El acordeón en nuestra tierra, se ha encargado de matizar los momentos tristes, volverlos fortalezas, ocupar la mente y hacerla más creativa, sin importar que a cuestas se lleve un dolor. Ese instrumento, al igual que la música vallenata, nos salvó de todo.
Conocí a Gonzalo Arturo Molina Mejía, siendo un muchachito, al que el dolor por la partida de su padre Arturo Molina, se le reflejaba en todo su cuerpo, sin decirlo. Su casa quedaba en una esquina del Barrio San Joaquín, a la que llegué en más de una ocasión, a pedirle permiso a su madre, quien nunca me dijo no. Pese a sus retahílas que iban de la sala a la cocina, al tiempo que cogía el acordeón y tomaba de la mano al futuro acordeonero, para llevarlo donde se encontraba nuestro primo en común, Gustavo Molina Daza, quien con solo escuchar las notas de un acordeón bien tocado cántabra sus desencuentros amorosos.
Gonzalo Arturo nació en Valledupar, en el hogar de Arturo Molina y Estela Mejía, el 11 de junio de 1965. Estudió primaria en el Colegio Parroquial, hizo parte del bachillerato en el Colegio Nacional Loperena y terminó en el Colegio Chiquinquirá de Bogotá. Cursó más de tres semestres de administración de empresa en Senda, pero el llamado del acordeón le impidió terminar la carrera.
Los primeros acordeones que vio, fueron el de su tío Evaristo Gutiérrez, padre de Gustavo Gutiérrez Cabello y el del dos hileras que le compró su madre Estela Mejía, como regalo del niño Dios, con el que inició el camino, que lo ha conducido a ser, uno de los grandes de esta nueva generación de acordeoneros.
El apodo del “Cocha”, nace de la manera como su madre lo consentía. Ella siempre le dijo “mi cochita linda”, sin importarle que el acordeonero ya hubiera crecido y las jóvenes novias se lo pelearan.
Su historial dice que, cuando se presentó en el Festival infantil en 1978, acompañado por Ovany Gómez en el canto y guacharaca y en la caja, Wilder Gómez, presentaron las obras La Vieja Gabriela, puya creada por Juan Muñoz, Altos del Rosario, son de Alejandro Durán Díaz, Tiempos Idos, merengue de Alfonso Cotes Querúz y La Loma, Paseo de Samuel Martínez. No ganaron, pero quedaron de segundos, detrás de su sobrino “Chiche” Maestre. El llanto le ganó la partida al “Cocha” Molina y le ganó la partida, frente al resto de sus competidores.
Muchos años después, le pregunté sobre su llanto y me dijo: “eso fortaleció mi espíritu musical e hizo enamorarme más de mi acordeón”.
El tiempo pasó y las notas de niño aventajado que tocaba, marcaron el sendero de lo que sería su futuro. A los trece años, se embarcó en un viaje musical, invitado por el presidente Julio Cesar Turbay Ayala, en compañía de los Hermanitos Raúl y José Alfonso Maestre Molina, el acordeonero Julio Rojas y los creadores consagrados, Octavio Daza Daza y Santander Durán Escalona, en una delegación direccionada por el gobernador del Cesar, José Guillermo Castro y su esposa “Chalia” Daza en 1978, que dio como resultado, una producción de villancicos, en la que se encontraba las canciones “Nido de amor”, “Ausencia” y “Confidencias”, que fueron adaptadas con otros textos acordes con ese tiempo de reconciliación.
Ese hecho lo encaminó a las parrandas, una especie de desfogue interminable, que se hace en nuestra tierra, en donde al compás del vallenato, se hilan las más hermosas historias de amores, desamores y reconciliación, así como los más duros enfrentamientos a puro verso limpio, en donde la madrugada es el máximo juez para declarar un ganador o varios si la situación lo amerita.
Su presencia, en donde estuviera el acordeón como protagonista, era recurrente. En 1985, acompañó en Bogotá a Iván Villazón, quien cosechaba su carrera musical junto a al acordeonero de San Juan del Cesar, Fellin Gámez. En ese momento lo acompañó a tocar dos temas: “El Ramillete” paseo de José Antonio Serna y “La linda ballesteros”, un canto del folclor panameño, cuyo autor es Dorindo Cárdenas.
Así se hizo “El Cocha” Molina, quien un día cualquiera, después de ser presentado como una joven promesa, se preparó como lo hacen los pollos en la gallera, al lado de Iván Villazón, una voz que se preparaba para consagrarse y que respondía con sus embrujes de guacharaca, el llamado de un brioso acordeonero, que compaginaba a la perfeccióncon un cajero como José “Tito” Castilla, junto a quien triunfó en la categoría de aficionado, en 1982, con “El estanquillo”, paseo de Nafer Durán Díaz, “La Pule” merengue de Emiliano Zuleta Baquero, “La vieja Gabriela”, puya de Juan Muñoz y el son “Altos del Rosario” de Alejandro Durán Díaz.
Pronto los comentarios, lo catalogaron como una posible reserva del estilo, que, en toda la provincia, había dejado Luis Enrique Martínez como todo un buen quijote del acordeón y continuado por “Colacho” y Emilianito.
