DESCONEXIÓN ONTOLÓGICA: AGUA O CARBÓN

En los últimos meses, el debate sobre la posible explotación carbonífera en Cañaverales ha cobrado nueva fuerza. Empresas transnacionales y algunos sectores del gobierno apuestan por un modelo extractivista que promete riquezas inmediatas, mientras comunidades campesinas, ambientalistas y científicos advierten sobre los efectos irreversibles que esto tendría sobre el acuífero regional y la Reserva Forestal Protectora Manantial de Cañaverales. Pero detrás de esta discusión técnica y económica subyace algo más profundo: una desconexión ontológica, es decir, una ruptura entre nuestra forma de habitar la tierra y nuestra comprensión fundamental del mundo, de la vida y de nuestro lugar en ella.

La palabra «ontología» proviene de la filosofía griega y se refiere al estudio del ser, de lo que existe y cómo nos relacionamos con ello. Hablar de desconexión ontológica no es solo un ejercicio académico; es una forma de describir cómo hemos perdido contacto con lo básico: el suelo que pisamos, el aire que respiramos, el agua que bebemos. Es como si, en nombre del progreso, hubiéramos olvidado quiénes somos y de dónde venimos. Cuando se propone excavar bajo un manantial para extraer carbón —un recurso fósil que representa una energía del pasado—, estamos ante una manifestación clara de esa desconexión: queremos sacar oro negro sin entender que el verdadero tesoro está en el agua cristalina que brota de la montaña, en los bosques que la sostienen, en la memoria ancestral de quienes han cuidado ese territorio durante generaciones. Pero claro, ¿Quién necesita agua limpia cuando puedes tener un salario miserable en una mina a cielo abierto?

 

Agua o carbón: una elección ontológica

Cañaverales no es solo un punto en el mapa. Allí, el agua no es un recurso más: es la sangre de la tierra, es vida en estado puro. Y frente a eso, se quiere colocar una mina que contaminaría el subsuelo, fracturaría el ecosistema y convertiría un pulmón natural en un hoyo negro de extracción y destrucción. ¿Cómo justificar semejante sacrificio? La respuesta que dan las empresas es simple: dinero. Ganancias millonarias para unos pocos, a costa de la salud colectiva y del futuro común. Pero esta lógica responde precisamente a esa desconexión: se ve el mundo como un objeto a explotar, no como un entorno con el cual convivir. Es como si alguien decidiera cortarse una vena para vender la sangre… y encima te diga que es “economía circular”.

 

Presencia campesina y derechos ancestrales

Lo que no siempre se menciona en estos debates es la presencia histórica de comunidades campesinas y negras en la zona. Familias que han trabajado la tierra por generaciones, produciendo alimentos de manera sostenible, cuidando el agua, manteniendo prácticas agrícolas tradicionales y resistiendo la tentación de abandonar el campo ante la promesa efímera de empleo minero. Estas comunidades no son meros espectadores de este conflicto. Son actores centrales, poseedores de un saber profundo sobre el territorio, sobre sus ciclos naturales, sobre la forma de cultivar sin arrasar. No hay desarrollo posible sin ellas. Por el contrario, cualquier proyecto que ignore su existencia y sus derechos profundiza aún más la desconexión ontológica: ya no solo con la naturaleza, sino también con la historia, con la identidad y con la justicia social. Y, sin embargo, aquí estamos: escuchando a funcionarios hablar de “inversión social” mientras ofrecen becas de maquinaria pesada a jóvenes que nunca antes habían tocado una excavadora. ¡Ah!, el progreso.

 

La Reserva Forestal Protectora Manantial de Cañaverales

Un elemento crucial que refuerza el carácter ilegal e insostenible de la minería en Cañaverales es la existencia de la Reserva Forestal Protectora Manantial de Cañaverales, declarada oficialmente mediante el Acuerdo 014 del Consejo Directivo de Corpoguajira del 17 de mayo de 2012 -durante mi dirección al frente de esa entidad-. Esta reserva tiene una extensión de 975,7 hectáreas y fue creada con el objetivo de: A) Asegurar a perpetuidad la producción hídrica y el mantenimiento de valores bióticos y paisajísticos del Manantial de Cañaverales y su área de captación y recarga. B) Conservar especies amenazadas de flora (ébano, guayacán, carreto) y fauna (oso hormiguero, tigrillo, guacamaya, carpintero pequeño). C)Mantener los valores paisajísticos y culturales del área. El artículo cuarto del Acuerdo establece taxativamente: “Queda terminantemente prohibida la realización de todo tipo de actividades de exploración o explotación minera”. Por ende, cualquier intento de abrir una mina en esta zona estaría violando directamente el propósito mismo de la reserva, su régimen de uso y los principios de conservación que la sustentan. Pero bueno, ¿Qué es un Acuerdo Regional frente a un contrato multimillonario?

 

Plan de Manejo de la Reserva (Acuerdo 008/2018)

Aunque la creación de la reserva data de 2012, no fue sino hasta mayo de 2018 que se adoptó formalmente su Plan de Manejo, mediante el Acuerdo 008 de Corpoguajira, el cual define una zonificación ambiental detallada:

 

  • Zona de Preservación: 65,2% del total, donde solo se permiten actividades científicas autorizadas.
  • Zona de Restauración: 15%, destinadas a recuperar ecosistemas dañados.
  • Uso sostenible y público: menos del 20%, reguladas estrictamente.

 

El plan reafirma que la minería no es compatible con ningún tipo de uso dentro de la reserva, y establece que cualquier actividad incompatible con los objetivos de conservación será considerada infracción ambiental grave, sujeta a sanciones legales.

 

La Resolución 000161 de 2024: marco legal y político

El 27 de febrero de 2024, el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural emitió la Resolución 000161, mediante la cual se declaró oficialmente el Área de Protección para la Producción de Alimentos (APPA) del Sur de La Guajira, incluyendo dentro de su perímetro territorial la región de Cañaverales. Esta APPA fue creada con el objetivo de proteger la producción agropecuaria local, garantizar la seguridad alimentaria y defender los derechos de las poblaciones campesinas e indígenas que habitan en la zona. Uno de los pilares fundamentales de esta figura es la imposibilidad de adelantar actividades mineras o petroleras en su interior, dada la importancia estratégica de estos territorios para la soberanía alimentaria del país. Por lo tanto, una vez queda demostrado que, desde el punto de vista legal, la minería en Cañaverales no solo es insostenible ambientalmente, sino ilegal según el marco normativo vigente. Cualquier intento por avanzar en proyectos extractivos en la zona estaría violando una política pública reciente, aprobada con base en criterios técnicos, sociales y ambientales.

 

La voz de los saberes ancestrales

Mientras las empresas mineras presentan informes técnicos cargados de proyecciones económicas y mapas con capas de datos geológicos, la comunidad habla de raíces, de cultivos que han sobrevivido por generaciones, de ríos que dan vida, de animales que desaparecen lentamente y de un manantial que no solo abastece agua, sino que simboliza la memoria colectiva de un pueblo. Las comunidades campesinas y negras de Cañaverales llevan décadas advirtiendo sobre el equilibrio frágil que mantiene el agua en estas alturas. Sus prácticas agrícolas tradicionales, su relación respetuosa con el bosque seco tropical, su uso sostenible de los recursos naturales y su comprensión del ciclo hídrico son el resultado de una observación constante y empírica del entorno. Son guardianes del territorio, pero también científicos del lugar, aunque su ciencia no tenga reconocimiento formal.

Sin embargo, durante las reuniones de consulta previa, este conocimiento es frecuentemente relegado o considerado “subjetivo” frente al lenguaje técnico y cuantitativo de las empresas extractivas. Peor aún, cuando se levantan preguntas técnicas por parte de la comunidad —sobre niveles de contaminación, sobre el comportamiento de las fallas geológicas o sobre la posible salinización de las aguas subterráneas—, las respuestas tienden a ser evasivas, incompletas o condicionadas por el interés comercial de la empresa.

En contraste, los habitantes de Cañaverales no necesitan gráficos ni simulaciones para saber que el agua ya no llega igual que antes, que los árboles tardan más en crecer, que los animales silvestres han disminuido, que el clima se ha vuelto impredecible y que el bosque está perdiendo su fuerza. Su conocimiento no está en libros, sino en la práctica, en el cuidado cotidiano del territorio.

 

Hacia una nueva ética del habitar

No se trata de rechazar el desarrollo, sino de repensarlo. Desarrollo no puede significar destrucción. No hay progreso donde hay contaminación, desplazamiento o muerte lenta de los ecosistemas. El verdadero avance consiste en aprender a vivir sin arrasar con lo que nos sostiene. Cañaverales no es solo un nombre en un mapa, ni una oportunidad económica pasajera. Es un espacio que encierra una historia profunda de resistencia, de cuidado colectivo, de relaciones simbióticas entre humanos y naturaleza. Es un recordatorio de que el progreso no debe medirse en toneladas extraídas, sino en la capacidad de preservar condiciones dignas de vida para las próximas generaciones.

Y aunque Corpoguajira y el Ministerio del Interior tengan muy claro que en esta zona no hay espacio para la minería, parece que a algunos les resulta más fácil ignorar un Acuerdo de reserva forestal y un Plan de Manejo que cumplirlo.

Decidir entre agua o carbón no es elegir entre dos recursos. Es decidir entre dos formas de estar en el mundo. Una basada en la dominación y el corto plazo. Otra fundada en el respeto, la continuidad y la responsabilidad hacia las próximas generaciones. Es hora de reconectarnos. Con la tierra, con el agua, con nosotros mismos. Y, sobre todo, con las leyes que nos protegen y con las comunidades que día a día cuidan el territorio. Cañaverales no es un espacio vacío esperando ser explotado. Es un territorio vivo, campesino, negro, protegido y lleno de futuro.

 

Arcesio Romero Pérez

Escritor afrocaribeño

Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI

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