EL CHARRO QUE NO ERA MEXICANO

Me contaba que cuando era niño le gustaba jugar en la plaza Bolívar de San Juan del Cesar. Él mismo fabricaba sus propios carritos de madera y los paseaba, jalándolos con una cuerda, por los caminitos de arena que había entre los árboles. De allí los sacaba con mucha frecuencia su madre, con un fajón doblado en la mano, para llevarlo de nuevo a la casa, que quedaba en la calle El Paraíso, entre las carreras primera y segunda.

Se llamaba Enrique Alfonso Brito Parra, había nacido un 19 de octubre de 1940. Vino al mundo acompañado de su hermano gemelo, José Manuel, conocido como “Ney”.

Su nombre se usó poco porque todo el mundo lo llamaba “el Charro”. Parece que su apodo se originó por una mala pronunciación de su lengua infantil cuando se refería a su juguete preferido: un carro de madera.

Su madre era Luisa Epifania Brito Fuentes. Ella, que era encantadora, se enamoró del que sería su padre, un boyacense trashumante de color blanco y de ojos claros, que llegó a la Guajira negociando cachivaches para ganarse la vida. Se llamaba Aquileo Parra y le decían “Parrita”. A pesar de ser su progenitor no colaboró nunca en la crianza de sus hijos, así que éstos tuvieron que abrirse camino en la vida desde muy temprano.

Cuando “Charro” se hizo un poco mayor entabló amistad con Jesús “Chu” Fuentes, hermano de Eduvilia. “Chu” le solicitó a su cuñado, José Eduardo “Mayayo” Ávila, que les permitiera a ambos trabajar de ayudantes de albañilería en las obras que él construía. Querían aprender el arte de pegar ladrillos. El tiempo les dio la razón. Con ese maestro no se podía esperar menos de ellos. Ambos fueron grandes albañiles, reconocidos por sus destrezas y responsabilidad.

Uno de los recuerdos preferidos de “Charro” fue cuando sirvieron de ayudantes a Mayayo y sus oficiales para levantar las tapias altas del recordado teatro Marielena, de Gabriel Ariza. La historia era contada por él con el entusiasmo de haber participado de una hazaña.

El “Charro” era gente de alma buena. Recuerdo cuando mi madre preocupada por mi futuro me sentenció: “Alístate que te voy a llevar donde tu primo”. Al llegar a su casa le dijo: “Aquí te traigo este muchacho para que le enseñes a trabajar”. “Charro” me vio y se puso a reír, luego me sobó la cabeza y me dijo: “Alístese, para el lunes”. Fuimos a hacer un mesón en la cocina de la casa de Aniceto Hinojosa. Así, de ayudante de albañilería, comencé una experiencia juvenil que me dejó marcado para siempre.

Trabajé con él tres años continuos, desde 1964 hasta 1966, y fue como un padre para mí, que me ayudó a formar. Compartíamos mucho y siempre lo acompañaba a las reuniones con los interesados en algún trabajo. Yo le ayudaba con los cálculos y dibujos de las obras, buscando tener más certezas en los presupuestos y hacer cotizaciones más realistas. Dejar la intuición y apoyarse más en los números.

A “Charro” lo estimaba mucho la gente. Me impactó cuando fuimos varios sanjuaneros a Aguas Blancas, Cesar, a la finca de Rodrigo Lacouture a construirle la casa principal con todas las comodidades y lujos de la época. Pude constatar la gran consideración que le tenían, cordiales y afectuosos, como si lo conocieran de toda la vida.

Se casó con Amparo Mindiola. Me contó en ese tiempo que la conoció cuando fue a hacer un trabajo donde Yin Daza. La vio solícita atendiendo los quehaceres de la familia y le gustó. Al poco tiempo se casaron y tuvieron 7 hijos. A mí me buscó como padrino de Tania, la quinta en nacer, pero la cuarta de sus hijas con Amparo.