En 1989, ocupó el segundo lugar, en su actividad de acordeonero profesional, ganó Omar Geles. Un año más tarde, fue el ganador del Festival 23 de la Leyenda Vallenata, pasando por encima a Gabriel Julio e Ismael Rudas. Las obras que interpretó en compañía de Iván Villazón quien, con su voz, guacharaca y el acompañamiento del cajero Augusto Guerra, le dieron el respaldo a la ejecución de “El pollo vallenato”, paseo de Luis Enrique Martínez, “Rosita” merengue de Luis Enrique Martínez, el son “Pena y dolor” de Alejandro Durán Díaz y la puya “Déjala venir” de Nafer Durán Díaz.
La parranda es un escenario natural, en donde quien llega, debe exponer lo que tiene depositado en su instrumento. En una de ellas, deciden celebrarle el cumpleaños a Julio Martínez, en el Patillal, un corredor musical que es tierra de sus ancestros.
Bajo el comentario compinche de Víctor Julio Hinojosa, a quien le había ayudado a conquistar un amor, con las notas de su acordeón, le hablaron al oído al cantante de la parranda, que era nada menos que Diomedes Díaz, quien había llegado con “Colacho” Mendoza, que escuchaba con atención sus opiniones, su sabiduría en la sensibilidad que tenía frente a lo bueno o malo, en lo relacionado con el acordeón y sus ejecutantes.
El “Cocha” con sus escasos años, se trepaba en el potro salvaje de la fama y ante todo, en la responsabilidad de ser parte del próximo producto que grabaría junto al maestro “Colacho”. Era 1984 y con sus 18 años, “El Cocha” llegó al estudio de Ingesón, en la calle 22 con carrera 5, en Bogotá, lugar que se convirtió en el punto de encuentro de las mejores producciones vallenatas. Allí el jovencito Molina Mejía grabó las obras “Se te nota en la mirada”, “Felicidad perdida” y “Por amor”, que sirvieron de carta de presentación para una naciente figura del acordeón.
Ese fue el hecho que colmó el vaso de la música vallenata y al que menos le gustó fue a Nicolás Mendoza, un veterano del acordeón, porque él presentía que ese era, el debut de ese muchacho y el cierre, de un capítulo especial, donde él y el cantor de Carrizal habían sido grandes protagonistas. Y no estaba equivocado Nicolás Elías, ya que al poco tiempo de grabar “El mundo”, se desintegra el Binomio Díaz-Mendoza y se invita a Gonzalo Arturo Molina Mejía como el nuevo compañero, de la figura cimera del vallenato como lo era en ese momento, el cantor de Carrizal. Con Diomedes Díaz Maestre, realizó cinco producciones, en 1984, 1985, 1986 y 1987, que catapultaron su vida artística, del que se desprenden, “El mundo” “Vallenato”, “Brindo con el alma” e “incontenibles”, y que constituye el punto más alto de su carrera musical y en el 2002 “Gracias a Dios”.
Sus éxitos, transformaron la vida del jovencito que vi crecer. En 1988 se une con Iván Villazón. De allí surgieron “Por ti Valledupar”, “Enamorado de ella” y “El amor canta Vallenato”. En 1994 junto a Carlos Malo graba “Sensacionales”. Tres años después, con Jorge Oñate, publica un producto con Sony Music “El de todos los tiempos” y tres en Universal Music, “Son universal”, “El poder de mis canciones” y “Llévame conmigo”. Al separarse de Jorge Oñate, presenta con el cantautor Fabián Corrales “Así es mejor”. Tres años después se une con “Poncho” Zuleta, agrupación exitosa que ha generado “Colombia canta vallenato”, “El nobel del amor” y “Parao en la raya”.
Su mayor logro internacional se da cuando el productor Kike Santander lo invita a hacer parte de un nuevo disco de Gloria Stefan, producto grabado en el “Crescent Moon Studios” de Miami y cuyo título “Abriendo puertas”, con diez obras del reconocido creador, fue lanzado por el sello Epic el 26 de septiembre de 1995. El disco vendió más de cinco millones de copias, con los que obtuvo varios premios, entre ellos un premio “Grammy” y un “Lo nuestro” a la mejor canción tropical del año, lo que elevó el prestigio de su aporte artístico.
En una reñida final con su más destacado contendor Omar Geles, se consagró “Rey de Reyes”, en donde interpretó “Norfidia” un paseo de Calixto Ochoa, “Saludo Cordial”, merengue de Luis Enrique Martínez, “Altos del Rosario”, son de Alejandro Durán Díaz y la puya de Nafer Durán Díaz, “Déjala venir”, en donde fue acompañado por Álvaro Mendoza en el canto y guacharaca y Adelmo Granados en la caja.
En las producciones “Fiesta Vallenata”, entre 1984 y 2005, grabó diecisiete canciones, once con Diomedes Díaz, tres con Iván Villazón, dos con Carlos Malo, una con Jorge Oñate y una con el dúo de Diomedes Díaz y Silvestre Dangond, que sumado a las veintidós canciones en donde figura como invitado especial y al producto “Poncho” Zuleta 45 años, ratifican la actividad acordeonera de Gonzalo Arturo, el reconocido “Cocha” Molina. Él pertenece a esa continuidad, de las bases musicales maduradas por el gran Luis Enrique Martínez Argote, quien sentó la cosmogonía del acordeón, el canto, voces y la orquestación de nuestra música vallenata, para entregar esa autopista musical, que hoy la nueva generación usa a su manera. “Hoy el “Cocha”, quedó siendo un profesional”, dijo algún día Diomedes Díaz Maestre.
FERCAHINO