DESPUÉS DE LAS ELECCIONES

Si fuera fácil explicar porque parece que ganó Trump esto se hubiera podido predecir de antemano.

Lo que sí vale la pena es aprovechar estos comicios para tratar de entender algo de la cultura política electoral americana.

Ante todo, tratar de seguir todo el sistema:

Comienza en la escogencia de los candidatos de cada partido en ‘caucases’ y primarias donde cada Estado tiene reglas propias. En la Convención de cada Partido se presentan los delegados que ganan a nombre de cada candidato en cada Estado y sale elegido quien más votos tenga en la Convención. Quienes van en delegación por cada candidato no son libres de votar como quieran sino solo sirven para contar los votos que recibe cada candidato. (Aunque hay excepciones de ‘superdelegados’ en el Partido Demócrata que pueden votar por quien quieran).

Usualmente de las Convenciones salen candidatos únicos de cada Partido, en parte porque en algunos Estados rige el que tiene mayoría se lleva todos los delegados (sobre todo en el Partido Republicano) y en parte porque los que van quedando en minoría adhieren al ganador.

Ya para la elección Presidencial no gana necesariamente quien tenga el mayor número total de votos porque no es un Estado Unitario sino una Federación de Estados. Pero tampoco la elección del Presidente corresponde a quien tenga la mayoría de los Estados. Solo en el caso en que se dé empate en el Colegio Electoral donde votan los delegados elegidos en cada Estado aplica este mecanismo. (Y aunque se supone que todos ciudadanos pueden votar, los residentes de Puerto Rico – Estado Asociado número 51 – tienen ciudadanía americana, pero Puerto Rico no tiene Delegados)

La elección la concreta la mayoría de votos de los Delegados de los Estados en el Consejo Electoral. Y los Delegados son quienes son elegidos por el voto ciudadano. Pero no votan libremente sino de acuerdo a por quien hayan representado en los comicios Estatales. Y no en proporción a los votos que reciban sino llevándose usualmente el ganador la totalidad de los delegados que votarán en el Consejo Electoral. (Siempre con excepciones en dos Estados donde la delegación se escoge por condados -counties-)

Cada Estado tiene su propio sistema electoral y su propia forma de presentar sus delegados a la elección Nacional. Algunos permiten votación por correo y de ellos unos con más anticipación que otros. Y según lo determiné cada Estado el conteo de estos votos en el escrutinio para la votación en el Consejo Electoral comienza antes o después del inicio de la votación presencial, o solo al final de ésta, y en estos últimos casos a veces al mismo tiempo que el conteo de los votos presenciales o después del mismo.

El número de Delegados por Estado no es directamente proporcional a su población. Su origen fue un ‘algoritmo’ complejo donde hay una base común de la misma representación que tiene en las dos cámaras de Congreso más una proporción de la población que tenían en el momento de definir la cantidad que correspondería a cada Estado. Así los Delegados acaban requiriendo grandes diferencias en cuanto a los votos para ser elegidos (por ejemplo, uno de California requiere 160.000 votos mientras uno de Vermont solo 11.000)

Los aspirantes debaten poco alrededor de ideologías, pero sí alrededor de programas que derivan de ellas (aunque la acusación de ‘comunista’ y de ‘fascista’ se usa retóricamente).

En todo caso y en últimas, las campañas se manejan -y deciden- a través de las encuestas, del peso de los medios de comunicación (con alguna incidencia de las ‘celebridades’), y de la cantidad de recursos que se consiguen a lo largo del desarrollo de las campañas.

El electorado americano mismo se ha caracterizado por la cantidad de elementos binarios o duales que los dividen.

En la metodología de las encuestas la base es en buena parte la filiación partidista (sensiblemente igual) que se declara con la inscripción. También la muestra de las encuestas se toma con igual número de mujeres y hombres aun cuando en las mismas se señalan mayorías marcadas a favor de uno u otro (en el total se compensan, pero según el tema que interese más en un Estado u otro se reflejan las diferencias en la votación).

Las grandes ciudades y los sectores más relacionados con el resto del mundo tienden a ser demócratas mientras que la ‘América profunda’ de los Estados más encerrados en sí mismos tiende a ser republicana. (Los Ángeles, Nueva York, Detroit y los Estados de las dos Costas _ exceptuando Florida- están con el Partido Demócrata y defienden el ‘destino manifiesto’ de ser líderes de la humanidad, mientras el ‘corazón del centro’, el ‘cinturón alimentario’ son aislacionistas -Kentucky, Indiana, Ohio, etc.)

Los Estados del Norte desarrollados alrededor de la industria son más liberales y progresistas que los del sur que dependen más de la agricultura; y en éste el segregacionismo se remonta más a las relaciones culturales del pasado esclavista y la influencia religiosa que en el norte donde su naturaleza es más de proletariado capitalista.

Según el aspecto que prevalezca en uno u otro Estado en la elección se ganan los delegados que lo representarán en el Colegio Electoral.   Por eso se sabe de antemano la composición de cada uno, y de 50 Estados son pocos los inciertos y de los que depende el resultado.

(Esto acaba viéndose en la distribución geográfica de cómo votan los Estados).

En los Estados Bisagra o inciertos las votaciones dependen de los cambios demográficos que alteran sus tendencias sin que se consoliden mayorías estables. Por ejemplo, el ‘progresismo’ demócrata cautiva más a los sectores educados y pendientes del cambio climático volviendo ‘elitistas’ a los demócratas, mientras los sectores obreros y rurales están más atentos al costo de vida y la oferta de empleo como lo enfoca el nuevo ‘populismo’ del Partido Republicano. El voto mayoritario ya no es el de los adultos y la clase media ya establecida, sino el de los jóvenes y los sectores movilizados por las nuevas condiciones económicas que inciden más proponiendo el ‘cambio’ (aunque sin saber cuál debe ser éste).

El conjunto de lo anterior explica los resultados de esta elección y en algo lo sorprendente de la votación, incluso casi que, de cualquier voto, por Donald Trump.

Porque: ¿Cómo en el país que por excelencia reivindica el origen en los inmigrantes se vuelva bandera el cuestionamiento a ellos? ¿Cómo en el país que se considera símbolo y adalid de la democracia se acepta y respalda la candidatura de quien admira a los dictadores, de quien afirma que sus generales deberían ser como los de Hitler, y que proclama que su primer día de gobierno acabará con las barreras que limitan su poder? ¿Cómo se puede hoy en día votar por alguien que niega el cambio climático y se retira del Pacto de París afirmando que los científicos están equivocados? En fin, las razones para no votar por él eran tantas y tan numerosas que sobra repetirlas; lo que toca entender son las que existen para que votaran por él.

Pero también lo que sucede es que todo ser humano tiene en su corazoncito una aspiración de poder; cada uno siente una cierta envidia por el matón de la clase. Lo que para el americano es su gobierno es la proyección de lo que cada uno desearía ser. Porque machista, racista, atropellador es lo que son los Estados Unidos. Trump propone la imagen del matón, y eso, con la promesa de concentrarse en mejorar sólo las condiciones propias sin tener para nada en cuenta la Ley ni el mundo alrededor (el MAGA), es una oferta más que tentadora. Además, para algunos que gane Trump evita la amenaza de lo que sería el desarrollo de una confrontación ya violenta como se vio en el asalto al Capitolio cuando la anterior elección fue el 6 de octubre.

Juan Manuel López Caballero

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