EL FARO Y LA PRIMAVERA

Las poblaciones costeras siempre tienen un faro de referente geográfico y de advertencia sobre la cercanía de los barcos con la costa que evite la ocurrencia de accidentes y encallamientos. El responsable de atenderlo era una persona de singular importancia dentro de la comunidad. Respetado, responsable, alerta y en muchas ocasiones, alejado un poco del común de la gente, algo ensimismado y normalmente huraño. Pero cargaba sobre sus hombros, cual Atlas, una buena parte de la vida de los que se aventuraban al mar, al comercio, al horizonte amplio de lo que significa ver más allá de la orilla.

En estos días tuvimos noticia del proyecto de la Armada Nacional para construir un faro en la ciudad de Riohacha, dentro de una concepción que implica el renacer de la vocación marítima que tuvo cuando el calado de los buques no era tan exigente para la poca profundidad de su plataforma continental.

Un buen amigo, en ánimo de compartir esta noticia, registraba la precariedad del faro con la que los navegantes y pescadores cercanos a Punta Gallinas, el punto más al norte de la geografía suramericana no insular, eran orientados por la luz tenue, casi que imperceptible, de su desvencijada estructura.

Este deplorable estado me hizo pensar en la necesidad de rescatar el faro, no solo desde el punto de vista de advertencia de riesgo, sino también desde la connotación que tiene de ser una luz que muestra la realidad del terreno y que guía la navegabilidad física y la moral de una nación. Requerimos con urgencia hacernos a un faro para el rescate de la orientación de nuestras conductas en todo el mundo.

Cuando los estadounidenses no quieren votar por los candidatos en la palestra, su actual presidente el octogenario y confundido Biden y el megalómano y locuaz Trump, el mensaje de la gente es claro: renueven, refresquen las caras de la política, para pasar páginas que no dejan ver un futuro promisorio.

Cuando en Europa aparecen unas voces que rechazan la masiva migración africana y del cercano oriente, de radical credo musulmán, observamos la llegada de una primavera en el viejo continente, respaldada por un giro importante hacia gobiernos de derecha que buscan aconductar el fanatismo propio de algunos de esos creyentes para que puedan vivir en paz con quienes los recibieron y permitan paz en el uso de las costumbres de sus anfitriones. Es una primavera al revés de la árabe, cuando la inmolación de un vendedor tunecino en 2011 desató un furor rebelde en los estados del norte de África, Siria y el sur de la península arábica. El abuso de los regímenes autoritarios, la confiscación del derecho a expresarse, las restricciones de la libertad femenina entre otras razones terminaron por dar al traste con los tiranos del momento. Se autoproclamaban enemigos y muros de contención de las democracias liberales, las que combinan estado, leyes y elecciones de manera armónica. Pero lo que no lograron vencer en su propia tierra buscan como lograrlo manoseando el viejo continente, el que con enormes sentimientos de culpa por sus andanzas y genocidios en África y muchos otros lugares colonizados sin piedad y explotados sin misericordia, les abrió las puertas sin medir las consecuencias. ¿Terminará la sharía imperando en Europa?

Cuando de este lado del charco, la mano fuerte de Bukele y ahora de Noboa rescatan y recuerdan que debemos cumplir y hacer cumplir la ley, y resaltan que los delincuentes no deben ser sujetos de premios si no de castigos, comenzamos a desdeñar esa absurda política laxa que solo en Colombia nos quieren imponer, de darle pan al que no lo merece, pues tiene todos los dientes con los que ha mordido la civilidad y las uñas para arañar la convivencia y la evolución hacia la esquiva paz nuestra. ¿Entraremos en una primavera latinoamericana?

Si queremos paz, debe haber imperio de la ley. Si queremos progreso, debe haber confianza en que el trabajo honesto y la inversión y gestión privada hacen la dinámica indispensable para mejorar las condiciones de vida de todos los colombianos, con políticas sociales efectivas del gobierno, sin empobrecer la capacidad y creatividad de nuestros empresarios y trabajadores.

Ya veremos en este año y hasta 2026. Ya estamos siendo conscientes de que ese palo del presupuesto no está para cucharas de tolerancia con el delito. Queda por ponerle freno al desenfreno, por achicar el agua de nuestro cayuco nacional que quiere este gobierno hundir a punta de CLAPS e improvisaciones. Hay que decir ¡basta!, repetirlo cuantas veces sea necesario para que un faro moral guíe la navegación colombiana, de esta patria adolorida de tanta politiquería de todos los lados.

¡Menos politiquería, más patria!

Nelson R. Amaya

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