Después de atravesar la cabecera municipal de Barrancas pasamos por La Mina de El Cerrejón sin detenernos. Aunque nosotros estábamos en viaje de turismo, en ese lugar mi empresa ACCIONES URBANAS ejecutaba en ese momento el servicio de Mantenimiento de Instalaciones con un contingente laboral de aproximadamente 120 personas entre personal técnico, administrativo y profesional. Y en Puerto Bolívar otro colectivo de 70 personas cumpliendo las mismas tareas. Ernesto Gutiérrez y Carlos Guete escuchaban atentos el resumen de los numeritos ilustrativos que hacían singular y atractivo este megaproyecto, los cuales en ese momento yo dominaba con absoluta precisión. Nosotros, en calidad de contratistas comprometidos, éramos un ciudadano corporativo de amplio reconocimiento en toda La Guajira. En ese momento transitábamos por la carretera privada que fue construida de forma paralela al trazado del ferrocarril que en un trayecto de 150 kms arranca desde La Mina y permite que el tren descargue su mercancía negra en la barriga de los buques atracados en Bahía Portete. Pasamos por el km 18, donde está localizado el Aeropuerto que sirve de apoyo a las operaciones mineras y en el km 42 conectamos con la intersección de esta carretera con la Troncal del Caribe que conecta a Riohacha con Maicao. Este punto es conocido en toda La Guajira como “Cuatro Vías”. Una vez allí, giramos a la derecha en sentido Este y después de 17 kms llegamos a Maicao, la capital comercial de La Guajira. Cuando pasamos cerca de la Ranchería “La Paz”, cuna ancestral de la Familia Iguaran, les dije que en ese punto Hernando Marín se había inspirado para ponerle el título a una de sus canciones: “El Ángel del Camino”. Ese letrero adornaba la defensa de uno de los tantos carro-tanque que históricamente han abastecido a este pueblo sediento del norte de Colombia.
Maicao es una ciudad eminentemente comercial que surgió como un punto de encuentro para hacer negocios. Es una ciudad relativamente joven, pues tiene casi la misma edad que tendría mi Padre. Fue fundada un 27 de junio de 1927, ocupa un área territorial de 1,782 km2 y ha sido epicentro de varias bonanzas: contrabando, marimba y carbón. No obstante, lo anterior, parece que la riqueza nunca ha querido quedarse en su territorio. Allí desayunamos, llenamos el tanque de gasolina y compramos suficientes provisiones de lata y frascos para la travesía que nos esperaba en los dos días venideros.
Ya apertrechados con los insumos vitales en los vehículos, recorrimos de nuevo los 17 kms andados, llegamos a “Cuatro Vías” y reorientamos la ruta de los vehículos en sentido Norte. Aproximadamente en el km 70 (más o menos la mitad del trayecto entre La Mina & El Puerto) llegamos a Uribía, la Capital Indígena de Colombia. Uribía es otra población muy singular. Debe su nombre al General Rafael Uribe Uribe, fue fundada el 1o de marzo de 1935, tiene una extensión territorial de 8,200 km2 y su territorio es el equivalente al 40% de la extensión de La Guajira. El municipio de Uribía sirve de asiento territorial a la gran cultura wayuu, la población indígena más populosa de Colombia. Su agreste y singular territorio no solo es la cabeza de Colombia, sino de toda Suramérica. Nuestros poetas le rinden reverencia a su geografía. “Majestuosa, encabezando el mapa” dice Hernando Marín. Y Rafa Manjarrez reflexiona: “No sé por qué La Guajira… Se mete al océano así…”
Llegamos a Uribía y era menester resaltarles a nuestros visitantes una curiosidad urbanística: La ciudad tiene un trazado urbano de “Tipo Radial” al igual que Paris, la capital francesa, la cual desde El Arco del Triunfo como epicentro desarrolla su trama urbana de manera radial. Como una telaraña. Y en Uribía tenemos un trazado similar. Desde su epicentro institucional (Iglesia, Alcaldía, Pro-Aguas & Otros) se levanta un obelisco en honor de su fundador y allí convergen 8 vías que conforman un tejido urbano único en Colombia.
