EL ACORDEÓN EN SUS MANOS SIEMPRE HABLÓ: LA HISTORIA DE SAMUEL MARTÍNEZ MUÑOZ

En El Paso, territorio del hoy departamento del Cesar, se dio entre los siglos XIX y gran parte del XX, un derroche de música, representada por gaitas, tambores y voces, muchas de ellas cimarronas, en donde terminó mandando el acordeón, cuya representación nutrida constituyó un fuerte eslabón que ayudó de gran manera a construir el edificio del vallenato. La situación se elaboró a través de jóvenes, mujeres, hombres y adultos mayores, que siguieron la tradición en defensa de una música, ritmos y danzas sin nombres y que luego terminó para bien, llamándose Vallenata.

Es la misma tierra a donde un día llegó el adelantado Alonso Luis Fernández de Lugo, cuyo poder arrancaba desde el Cabo de la Vela, en la península guajira e iba hasta la Villa de Tamalameque. De allí derivó su nombre: ‘San Antonio de El Paso del Adelantado’, y muchos historiadores le asignan el hecho de llevar consigo varios caballos y las primeras vacas que se introdujeron en la sabana de Bogotá. Falleció en Milán, Italia. También de allí fue Ambrosio Alfinger, quien invadió todo el Valle del Cacique Upar donde encontró una gran resistencia indígena, para fallecer luego en Chinácota, Santander.

Ese territorio tiene su origen en un profundo mestizaje cultural conformado por indígenas, españoles y africanos, donde predominó la ascendencia de esta última. Allí en El Paso, en medio de una vida campesina donde primaron varias actividades de trabajo, entre ellas, la ganadería como eje central de su economía, nació Samuel Antonio Martínez Muñoz el 2 de septiembre de 1922 y falleció en La Loma de Calenturas, el 27 de septiembre de 2004, en el hogar del músico Pedro Nolasco Martínez y Felipa Santiaga Muñoz Vásquez. Ella era reconocida por todos como ‘Felipina’ por decisión popular, hija del juglar Gregorio ‘Goyo’ Muñoz, quien después de una correría de varios días se quedó dormido a orillas de un río, con tan mala fortuna que un caimán le quitó la vida.

Desde niño en su entorno fue llamado ‘Samuelito’. Mientras crecía, le siguieron diciendo igual y como hecho acorde con el tema de la costumbre que se hace ley en nuestro Caribe, se hizo llamar en sus cantos como lo decidieron sus padres, hermanos y amigos de infancia. Poco le interesó el estudio, pero lo protagónico en su niñez y adolescencia fue sentarse a escuchar las historias de vida que contaban de su padre, que luego él como protagonista nunca dejó de contar. Narraba el enfrentamiento con el diablo y lo que tuvo que hacer para vencer a sus contendores, quienes, al verse arrinconados por la rutina de su música, recurrían a menjurjes y una que otra conjuración maléfica para derrotarlo, hecho que no se pudo dar porque los comentarios siempre fueron sentenciosos: Pedro Nolasco Martínez (1881, Hacienda Las Cabezas-1969, El Paso) era imbatible con su música. Con toda esa realidad al frente, le pedía que se las repitiera con los más desconocidos detalles, por lo que terminó aprendiéndoselas de memoria, lo que lo llevaron a ser el centro de muchas de las tantas rondas musicales que vivió.

Esos incontables detalles motivaron al muchacho ‘Samuelito’, que con solo catorce años aprovechaba las salidas del padre a su faena diaria para coger un acordeón tornillo é máquina de una hilera y cuatro bajos que pagaba las culpas por algo que no había hecho. Su viejo ejecutante se había cansado de llenar el ambiente de la finca donde fue capataz, de las enseñanzas que le hizo a más de un naciente músico y del jolgorio con que llenó a su tierra natal, pero a cambio, no recibía nada.

En una tierra donde mandaba el sonido de un acordeón, no podía dejar de vivir su ejecución con la intensidad que el mismo merecía, así su padre haya vivido más de un dolor de cabeza. Esas labores de la cría, ordeño y transporte de ganado no eran el problema que lo iba a hacer desistir de tocar, componer y cantar la música que salía de sus entrañas y ver como las gaitas y tambores de un tiempo pasado, perdían protagonismo con el paso del tiempo.

Esa cantidad de cantos que lanzaban los guiadores del ganado, le servían de modelo cada vez que buscaba el agua o llevaba la comida, tiempo que aprovechaba para hacer sus versos. Tenía vivo el recuerdo de tantos valores de la música que le gustaba tocar, y ante todo lo hecho por su padre. Era grato verlos reunidos. Más de una noche hasta el amanecer, vio crecer la música que ellos tocaban con pasión. Una de ellas fue aprovechada por el jovencito ‘Samuelito’, porque quería tocar en presencia de Juan Bautista Durán Pretelt, el abuelo de los Durán Díaz, José Antonio Serna, el hombre del ‘Ramillete’ y ‘el negro’ Octavio Mendoza, quien no se cansaba de tocar merengues. Todo esto le dio la fortaleza para aprovechar un pequeño espacio que le dieron, salir con el acordeón de su padre al pecho y sorprenderlos a todos. Esa noche fue el bautizo de quien sería con el correr del tiempo, un contendor lleno de música, versos, canto y un acordeonero extenso en su rutina. Sus padres y los amigos reunidos lo rodearon y entendieron que estaban ante un pollo de buena cría.

Eso que había pasado esa noche no podía quedarse en las cuatro paredes de la casa de bahareque de los Martínez Muñoz. Era imposible detener esa noticia, que por arte de magia popular, la sin hueso empezó a propagar. Las voces que iban y venían daban cuenta, que el legendario Pedro Nolasco Martínez se emocionó tanto que le tocó la caja a su hijo. De su casa salieron para las sabanas de El Hatillo, cerca de la Loma de Calenturas, en donde el personaje central era el pelao ‘Samuelito’, quien aparte de tocar bien el acordeón y cantar con su voz juvenil, decidió estrenar una canción que había compuesto, la que terminó perdiéndose en el anonimato, porque las que luego surgieron, fueron de mejor calidad.

El tiempo se había encargado de dejar en el pasado al pequeño que su padre y su tío Ignacio Martínez le habían acolitado la decisión de decidirse por la música. Habían pasado dieciocho años y de aquel jovencito, lo que quedaba era la misma o más enjundia que tenía para mostrar su arte. Tenía copada la aldea donde podía presentar su talento. Un día estaba en El Paso, otro en la Loma de Calenturas, y sin que le dijeran nada, se trasladaba con la misma energía a Potrerillo y luego al Hatillo. Su activa manera de mostrar su repertorio que revivió lo que significaba para la música de ese lugar, un Pedro Nolasco Martínez, Rafael Durán Mojica, Tiberio, Nemesio, Cesar y Nicolás Serna, Dolores Mendoza, Rafael Martínez, Víctor Silva, Juan Palmera, Ezequiel y Sebastián Sarmiento, José Manuel Rivera, Virgilio Leyva, Antonio Molina, Reyes y Santos Ospino, Luis Felipe, Gilberto Alejandro y Nafer Donato Durán Díaz y Domiciano López, al tiempo que las personas que habitaban las sabanas de la Loma de Calenturas se sorprendieron al ver aterrizar unos aviones inmensos con grandes cargamentos de hierro, motores grandes y maquinaria pesada.

Toda esa historia bien contada la realizó el escritor Ciro Quiroz Otero en una crónica que habla del Potrerillo, que de la noche a la mañana, se convirtió en un lugar como ningún habitante de ese territorio lo pudiera imaginar, en el que nació un imperio conocido como la TROCO, que trajo de todo: música representada en cinco picó, cantinas, sitio que aparte de vender licor le propiciaba a quienes asistían el encanto natural de mujeres llegadas de distintos lugares que los habitantes decidieron bautizar como ‘Cancheras’. La violencia no se hizo esperar y arropó a mujeres y hombres que fueron sepultados, muchos de ellos con nombres que usaban en sus oficios. Uno de los primeros prostíbulos llevó el nombre de ‘La terminal’, que en letras rojas daba la bienvenida, en donde los apodos o sobrenombres para ellas no fueron escasos, los cuales viajaban desde ‘el águila’, ‘la iguana’, ‘la torpedo’, ‘la gata’ y ‘la bicicleta’ por citar algunas.

A esos lugares llegó la música en vivo y no podía ser otra que la ejecutada por ‘Samuelito’, quien acordeón en mano se hizo acompañar de su padre Pedro Nolasco Martínez, quien ya no tocaba su instrumento amado, sino la caja. Cada semana llegaba a la cantina de su cuñado Basilio Ruiz, donde conquistaba a través del verso, la ejecución de su acordeón y su potente voz, y ellas, en una disputa consentida le correspondían con sus encantos. Así como tenía éxitos con las mujeres no era menos su acogida como músico. Esa última realidad lo volvió un retador empedernido y un invencible frente a los de su generación. Llegó a tener un sequito de seguidores que lo volvió una vedette de la música, cuya fenomenología lo ponía en un sitial inalcanzable. No tenía contendor que le ganara, el más cercano estaba a muchos kilómetros de distancia. El verso contenido en el merengue ‘El Cucón’, que es una súper dimensión de la palabra ‘Cuco’, así lo demuestra:

El arte musical tiene muchos requisitos

pero más son los fallos que los que somos completos

y tienen que llegar a donde llega Samuelito

para que puedan ser músicos de respeto.

De los tantos amores que vivió el músico Samuelito en ese mundo burdeliano, el que más le fregó la vida fue el de Juana Badeza Pedrozo, oriunda de Chimichagua, una de las morenas más hermosas que circuló por ese mundo y quien puso un sitio que le compitió a los ya establecidos. Ante lo que sentía por ella y la imposibilidad de “hacerla su mujer de asiento” como se decía en esos tiempos, decidió hacerle una canción:

Juana por tu simpatía

todo el mundo te ha de querer

pero te llegará el día

en que nadie te voltee a ver

cuando toca el negro Samue

todos ponen atención

y llora Juana con su madre

por este bendito son.

Mientras ese canto hacia su tarea, ella mantuvo unos amoríos breves con el luego reconocido músico Gilberto Alejandro Durán Díaz. Lo cierto es que ese canto, produjo en ella una reacción positiva, que la llevó a cambiar su vida por una nueva práctica religiosa y ser parte de los testigos de Jehová.

La vida amorosa de ‘Samuelito’ estaba sustentada en el vaivén de su fama, por lo que, así como estaba con una, no le era difícil hacerlo con varias al tiempo. En medio de su trajín sentimental y musical al tiempo, recogía el acontecer cotidiano de su entorno por lo que una canción más no se le podía negar a Gilma, cuyo apodo ‘la bicicleta’ la hizo protagonista central de esos amores furtivos que a diario vivía. De ese momento compartido quedó este verso:

Un 20 de Julio, Arturo, Leonardo y yo

pasamos las fiestas sin ninguna novedad

desde que llegamos me brindaron su picó

para que yo bailara y hasta decir ya no más

yo le di las gracias, muy agradecido

una dama por su atención

verdaderamente yo me hice a la casa

me brindaron a Gilma y esa fue mi perdición

cuando me brindaron esa mujer coqueta

que en forma de apodo le dicen, ‘la bicicleta’.

La vida en Potrerillo se complicó tanto, que siendo tan acogido por los recurrentes asistentes a las cantinas y ante todo por las mujeres que lo convirtieron en su peleado galán, no fue óbice para que ‘Samuelito’ viviera un pasaje que por poco le cuesta la vida. Eso lo hizo retirarse, bajo la gravedad que “primero estaba la vida que los encantos de esas féminas que lo volvían loco”, no sin antes darle rienda suelta a la inspiración en un merengue que se hizo popular entre los hombres que se peleaban como niños a un confite.

Muchas de los testigo de esa creación se reían en silencio mientras gozaban de su nueva vida, al tiempo que los borrachos se enloquecían con ese canto, sin haber vivido ese duro momento.

Quien te puso Potrerillo Potrerillo

no te supo poner nombre, poner nombre

porque yo te hubiera puesto es el peligro

Potrerillo está acabando con los hombres

a Potrerillo no voy a tocá

para librarme de una puñalada

a Potrerillo no voy ni amarrado

porque ese pueblo está condenado

a Potrerillo no voy ni a empujón

porque allá matan con mano ‘e pilón’.

