Se cumplen doscientos años de la batalla naval que se libró el 24 de julio de 1823 en el Lago de Maracaibo, que tiene la forma de un aguacate, en la cual el gran protagonista fue el héroe guajiro José Prudencio Padilla, quien, siguiendo las instrucciones del Vicepresidente Francisco de Paula Santander, con su intrepidez y experticia vapuleó la escuadra realista en la Punta de Palma, frente al castillo de San Carlos, infligiéndole una estruendosa derrota a sus huestes que pretendían doblegar la resistencia de los patriotas, empeñados como estaban en coronar con éxito la gesta de la independencia en su porfiada lucha por alcanzar, a mandoblazos, en los mares triunfos tan rotundos como los ya alcanzados en tierra firme.
Indudablemente la derrota de los realistas, que fue el triunfo de los patriotas, sirvió para consolidar la independencia patria. No cabe duda de que la batalla del lago de Maracaibo fue en los mares lo que la batalla de Boyacá en tierra. Sin el triunfo de aquella, no se habría podido consolidar ni recoger los frutos de esta última.
Padilla no era un bisoño en estas lides, se había iniciado en su rauda carrera como mozo de cámara de la Marina Real; en ella hizo sus primeras armas, justo en momentos en los que España le declaró la guerra a Gran Bretaña el 12 de diciembre de 1804, en respuesta a sus provocaciones, al tiempo que firmó un tratado aliándose con la Francia napoleónica el 4 de enero de 1805. La célebre batalla de Trafalgar, que tuvo lugar el 21 de octubre, fue el culmen de esta confrontación, una de las más sangrientas y decisivas de las guerras napoleónicas. La flota franco – española perdió en esta conflagración 23 de 33 embarcaciones que se habían alistado para el combate y los británicos, al mando del Vicealmirante Horatio Nelson, ninguno, alzándose con la victoria la Gran Bretaña, lo que le significó su dominio absoluto de los mares hasta la segunda guerra mundial. Entre los 7.000 prisioneros que pagaron con su cautiverio el precio de la derrota estuvo Padilla, hasta que celebrada la paz retornó a España en 1808 y ese mismo año llegó de vuelta a su terruño, enrolándose en las tropas patriotas.
Bien pronto, sus dotes de marino avezado y corajudo lo catapultarían a encumbradas posiciones, las que le servirían de crisol en la forja del patriota integérrimo y de dura cerviz que lo caracterizaron, que pusiera en jaque a la otrora Armada invencible del Imperio español. Se constituyó Padilla, en abanderado de la causa de la independencia en los dilatados horizontes de nuestros mares, desplegando las velas de la libertad y anclando en el Lago de Maracaibo el mástil de nuestra emancipación definitiva.
Siempre estuvo él en el ojo de la tormenta en los procelosos tiempos de la gesta independentista; con su arrojo y valor indescriptibles escribió las mejores páginas de nuestra historia: ora en la batalla memorable de Sabanilla, en la de la Laguna salada, en la Noche de San Juan, ora la del Lago de Maracaibo, donde las quillas anhelantes de las naves de Padilla siguieron su ruta de triunfos altaneros, alcanzando allí el cenit de su gloria y de su fama.
Alcanzada la independencia, nimbado por la gloria, Padilla se constituyó en uno de los artífices de nuestra primera República. Pero la zalamería, los recelos, la inquina y las torvas estratagemas de sus solapados adversarios, lo malquistaron con el Libertador Simón Bolívar. Fue éste el execrable camino escogido por los pérfidos ujieres palaciegos, para llevar hasta el cadalso al Heraldo de nuestra independencia recién alcanzada. Mariano Montilla, de la mano de Urdaneta, sería el encargado de fraguar el artero golpe, propalando la especie de que Padilla se contaba entre los conjurados de la aciaga noche septembrina. Eran aquellos azarosos tiempos para la República, en los que cernía sobre ella la amenaza de la entronización de una abominable tiranía. No era Padilla hombre de contubernios; nunca puso su espada al servicio de causas innobles.
Bolívar, atormentado y obcecado por el pertinaz empeño del corro de sus aduladores, compelería al héroe riohachero, en medio de sus cavilaciones, a hacer suya la reflexión de Rubén Darío: «Águila que eres la historia, dónde vas a hacer tu nido? ¿En los picos de la gloria? ¡Sí, en los montes del olvido»! Cruel final se le deparó al Almirante Padilla: degradado primero, fusilado luego y escarnecido en la horca después, imitando el vitando proceder del realista expedicionario Pablo Murillo, conocido, por su crueldad, como El pacificador.
Pero, con su gesto altivo y temerario, triunfó sobre su vil sacrificio, como el Cid campeador. Él, igual que Córdoba, acobardó a sus verdugos con su temple y valor indomables y ocupa un sitial especial por su bizarría, como ejemplo vívido para la posteridad. Sus despojos mortales reposan en una cripta en la Catedral Nuestra Señora de los Remedios de Riohacha, capital del Departamento de La guajira, la cual fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación Colombiana en su honor.
Nos recuerda el reputado historiador Carlos White Arango, a propósito de Padilla, la sentencia de los sabios en los areópagos de Atenas: «comparezcan las partes dentro de cien años». En el caso que nos ocupa ya comparecieron y Padilla fue rehabilitado tras un fallo inapelable de la propia historia, que destaca su lealtad a toda prueba y su encendido patriotismo, que no pudieron eclipsar sus detractores ocasionales, resplandeciendo fulgurante su figura señera e incontrastable. Así lo reconoció la Convención de la Nueva granada en noviembre de 1831, al rehabilitar su memoria en nombre del pueblo colombiano (¡!).
Pero, con su gesto altivo y temerario, triunfó sobre su vil sacrificio, como el Cid campeador. Él, igual que Córdoba, acobardó a sus verdugos con su temple y valor indomables y ocupa un sitial especial por su bizarría, como ejemplo vívido para la posteridad. Sus despojos mortales reposan en una cripta en la Catedral Nuestra Señora de los Remedios de Riohacha, capital del Departamento de La guajira, la cual fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación Colombiana en su honor.
Enhorabuena, en cumplimiento de la Ley 2012 del 30 de diciembre de 2019, emitió con fines conmemorativos y por una sola vez la moneda de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo y Declaratoria del 24 de julio como día de la Armada de Colombia. A su izquierda de su efigie figura el texto “Almirante José Padilla López” y la frase “Morir o ser libres”, tomada de su proclama dirigida a sus hombres antes de iniciar la histórica contienda.
Amylkar D. Acosta M[1]
[1] Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia.