la delincuencia armada. Podemos encontrar algunos otros episodios en los cuales la condición humana que caracteriza al mandatario reafirma sus tendencias de convertirse en alguien más que un presidente.
Esas tendencias no son exclusivas de Colombia. Erosionan las bases de la democracia en la que hoy vivimos en varios lugares del continente y de otros hemisferios. Como lo cuestiona uno de los sabios de la política, Norberto Bobbio, la democracia ha sido necesaria para que un pueblo no caiga en un régimen despótico, pero ¿es suficiente? Añadiría yo a la pregunta, ¿qué hay que hacer para evitar los desbordamientos de algunos personajes inspirados enpopulismo, sectarismo y megalomanía?

Sea lo primero insistir en la afortunada conveniencia que tenemos de la separación de nuestras elecciones entre regionales, congresionales y presidenciales, de forma que se prevenga esa acumulación torcida de poder en manos de quien administra el presupuesto, el gran elector en Colombia. Ya lo hemos expresado en anteriores notas de opinión, para subrayar ahora que más democracia es mayor capacidad del ciudadano para revisar sus decisiones. La evolución del presente siglo nos demuestra sin lugar a duda que el pluralismo se creció en el país. Durante muchos gobiernos, la izquierda se hizo con la alcaldía de Bogotá, y recientemente llegó a Cali y Medellín, triángulo de oro de la riqueza en esta nación, donde se detenta más de las dos terceras partes de la producción nacional. Aun así, la convivencia de los gobiernos nacionales con estos mandatarios acudió al reconocimiento de sus diferencias y a buscar un bienestar nacional desde ellas.

Sin embargo, ahora que ya no la tienen, lo que estamos observando es la dificultad del derrotado de reconocer los cambios de rumbo e imponer, con unas mayorías que forman más parte de la historia que de la actualidad política, los supuestos mandatos que le otorgaron al elegirlo.

No bastan unas elecciones libres para que exista la democracia. Se trata, además, de que ellas vayan acompañadas del respeto al disenso, en una actuación policrática, propia de la dispersión de los elementos de poder público que nos rige y ejercidas en el marco normativo al que estamos sujetos.

No hay lugar para el disenso en el sistema Petro de gobierno. No hay aceptación de lo que las urnas dispusieron. Solo brilla el choque, su forma de ver la vida. Y la muerte. Si solo fuera la deliberación sobre aspectos críticos; pero salta a la confrontación innecesaria, que busca ocultar lo que no logra cuando gobierna.

Necesitamos más democracia directa. Aquella que consulteal pueblo colombiano, en referéndum o plebiscito, su opinión sobre las cosas trascendentales, su voluntad sobre la paz, sobre la estatización de los servicios públicos, su decisión sobre los partidos políticos, que se encuentran cada vez más distantes de los electores.

Las urnas han recogido unos designios paradójicos en nuestro pasado reciente. Del prurito de hacer la paz a toda costa de Santos, al desprecio por lo pactado en esa materia que mostró Duque, hasta la apuesta desesperada que la gente hizo por Petro, nos hemos movido de un extremo al otro del espectro político. Dicho de otra manera, saltamos de un frío y calculador, pésimo comunicador pero gran componedor, a un locuaz inexperto, convencido de un futuro promisorio de algo que le fue regalado, hasta llegar a un hábil sofista, de oportuna estrategia, buen intérprete de las desesperanzas de nuestra gente, pero incapaz de conducirnos hacia unas soluciones viables y armónicas con nuestro cuerpo institucional.

Y, ahora, ¿para dónde vamos? No hay otro camino que más democracia, la directa.


Nelson R. Amaya

DESCARGAR COLUMNA

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Abrir chat
💬 ¿ Necesitas ayuda?
Hola 👋 ¿En qué podemos ayudarte?