Quienes lo conocieron en sus años mozos cuentan que ‘Samuelito’ era el típico creador de piquerías, muchas de ellas terminaron en reyertas, pero cuya estrategia dio el resultado que quería, porque después que los retaba con insultos de alto calibre, los sometía con sus versos, la ejecución briosa de su acordeón y ese canto potente que tuvo. No era raro verlo cantar sus versos ofensivos sin contar con la presencia al que le iban dirigidos, solo con el fin de que quienes se encontraban en la parranda se los llevaran por el correo de ese momento como eran las razones de boca.

Ante el constante uso de sus obras sin darles sus créditos, y ante todo el éxito de sus obras en manos de quienes no las crearon, fustigó a los hermanos Durán Díaz y a los Serna Daza, con tanta vehemencia que, en una de ellas, Luis Felipe, el hermano mayor de los Durán le lanzó un acordeón a la cabeza, lo que le propinó una profunda herida a ‘Samuelito’. Ante ese hecho, la música no se hizo esperar, al decirle a los componentes de esas dos familias musicales lo que sentía:

Han llegado unos ladrones

han llegado unos ladrones como queriendo estafar

Samuelito si es de mala pa’ salir a caminar

por eso es que ha ganado mucha fama Cecilio con lo que pueden rasguñar.

O el contundente señalamiento a aquellos que si tocaban bien no cantaban o no componían.

La República de Colombia tiene muchos acordeoneros

más son los fallos que los que están completos

pero eso no me impresiona no me da susto ni miedo

porque me siento siendo un gallo para un músico de peso.

Toda esa contienda musical que duró mucho tiempo y dejó una enemistad casi que irreconciliable, que con el tiempo y solo la forma calmada y mediadora del músico Luis Enrique Martínez Argote ante el pedido de su compadre Gilberto Alejandro Durán Díaz, pudo calmar esas agitadas aguas en una de las tantas visitas que realizó al Paso, para lograr una paz que valía la pena lograr entre esos músicos. De todos esos avatares, quedaron pasajes que han servido de sustento para una modalidad como ‘la píqueria’ todo un sistema de ataque y defensa’ que todavía sigue vive muy a pesar de las rupturas que ha vivido. Si bien es cierto que a ‘Samuelito’ no le dio miedo parárseles a los tres hermanos Durán Díaz, la otra contienda vivida con los hermanos Serna, en especial, Germán que además de acordeonero era un reconocido creador de obras musicales, que los llevó a unos combates musicales del que surgió un clásico como lo es, el paseo ‘El Negro Maldito’, que más allá de ser considerada una obra buscapleitos se convirtió en un clásico.

Un hombre que está más sucio que un inodoro

Se viene a limpiá las uñas con mi honradez

ese hombre en Corral de Piedra se robó un toro

y a la Jagua de Ibirico lo fue a vendé.

Este canto molestó al negro ‘Samuelito’ y lo motivó para no demorarle la respuesta con el canto:

El León coronado Germán me ha ofendido tanto

para mancharme mi honor

él sí estuvo preso en el Banco

por ratero y por ladrón.

Muchos consideran, que la obra de mayor calidad musical realizada por ‘Samuelito’, es ’El arte musical’, un paseo en el que como situación poco rara en los juglares de su época, ‘el yo músico’ hizo de las suyas y que no era más que un vivo retrato de un personaje, que como él, no tenía la necesidad de coger una obra y ponerla a su nombre. Para eso tenía una mente brillante, las notas variadas que sacaba de su acordeón y una voz negra que con rebeldía exponía. Muchos de esos cantos, se perdieron ante su declive que lo llevó a una ceguera total, que lo arrinconó, eliminando de tajo la fama de ser un eterno confrontador y buscador de contiendas que para bien de su vida, siempre le originó más de un canto.

