EL FLORECER DEL RACISMO

Las manifestaciones racistas contra personalidades afros en Colombia en los últimos días responden en esencia a la activación del miedo a la diferencia y al reflejo en el espejo del otro de nuestra identidad renegada y escondida históricamente en el silencio níveo de la epidermis nacional. Ese mismo silencio, temeroso, que como lo expresa Margarita García Robayo en su novela La Encomienda: “…atiza el fastidio en lugar de paliarlo”. Un fastidio avivado por la braza negra cubierta a la vez por la ceniza blanca que pretende ocultar lo inocultable: la mezcla que sazona el sancocho del ser colombiano.

Muchos reniegan de la heredad del mestizaje, de la juntanza de pueblos y almas que fundieron en el crisol nuestro arquetipo nacional. Por eso es menester de todos apagar la llama del odio contra nosotros mismos, la misma que señala como lejano al paisano y condena al olvido y al rezago social y económico al tinturado por la estética étnica en sus rasgos, pero que goza de ser embellecido por la alegría y la nobleza de un espíritu que se niega a claudicar ante la violencia de la invisibilización y el desprecio histórico. Y es acá, en el hoy de la modernidad, cuando el enanismo mental se disfraza de oprobios y vituperios en la boca de los extremistas de derecha e izquierda para convertirlos en sicarios del frenesí ideológico.

De otra parte, el pánico y el dolor bañan de forma brutal y oscilante la imagen de un colectivo que se niega a ser un solo cuerpo, un solo escudo y un solo símbolo nacional. De una patria en riesgo de fragmentación política, y que excluye a las gentes que habita los rincones del país donde el sentir de la patria florece con ahínco a pesar del desprecio del altiplano y el menoscabo de quienes disfrazan sus temores en una superioridad forjada por la ignorancia. Temores que, además, impulsan el deseo pueril de blanquear cualquier señal genética afro o indígena que heredamos de nuestros abuelos, y que ahora, gracias a un prurito emocional queremos deconstruir y decrecer.

No debe haber entonces, espacios para renegar o esconder bajo la alfombra de la vergüenza nuestra principal riqueza: la diversidad étnica y cultural y sus manifestaciones e interacciones. Solo en ese entendido, se podrá construir un camino de desarrollo y convivencia, donde “Los Nadies, los fachos, los mamertos y los tibios” tengamos derecho a vivir sabroso en una “Colombia Potencia de la Vida”.

           

Arcesio Romero Pérez

Escritor afrocaribeño

Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI

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