EL AQUELARRE EN EL VALLENATO

Los abuelos y padres de muchos de nosotros, lograron ponerles más de un tatequieto, a tantos muchachos traviesos, con seres que nunca vimos, pero que el solo nombrarlos, nos causaban escalofrío.

Las estrategias provincianas lograron enderezar muchos torcidos comportamientos. Para ellos no era difícil, invocar al más allá y traer en un corto tiempo, ‘al cuco’, ‘la llorona’, ‘el sin cabeza’, ‘la bruja o el brujo’, el canto de la serpiente ‘Doroy’, ‘El silborcito’, hacer uso del ‘chucho’, ‘la varita de totumo suazá’ y como último recurso, autorizar a los profesores a que nos sometieran a la férula, meternos en cuartos oscuros y poner nuestras rodillas en las tapas de los refrescos del momento.

Todo eso es historia patria, dirían quienes la vivimos en carne propia. Es más, esas prácticas desaparecieron ante las nuevas visiones académicas y, ante todo, frente a los derechos, deberes y responsabilidades que hoy día le asisten a los profesores, estudiantes y padres de familia.

Todo ha cambiado, sin embargo, el vallenato como música, recogió muchos de esos pasajes que quedan como testimonio del pasado que se puede reconstruir, con solo recurrir a las obras musicales que están cubiertas de variados temas y lograr, una aproximación de esos momentos que se vivieron.

El músico Nafer Durán Díaz hace evidente un “rezo” que le tiene su mujer, que no es bueno, porque “mañana” decidió irse “donde el indio para ver si lo asegura”.

Al tiempo que Fredy Molina rememoraba el comportamiento de su profesor Juancho Daza, al decir, “el profesor que me pega por ‘llegá’ tarde al colegio” o cuando Emilianito Zuleta Díaz, recibió de su padrino Escolástico Romero Rivera, una aseguranza, que debió ser la misma que este tuvo por parte de su padre Rosendo Romero Villarreal, dado los conocimientos que estos últimos tenían sobre la cura de tantos males, en especial, los del alma.

Todos esos versos son muestras vivas de unas generaciones que todo lo musicalizaron, pese a la dominación y esclavitud, sumado al olvido del Estado colombiano, que sus antecesores vivieron y que les redujo muchos espacios, que de haber sido mejor, su situación social fuera otra.

Dentro de todas esas prácticas ancestrales surge el chamanismo, cuyas creencias y prácticas tradicionales iguales al animismo, cuyas fortalezas están en diagnosticar y sanar todo lo que mal tenga el ser humano y a quienes lo generan. Ellos logran sus contactos con el mundo de los espíritus, en donde desarrollan una relación muy cerrada con ellos.

Sus dones permiten controlar el tiempo, profetizar, interpretar los sueños, manejar el mundo astral. El antropólogo Michael Ripinsky-Naxon describe en su libro “la naturaleza del chamanismo: sustancia y función de una metáfora religiosa”, “como las personas que tienen fuerte ascendencia en su ambiente circundante y en la sociedad de la que forman parte”, sin embargo, existen otros grupos que desarrollan fuertes discusiones, que van en contravía de esta posición.

Muchas la consideran como el antecedente de todas las religiones organizadas, por haber nacido antes del periodo Neolítico. Prueba de ello es que el paganismo griego está influenciado por esa corriente espiritual.

La represión continuó con la influencia católica en la colonización española. En el Caribe, América Central y del Sur, los sacerdotes católicos seguían los pasos de los conquistadores y eran el instrumento de destrucción de las tradiciones locales, denunciando a sus practicantes como «representantes del diablo” y ejecutándolos.

El chamanismo está vigente en los pueblos indígenas. Su esencia está presente en lo rural y en lo urbano, a través del “chamanismo mestizo”, igual ocurre con la wicca, que es una religión neopagana, conectada con la brujería y otras expresiones místicas antiguas, cuya propagación se dio en Inglaterra, en la primera mitad del siglo XX, al ser divulgada en 1954 por Gerald Gardner.

Como lo dijera el escritor Germán Arciniegas: “En la América Latina se reúnen las magias de tres mundos: La que llevó España, la que cultivaban los indios, la que aportaron los negros. Y eso no es sino un comenzar. El continente de los siete colores”.

Muchos escritores, pintores y escultores recogieron todo lo concerniente a la magia, brujería, hechicería, situaciones recreadas en un cuento, ensayo o novela, ponen de manifiesto todas esas supersticiones, que hicieron parte y aún continúa en las diversas cosmovisiones del ser humano, cuyas herencias míticas del indígena, los ritos dentro del mundo africano que sumado al acervo religioso y supersticioso del blanco, son en suma la estructuración de los comportamientos sociales que hemos tenido como referentes especiales.

Destacadas obras como “Los cortejos del diablo” del recién fallecido escritor Cartagenero Germán Espinosa, “El reino de este mundo” del Cubano Alejandro Carpentier, “Doña Bárbara” del Venezolano Rómulo Gallego, “Aura” del Mejicano Carlos Fuentes, los cinco cuentos del Colombiano Gabriel García Márquez que recogen a través de sus personajes, los diversos pensamientos mágicos, que son componentes que llaman a la resistencia de los esclavos contra el dueño del poder que reprime.

Todos esos recorridos dejan entrever, la fortaleza de los protagonistas, en medio del dolor que produce tanta opresión y las diversas contradicciones que hacen parte de la vida misma.

En 1632 se tejió una historia en torno a Paula Eguiluz, cuando en la villa de Tolú, jurisdicción del tribunal del Santo Oficio en Cartagena de Indias, se encontró que operaba un centro de brujas. Quien orientaba ese grupo, fue ella, quien gozaba de un prestigio en todo lo que tenía que ver con esas prácticas. Eso hace alrededor de cinco siglos y se puede contar que Paula tiene un sequito que hace que sus prácticas sigan vivas, que muchos consideran una sabiduría.

En ese activismo social y espiritual, que ha tenido el ser humano a lo largo de su existencia, cuyas muestras se plantean desde diversos vasos comunicantes, lo más actual se vivió en la pasada elección en Estados Unidos de Donald Trump y que cobró una gran fuerza, a través de la consigna utilizado por la marcha de mujeres al llegar Trump a la casa blanca, cuyo mecanismo de protesta repetía hasta el cansancio: “Somos las nietas de las brujas que ustedes no consiguieron quemar”, que va en contravía de las diversas “asociaciones radicales del rifle”.

En el imaginario del vallenato como comportamiento social, ayer y hoy, sus protagonistas han sido tentados por saber, “que hay detrás de todo ese mundo extraño para muchos, y acogedor para otros”.

Por eso, entre humor, grandes metáforas y ante todo, de meterse en ese enigmático territorio, toco ese tema con el propósito de aprender del pasado, en busca de encontrar la sabia que condujo a muchos hombres campesinos, poseer y desarrollar esos poderes paranormales y lograr, la sanación de muchas enfermedades que como dijera Emiliano Zuleta Baquero en un canto, “como se dejan quitar/ los médicos su clientela/ de un indio que está en la Sierra y cura con vegetal”, refiriéndose a los poderes que tuvo Manuel María Nieves, un mamo wiwa que se occidentalizó y nunca, volvió a vestirse con las indumentarias de su etnia.

Es el mismo personaje botánico y curandero que curó a Tomás Gregorio Hinojosa Mendoza de un maleficio, que le echó un músico de apellido Sarmiento en la Junta, para que se quedara dormido y no sintiera lo que tocaba y componía, como también al político Laureano Gómez, de las persecuciones de sus contradictores, por insinuación de su copartidario Hinojosa Mendoza.

Nuestro valor vallenato del ayer, narrador de lo cotidiano, con poca contaminación externa, contó las diversas maneras de como él se enfrentó a lo inexplicable. Allí fue grande en su imaginación frente a las brujas, espantos, brujos, superstición, en donde cualquier hecho siempre bordeaba la hipérbole de su narrativa, cuyas creaciones son maravillosas, que exaltan algo de miedo, algo de burla.

Hay miles de historias que nutren la tradición oral de nuestros pueblos: “El músico que dejaron sentado en un taburete por varias horas después de ufanarse de sus dones musicales porque su contendor estaba mal vestido”. O de “aquel que estaba en un lugar, se enfrentó a varias personas a trompadas y luego lo vieron a la media hora, en otro pueblo”.

“De los sacadores de muelas con un pañuelo blanco, curanderos de culebra, mal de ojos, hidropesía, aburrimiento, mal de amor, para alejar o atraer un amor” que los convirtió en seres para temer o usar. “El que cargó la maldición del caminante que como judío errante nunca fue feliz o de aquel que creció a manos llenas su economía, pero cada año debía entregar a don ‘Sata’, al mejor de sus trabajadores”.

Esa provincia nuestra, creó unos nichos para curar o maldecir, que lograron poner atenta a la gente, sobre la actividad de esos personajes, la mayoría de ellos, llenos de poderes, que lograron predecir muchos acontecimientos, que personajes de la música vivieron sus señalamientos. Hay uno, que se cuenta como si fuera hoy, el ocurrido al malogrado Fredy Molina Daza en la Junta, en donde “Toya” la mujer que leía la borra del café, le dijo muchas verdades, a las que el nobel creador les restó importancia.