Mientras le hacíamos esta ilustración a los visitantes, le preguntamos a un transeúnte que nos tropezamos en la Plaza por la vida de “Zazo” Fonseca y “Chetin” Barros. Les dejamos el recao de que les dieran un abrazo. Entonces reanudamos la ruta y emprendimos el camino en sentido Oeste, con destino al municipio de Manaure, la tierra de la sal, “La Reina Blanca” de La Guajira. Hacia allá nos dirigimos en nuestra travesía. Después de media hora de recorrido, llegamos a esta bella población, donde el turista puede alternar su mirada con el deleite de los paisajes de sal, los horizontes del desierto interminable y los rayos del sol espejeando sus reflejos en el mar donde los flamencos rosados llegan por temporadas.
Llegamos a un restaurante típico a la orilla del mar, humectamos el gaznate con una cerveza helada y nos sirvieron un pescado frito espectacular. Allí en Manaure preguntamos por Polanco Pérez y por Tolentino Brito. Les dejamos saludos con el mesero.
Después de almorzar arrancamos por la vía paralela al mar que desde Manaure conduce al Cabo de la Vela y donde el desierto se vuelve cómplice para hacernos ver unos paisajes de inigualable belleza y ensueño. Entre charcos reales y los charcos imaginarios que reflejan los rayos del sol en el recorrido hasta nuestro destino, llegamos al Cabo de la Vela cuando la tarde marcaba en el ambiente una transformación tan radical que la noción del tiempo no tiene aplicación real en esta parte de La Guajira. Esa dimensión de la vida aquí se diluye. Se pierde por completo. Aquí en el Cabo de la Vela da lo mismo lunes que viernes. ¡Aquí el tiempo se detiene… y los atardeceres alcanzan ribetes de belleza sublime…!
La primera vez que visite el Cabo de la Vela yo era un niño. Durante años fue costumbre familiar ir en Semana Santa. Fui tantas veces, que una vez dije que ya era suficiente. No volveré otra vez. Pero la magia de ese lugar se impone y hace que las promesas rotas no tengan penitencia. Le recomendé a mis invitados una cena de langosta con salsa rosada en el Restaurante “El Caracol”, que hoy no existe pero que tiene su remplazo multiplicado.
Al día siguiente, el día DOS de nuestro periplo, disfrutamos las playas de arenas doradas de este sitio sagrado que los nativos llaman “Jepira”. Fuimos al Faro, al Pilón de Azúcar y antes del mediodía salimos para Puerto Bolívar. Aprovechando nuestra presencia como Contratistas de El Cerrejón, hicimos un rápido recorrido por las instalaciones portuarias. Almorzamos en el Restaurante “Casa Blanca” en la entrada de Puerto Bolívar, el cual era administrado por la empresa nativa “Romero & Sánchez”, nuestros colegas de entonces. Después de un opíparo almuerzo, tanqueamos los vehículos y nos enrutamos en un viaje lineal y directo hacia San Juan del Cesar. Luego de tres horas de camino, el epilogo del viaje culmino en la Plaza Santander de mi pueblo natal. Llegamos a “Tragos Club”, el exclusivo Bar de mi gran amigo Pacho Gómez, que en ese momento era el mejor del Sur de La Guajira. Allí Pacho nos atendió de manera esplendida, pues su servicio, además de champan, incluyo una tanda de guitarras vallenatas con artistas locales, para que mis invitados no se fueran de San Juan del Cesar sin haber escuchado los cantos vallenatos que identifican a la tierra de los compositores más brillantes de nuestro folclor.
Orlando Cuello Gámez
Que buen recorrido realizaron, que buena descripción. Felicitaciones!!
Mis respetos querido amigo y hermano Orlandito. Gracias por dejarnos viajar de nuevo a tu amado Departamento. Que orgullo!!!!!!
Mis respetos querido amigo y hermano Orlandito. Gracias por dejarnos viajar de nuevo a tu amado Departamento. Que orgullo!!!!!!
Excelente guía, leyéndote refresca viejos recuerdos y añoranzas dormidas, gracias por compartir!!