Con el tiempo se volvió un experto en plomería. Siempre estaba al día en los últimos modelos de sanitarios, lavamanos y grifería en general. Cada vez que se requería me enviaba a Valledupar a los almacenes del ramo a comprar todo el equipamiento de los baños. Viajaba en La Golondrina, el bus mixto de Miro Fuentes cuando Rafaelito era el ayudante.

Les cuento una vivencia. En el año 1966 durante el campeonato mundial de fútbol de Inglaterra, estábamos haciendo el baño donde “Chave” Coronel, Jaime Villa oía por radio el partido de cuarto de final entre Argentina e Inglaterra y nos mantenía informados. El partido estaba apretado y toda Latinoamérica en tensión. Cuando el árbitro expulsó a Rattin que era el capitán de Argentina, Jaime Villa enojado lanzó una patada supuestamente al aire en señal de protesta, con tan mala suerte que impactó la tapa del sanitario nuevo que estábamos instalando y se quebró.

Al otro día me tocó viajar de nuevo a Valledupar con la tapa partida envuelta en periódicos a ver si había un repuesto. No fue posible, hubo que comprar un sanitario nuevo. Perdió Argentina y perdió Villa.

El “Charro” siempre tenía trabajo suficiente, nos movíamos por toda la región desde Las Guabinas, Badillo, Fonseca, Cañaverales, El Totumo etc. y en el propio San Juan del Cesar en diferentes casas de familia.

El último trabajo que compartí con “el Charro” fue en Casacará, Cesar, en la finca del Dr. Gutiérrez llamada Santa Ana, que era administrada por Rafael Daza Fuentes. Para mí se había acabado la espera para poder continuar con mis estudios. El mismo Rafael Daza me llevó la razón que debía regresar a San Juan porque mi hermano Rodrigo al estar trabajando había autorizado para matricularme en el colegio Roque de Alba de Villanueva. Corrían los meses finales de 1966.

“Charro” me liquidó los días trabajados y me encimó otros pesitos, deseándome buena suerte. Me echó la bendición, me abrazó fuertemente y nos pusimos a llorar. “Chao primo”, me dijo. Era el final de una etapa de mi vida. Lloroso me despedí de mis otros amigos que conformábamos el grupo de trabajo, incluido mi tío Víctor Brito. El finado Orlando “el Mocho” Otero me sacó a la carretera y cogí un bus hasta La Paz, Cesar.

En los estrujones de la fila para tomar el bus para San Juan me robaron la liquidación del Charro. Afortunadamente Fabio Olaya que venía en el bus me reconoció y me pagó el pasaje hasta San Juan.

Cuando yo estaba viviendo en Medellín y regresaba a San Juan a vacacionar, me dí cuenta que se dedicaba a buscar el agua debajo de la tierra instalando molinos de viento en las fincas ganaderas de la región.

Era un furibundo liberal, seguidor político y fanático del MRL del compañero López Michelsen y “Nacho” Vives. Iba a las concentraciones políticas vestido de rojo, voleando bandera y gritando arengas. ¡Viva el partido liberal, nojoda!

Sus últimos días fueron penosos padeciendo una enfermedad que no le dio tregua. Cuando estuve en SOMEDA acompañando a mi madre enferma, me encontré con su esposa en un pasillo de la clínica y me contó que Charro también estaba hospitalizado. Fui a la pieza a verlo. Le puse mis manos en sus hombros y le hablé como antes lo hacía ¡Charro, Charro!, pero su mirada lánguida ya había perdido el brillo de sus ojos claros y su voz también se había esfumado. Un instante después vi rodar por sus mejillas dos lágrimas inocentes que me indicaron que me había reconocido. Fue la última vez que lo vi.

Falleció a la medianoche del 23 de abril de 2015 en su propia casa, rodeado de su familia, seis meses antes de cumplir 75 años. Murió en San Juan del Cesar, el pueblo que lo vio nacer y al que quiso profundamente. Un adiós eterno a un hombre bueno, al familiar cercano y a un amigo verdadero que fue siempre un servidor.

Luis Carlos Brito Molina

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