La fama que tenía en Caracolí, Sabanas de Manuela, la tierra de Nicolás Elías Mendoza Daza, corregimiento de San Juan del Cesar, La Guajira, allí tenía su centro de poder, el reconocido curandero el Indio Jerónimo. Igual en Corral de Piedra, donde estuvo enamorado “Chico” Bolaños, Aura Soto y Baudilio, al igual que Carlos Ávila y Luis Jacobo “Chelalo” Daza en San Juan del Cesar. Sumado a estos, están Emilio Manjarrez, Camilo Oñate, la reconocida vidente Ubida Argote conocida como ‘Upe’.

También están Bunkua y Francisco Chimusquero, igual que los hermanos José y Leovigildo Nieves, wiwas con grandes dotes de conocimiento en la botánica y el saber popular. En El Paso, tierra cimarrona, Alejandro Durán Díaz desde niño, aprendió a huirle al trago o cualquier otra bebida, porque le podían echar un mal, por esa razón usaba una aseguranza que le dio un indio, para frenar la llegada del mal, que no ha dejado de tener su protagonismo y en Rincón Hondo, hay historias de acordeoneros, cajeros, guacharaqueros, verseadores que los cogía los días con sus noches durante meses y no se cansaban, dentro de ese comportamiento estaba el músico Sebastián Guerra, que cuando huían sus contendores, se retaba y se respondía al tiempo.

Posteriores valores, entre ellos, Calixto Antonio Ochoa Campo exaltó las virtudes del botánico conocido como el profesor Beleño, quien tenía sentida sus bases en la población del magdalena conocida como Bellavista, quien en un canto dice: “Este Consejo yo le doy a los enfermos/ por muy grave que se encuentren nunca pierdan la esperanza/ en Bellavista vive el profesor Beleño/ y él le devuelve la vida hasta la gente desahuciada/ el profesor Beleño es un científico botánico que no engaña a ninguno/ porque es un hombre muy serio/ ahí tiene de testigos todos lo que él ha curado/ que en realidad han probado la aptitud de sus remedios/ él trabaja con plantas vegetales/ sus curaciones todo’ la hemos visto/ porque cura con la Virgen del Carmen/ y también por medio de un Cristo Bendito”. O la historia narrada por Luis Enrique Martínez Argote, que cuenta el paso por el Copey, tierra del magdalena, de un mago que hizo hasta para vender: “El mago les dijo a toditas las mujeres/ que desde la madrugada tenía el consultorio abierto/ ellas madrugaban a las cinco e’ la mañana/ la consulta era barata, solo valía treinta pesos/ una de las mujeres copeyanas, pa’ asegurá’ el marido, dio cien pesos”.

Esas expresiones sobrenaturales, usadas con frecuencia, para tratar de explicar tantos fenómenos sociales que surgían, contribuyeron a que esos héroes nuestros, cubrieran de música, lo que otros, con solo poner sus manos en la frente logaron arreglar. Igual le pasó al músico del Difícil, Magdalena, Sebastián Ospino Viloria, creador de la obra “La mariposa”, que muchos le atribuyen a Luis Enrique Martínez Argote: “La mariposa no la pude ver/solamente la sombra le veía/mis amigos, ahora sí estoy por creer/que son cosas de pura brujería” o al hablar de “La ciencia oculta”: O la narrativa del músico Cienaguero Guillermo Buitrago Henríquez, quien recogió lo acontecido en el año de 1947 a José Arana Torrol, quien se hizo pasar en Barranquilla por curandero, yerbatero, botánico y rezandero. Al saber que eso que estaba pasando no era real, creó el paseo “El enviado” que luego se transformó en “El brujo de Arjona”, sumado a “La bruja de Chimichagua” de Julio Erazo.

Es raro, a veces inadmisible, que, a estas alturas, personas con un nivel de educación superior, presidentes, ministros, ricos, artistas, acudan a esos oficios como lo hace el paramilitar, guerrillero y personas de un nivel social bajo, a ese tipo de personas que dicen saberlo todo. Pero ese es el mundo, muchos de nosotros queremos saber lo que va a pasar. Creemos que los brujos son buenos para cuidar lo que no es de ellos, atraer lo que no conocen y hacer olvidar, lo inolvidable.

Muchos podemos considerar que esos comportamientos mutilan muchas realidades, pero también ponen en el tapete, duras situaciones que no han sido superadas, en donde esos sanadores, leedores de bolas de cristal, curanderos, psíquicos, teguas, dicen ofrecer esta vida y la otra.

Lo cierto de todo esto, es que desde el siglo XVII, toda esa América hispánica, construyó una importante red de itinerarios terapéuticos en donde los indígenas, mestizos, negros, zambos, mulatos, blancos, cuyas fronteras no existen y viajan con sus curaciones a varios lugares del mundo.

Todos esos saberes, más que creencias, supersticiones, magias amorosas y artes de curar, son considerados por muchos como unas muestras indisolubles de resistencia.

 

Félix Carrillo Hinojosa – FERCAHINO

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