La hora reclama de los políticos, los opinadores, los periodistas, los empresarios, los funcionarios públicos que soportan el peso de las instituciones y los ciudadanos, todos, un nivel de cordura y liderazgo que se nota escaso cuando no ausente.
Cunden en estas horas la desesperación, la desesperanza, el pesimismo, las soluciones simplistas y apresuradas.
Para muchos, se entiende, la materialización del talante autocrático de Petro en arengas incendiarias, actuaciones administrativas arbitrarias y ocupación agresiva de espacios institucionales, resulta una frustración de su crédula ilusión de que “el primer gobierno de izquierda de la historia de Colombia” (dicho casi sin respiro por el interlocutor emocionado con su corazoncito puesto en las utopías socialistas de siempre) resultó, como era claramente previsto, una porquería de corrupción, incompetencia, destrucción y perturbación de las instituciones democráticas.
Para los desencantados del petrismo, tanto en las élites como en el pueblo raso, resulta difícil recomponerse, no solo por la rabia ante el engaño y la incredulidad ante los hechos, sino por el peso de los prejuicios que los mantienen capturados en sus posiciones anteriores. La apostasía del petrismo ante la familia, los amigos, en el trabajo o en las redes, implica un castigo brutal. Abrumados por la evidencia, no militan ni defienden ya al caudillo salvador y su camarilla diversa de rateros, manzanillos y aduladores. Prefieren el silencio para evitar el escarnio y no confrontar los efectos de su voto. Muchos hablan de otras cosas. La India, el papa, Trump se vuelven sus obsesiones con tal de no echar marcha atrás o no llegar a criticar al líder supremo que tanto se amó. Siempre hay una crítica al uribismo que ayuda a olvidar el presente funesto o que, por lo menos, permite superar el impase de una crítica al actual gobierno.
Para los opositores de ocasión, los diletantes y los profetas del desastre, el pesimismo se convierte en la solución más gratificante y simplista. Todo está perdido. Los efectos de la deshonestidad y la mentira del presidente en el congreso, en la opinión, en el empresariado, todos previsibles, se convierten para ellos en señales del apocalipsis. Su desespero se transforma en frustración frente a la lentitud consuetudinaria de nuestra justicia y las instituciones. Los límites y controles de nuestra democracia son despreciados. Llegan al absurdo de exigir que la democracia que quieren defender sea a su vez violada con acciones inconstitucionales. Frente al odio de Petro y la división social que propician y reclaman más odio y más división. Son caldo fértil de cultivo para los nuevos demagogos oportunistas que llenan el tablero con sus aspiraciones y propuestas atrabiliarias, inviables, manipuladoras y ridículas.
Los líderes políticos dentro y fuera del congreso viven al vaivén de las locuras de Petro, suponiendo estrategias cuando la mayoría de las veces solo hay chambonada, cayendo una y otra vez en las cortinas de humo de los comunicadores de Casa de Nariño. Reaccionan a la coyuntura sin guiar ni liderar. Se hunden en los rumores de la hora sin acudir a su templanza y abandonan las instancias del diálogo y el consenso democrático en donde, a falta de un nuevo relato que supere la retórica siniestra y mentirosa del gobierno, pueden encontrar posturas institucionales comunes y robustas que apaguen los fuegos de golpe de estado y manipulación que continuamente alimenta el presidente. Con sus especulaciones, temores y afanes de protagonismos llenan las redes y alimentan periodistas ligeros abrumados de escándalos y deseosos de chivas que ya no brillan en el mar de escándalos.
Y claro la “petrada” de la hora es la consulta popular. Mezcla de improvisación, rabieta y agotamiento impopular, se materializa en una excusa para seguir abusando del erario en la frenética actividad mediática con la cual se pretende tapar el desastre del gobierno en todos los frentes y que seguirá haya o no haya consulta.
Petro busca oxígeno desesperadamente. Para no ahogarse en sus escándalos, en la degradación del orden público o lo explícito de la crisis de salud que provocó. Busca oxígeno para alimentar el discurso interminable de odio, tergiversaciones y amenazas con el que castiga a diario a sus públicos de alquiler en todos los rincones del país.
El necesitado es Petro que quema dinero todos los días, como quien alimenta una chimenea con papel periódico para calentar a sus seguidores. Y claro que algo de calor brota de miles de agitadores digitales a sueldo, perfectamente segmentados y coordinados por los genios catalanes y otros genios oscuros colombianos. Calor brota de la profusa publicidad estatal en la prensa tradicional que se llena la jeta de publicidad estatal mientras revela los escándalos del gobierno. La opinión petrista se calienta con el tráfico digital que se le da a la babosada del día del presidente. Y frente a estos fuegos inducidos y débiles ya hay un sector de los opinadores y los empresarios que gradúan a Petro de genio político y aprovechan para bajar los brazos antes de que la pelea de la consulta siquiera haya empezado.
El senado debe hacer una pausa histórica y negar la consulta. La rabieta de Petro se dará de cualquier manera. Mejor senadores “una vez colorado que cien sonrojado”. Dios, la patria y los votantes sabrán reconocerles si tienen el carácter de quitarle a Petro el oxígeno de la demagogia negando la convocatoria a la consulta popular.
Enrique Gómez Martínez