La serie documental Yuruparí, que dirigió Gloria Triana desarrollado por Proimagenes se emitió hace varias décadas por Señal Memoria el capítulo ‘El último juglar y el nuevo rey’, que contiene una parranda protagonizada por Gilberto Alejandro Durán Díaz y Samuel Martínez Muñoz en una de las calles del Paso, donde se reconoce el valor interpretativo y la forma de construir sus versos con los que enfrentó a grandes valores de la música que en el corredor minero, la depresión Momposina y el Valle del río Cesar, donde se paseó triunfante con obras como ‘La Morenita’, ‘La Vecina’, ‘El Tigre Chiriguaná’, ‘Potrerillo’, ‘Los primeros días’, ‘La bicicleta’, ‘La mujer tetona’, ‘La mala suerte de Juana’, ‘María Barba’, ‘La corredera’, ‘El arte musical’, ‘El candao de las mujeres’, ‘Feliz carnaval’, ‘Los carruseles’, ‘La vejez’, ‘La Loma’, ‘El Gavilán Copetón’, ‘Los Primeros Días’, ‘Benito Barros’ y ‘La Desgracia’, las más visibles de una extensa obra que se debate en la poca promoción y en el desconocimiento que existe frente a la investigación del pasado y solo se dedican a machacar sobre el presente, volviendo siempre sobre los mismos pasos.

Esa vida agitada que llevó durante mucho tiempo, terminó al conocer a Felipa Castro Rodríguez, la misma que tuvo el tiempo necesario para comprender que su mundo era la música y que esperarlo en cada amanecer o los días que tuviera en sus andanzas musicales era una muestra del amor que le tuvo siempre. Tuvo con ella, tres hijos y siete en otros amores. De la narración de la historia musical de su padre se encarga Samuel, Fabio es un cantautor dedicado a seguir la obra dejada por ese juglar y Jaime, quien ejecuta el acordeón, a los que se suman Carmen, Alicia, Samuel, Luis Rafael, Felipina, Patricia, Luz Elena, Jorge Luis y Jaime, quienes gozan con las historias de su padre y se bailan hasta el amanecer, cuando una obra que ellos conocen y saben que la hizo ‘Samuelito’, les llega al alma.

Mientras los cantos de ‘Samuelito’ se escuchan en los concursos de música vallenata, la Loma de Calenturas desde 1990, es el epicentro del Festival de Canciones Samuel Martínez, evento creado por Jorge Naín Ruiz Ditta, quien en compañía de un grupo numeroso de jóvenes entusiastas se dieron a la difícil tarea de hacerle un reconocimiento a quien en vida produjo grandes momentos para una música que estaba en construcción. Todo ocurrió una mañana del mes de febrero cuya reunión se realizó en el comedor de la Escuela Mixta No.1, cuyo primer evento se hizo del 14 al 16 de julio, que coincidió con la Festividades de la Virgen del Carmen. El tener a ese destacado juglar en la tarima no solo fue un acto de reivindicación sino de resistencia ante el olvido que lo maltrató por muchos años.

Su obra cumbre es el paseo ‘La Loma’, que compuso en los años 60 y que más de diez años después, Alfredo Gutiérrez Vital sacó a la luz pública en un fonograma y reeditó en el Festival de la Leyenda Vallenata al presentarla como el paseo favorito de su repertorio, obra que consolidó a Jorge Oñate con los Hermanos López en 1974, y luego puesta en otro tiempo por Silvestre Dangond y Juan Mario de la Espriella. Esa obra tiene como personaje central a su hermano Ignacio, acordeonero, llamado por su hermano ‘Samuelito’ con el apodo de ‘Nachera’, quien vivió en Mata de Palma y en el caserío Tronconal, en jurisdicción de Chimichagua, quien decidió volver a la Loma de Calenturas para defender el honor de la familia:

Samuelito no sabe en qué forma

ha ofendido a su hermano querido

que se venga pa’ acá pa’ La Loma

que con mucho gusto lo recibo.

Félix Carrillo Hinojosa

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Un comentario de “EL ACORDEÓN EN SUS MANOS SIEMPRE HABLÓ: LA HISTORIA DE SAMUEL MARTÍNEZ MUÑOZ

  1. Orlando Cuello dice:

    He leído con mucho deleite la historia de Samuel Martinez Muñoz escrita por la pluma insigne de mi buen amigo Félix Carrillo Hinojosa. Excelente historia que enriquece la bibliografia de nuestro folclor vallenato. Agrego un apunte: nuestra finca familiar lleva el nombre de POTRERILLO, por ser la canción predilecta de nuestro abuelo Joaquín Gámez Brito.

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